miércoles, 2 de junio de 2021

68. Y no pasa nada, oiga

Imagina tú que un buen día se culmina una vieja aspiración. La que faltaba en la terna para sentirte realizado. Porque antes ya habías plantado el árbol y la familia se había incrementado con la incorporación de algún vástago al linaje. Restaba, claro, el libro. Tras ímprobos esfuerzos –nadie conoce cuánto dolor supone si no te has sumergido en la vorágine– ves ante ti el fruto de muchas horas de soledad, palpas con tus dedos aquellas hojas impresas que salieron en momentos de encendidos de bombillas, cierras los ojos y agradeces a los que te rodean que te hayan dejado dar rienda suelta a inquietudes que dormían en la gaveta de los recuerdos…

Atrás quedó la dura travesía. A la que hubo de añadir los malos tragos de la búsqueda de los dineros. Porque este parto, desgraciadamente, ha de ser atendido en clínica privada. La cartilla de la seguridad social no cubre este tipo de locuras. Y es complicado, penoso y, a veces, exasperante. Pero recordaste la vieja máxima de que barco parado no gana flete, le echaste bemoles y tiraste pa´lante. Bendita chifladura.

Cuando ese otro paso fue superado con tesón, voluntad y arrestos, creíste conveniente acudir a TU ayuntamiento para planificar el acto solemne por el que la criatura debía ser presentada en sociedad. Se te da el visto bueno y se incluye el acto en el programa festivo del mes de mayo, donde la cultura, desde siempre, ha jugado un papel primordial.

Y tú, novato siempre en lides de tal enjundia, confiesas que debes demostrar el agradecimiento a quien se alongó por vez primera a esa ventana que abres a potenciales lectores. Porque es de bien nacido invitar, a que comparta mesa y mantel, a la persona que te prologa esos renglones hilvanados con todo el cariño que has podido desplegar.

Como tú, Juan José, has roto el silencio y has dado a conocer que si “ella va a estar presente, no cuentes con nosotros”, esa losa que te endilgó la señora concejala de CULTURA, ese veto, nítido y rotundo (¿estúpido?), impuesto a la persona de Fidela Velázquez, permíteme que un servidor vuelva a poner sobre el tapete el lamentable hecho que flaco favor ha dispensado a la noble Villa de Viera. Y que el pobre no levante la cabeza porque lo mismo se nos vuelve para Las Palmas. Aconteceres como este demuestran bien a las claras que no todos los cargos públicos saben administrar las competencias que le fueron conferidas.

Me aflige, aún más, que el triste afer se haya quedado olvidado con una simple pregunta en la última sesión plenaria. A la que se responde, como casi siempre, con las evasivas de rigor en el convencimiento de que las mayorías absolutas permiten licencias de tal índole. Pues se ha jugado con mucho más que con la dignidad del autor. Y de la prologuista. Mi pueblo –aquel que me vio nacer y en el que he desarrollado casi toda la actividad que el devenir me ha encomendado– no merece acciones de tal porte. Como mínimo exíjase la dimisión de la persona que se arroga idoneidades y presencias. A los que en este municipio nos quedan dos dedos de frente, sabemos cuál hubiese sido el desenlace ante la propuesta aludida. Pero los gestos dicen mucho, aunque vayan encaminados al fracaso. Los Realejos está muy por arriba de ignominias y puñaladas. Por muy populares que resulten.

No me hallo cabizbajo. Mentiría si me empeño en sostener tal aseveración. Lo mío va mucho más allá. Me niego a pensar que mi gente siga alucinada, que no se percate de que estas derivas implican más peligro que el que pueda considerarse esta censura como una simple anécdota, como un desliz que debe ser perdonado con otro efugio más. Este pueblo es bastante más que esa masa amorfa que se distrae con la hojarasca. Que no vislumbra más que formas y no es capaz de indagar para sumergirse en el fondo. Espero y deseo que un día habrá un pueblo (perdóneme, usted, don Pedro García Cabrera, por empezar por lo más cercano) que no sea silencio amordazado.

A los gobernantes, un consejo: más alto subió la palma. A la oposición, otro: poco bagaje el colgar dos pinceladas en las redes sociales, un par de preguntas los últimos jueves de cada mes y, mientras, el pueblo en la más supina ignorancia: cuatro fiestas, unas plantas en los jardines y aplaudiendo con las orejas.

Como desagravio a los implicados (Juan José y Fidela): COMPREN EL LIBRO. Ya yo lo leí y les puedo asegurar que en sus relatos se destilan la bonhomía y crianza de las que carecen (in)determinados representantes de la soberanía popular.

Despierta, pueblo, despierta, / no es real ese embeleso, / que no te la den con queso, / mira bien lo que se oferta. / Mantén esa mente abierta, / pues humo te están vendiendo / y ante tus ojos poniendo / la venda que te obnubila, / para que en tanto la edila / mala praxis vaya urdiendo. 

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