“La lucha ha sido siempre en Canarias, desde los tiempos
antiguos, el juego predilecto, el ejercicio obligado en todo público regocijo,
porque los luchadores con su gallardía, su poder y su arte, eran el orgullo del
pueblo, porque daban una maravillosa muestra del vigor de su raza.
Pueblo fuerte, pueblo sano, pueblo noble y leal fué siempre
el pueblo canario, y en su ejercicio clásico y hermoso, que tiene actitudes
gallardas y rasgos de una belleza y arte insuperables, predomina esa nota
admirable de la lealtad y de la nobleza de que sus atletas, valientes y poderosos,
hacen alarde ante las multitudes, en el terrero
público.
Solo en los pueblos fuertes y vigorosos pudo haber
luchadores. Los hubo en Grecia y Roma mientras no degeneró la raza. Los hubo en
las Canarias cuando la raza de los orientales canarios y la raza de los
guanches occidentales eran fuertes y asombraban á los castellanos con sus
estupendos rasgos de valor, y aún queda, para orgullo nuestro, como un recuerdo
de aquel pueblo maravilloso, y como una muestra de que el vigor de muestra sangre
no se ha extinguido, y aún alientan en el pueblo canario, sano y fuerte, los
sentimientos nobles y generosos que convierten en leales amigos á dos hombres
que miden en la lucha su poder y su fuerza; lucha singular en que la maña, la
agilidad y el arte, haciendo primores de actitudes gallardas, de complejas figuras,
de juegos interesantísimos, vencen á la fuerza y hacen triunfar entre las
aclamaciones de la multitud, al arte y á la lealtad, soberanos en este noble
ejercicio que tanto admira á los extraños, y entusiasma á los canarios, hasta
convertir en ídolos á sus atletas predilectos. Grandes fueron en la lucha y como
ídolos aclamados en tiempos de Andamana y de Tenesor, Doramas, Bentaguaire y
Maninidra. Ídolos de este público han sido más tarde Matías Giménez, Juan
Castro…
Pero la lucha había decaído hasta el extremo de que á la
afición al juego por el arte y la gloria sucedió la ambición de lucro, que mató
todo entusiasmo, y el olvido de aquellas reglas que convertían el noble
ejercicio en una comedia donde la lealtad, que era su principal aspiradora, fué
suplantada por el engaño.
A resucitar el noble ejercicio canario á todo lo que tiene
de interesante y hermoso, aspiran ahora personas de buena voluntad, amantes de
la tierra y entusiastas de las luchas, organizando y reglamentando el espectáculo
para que podamos volver á ver en el Circo, con todas sus gallardías, haciendo
derroches de poder y de arte, á los atletas más famosos del archipiélago.
La empresa merece los mayores aplausos y el apoyo de todos
los canarios entusiastas.
Podemos afirmar que las luchas que muy en breve se
inaugurarán en el Circo, constituirán un acontecimiento y tendrán el mejor de
los éxitos”.
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La historia es cíclica. Los vaivenes de la vida se
reproducen cada equis tiempo. El deporte no es ajeno a tal casuística. Y la
lucha canaria, en concreto, según vuelve a incidir este comentario de hace 110
años, se ha visto involucrada en los dictados que todopoderoso caballero don
dinero ─tema recurrente en
estos dos pasajes que llevamos en esta vuelta a las hemerotecas─ impone con sus golosas
apetencias. Por ello, y no es poco, hay que aplaudir las iniciativas de las
escuelas de formación, que luchan (qué otro verbo mejor) con denuedo por
mantener viva la llama de la esperanza. Y es harto complicado en momentos en
los que hasta el olimpismo ha perdido mucho de su esencia original por mor de
espurios intereses. En fin, seguiremos.
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