Corresponde, por lo visto, correr tupido velo por el
insignificante desliz y aplaudir a rabiar la valiente decisión de la concejala.
Porque poner de manifiesto tu disconformidad, puede significar una ingente
avalancha de improperios y descalificaciones. Debemos obedecer a pie juntillas
y acatar, impertérritos, los dictados de la superioridad. Ni los jefes se
equivocan ni los súbditos deben erigirse en árbitros. Y no se te ocurra ir a
consolar tus penas en la música pachanguera de Radio Rumberos, porque yo, y
solo yo, sigo siendo el rey. La ley del embudo, harto conocida. O fonil, en
canario. Menos mal que un excelente amigo sigue defendiendo nuestra
idiosincrasia lingüística y espetaría un rotundo pollaboba: persona imbécil, cretino.
Se está alcanzando un punto de muy difícil retorno. Este
particular enfoque de la libertad de expresión –la de ellos, que la nuestra no
vale un céntimo– parece causar indescriptible regocijo en las filas de quienes
en la actualidad han de regir los destinos municipales. Y cuando insultos,
vejaciones, insidias y demás denuestos son aplaudidos por las paisanas de turno
–aquellas que, probablemente, se ahoguen con la lectura del primer párrafo de
la obra de marras (o, a lo peor, ni eso– y aleccionadas las unas (y el ¿otro?)
desde la institución que debería velar por el exquisito trato informativo, amén
de la correcta distribución de los dineros públicos, uno se cuestiona si el
artículo 20 de la constitución española es patrimonio de todos o un mero abrigo
de unos pocos.
Vuelvo a mi artículo del 4 de junio. Y retomo las palabras
de Luis María Ansón y Luis Calvo, respectivamente: “El periodismo español, sobre
todo el audiovisual, se ha empobrecido. En la búsqueda voraz de las audiencias
o de los anhelados clics se atropella el honor y la privacidad, se insulta y se
deslizan reiteradamente insidias que arruinan honras y prestigios”. “Se puede
discrepar, incluso de forma total, del adversario, pero sin utilizar nunca ni
el insulto ni la insidia. Eso descalifica al periodista”. Pero, claro, Ansón y
Calvo son unos ceros a la izquierda. Personajes asaz inútiles. Qué decir de
aquellos que osamos garabatear cuatro letras.
La emisora municipal, en determinada franja horaria, debe
competir por las audiencias. Porque tal cuestión deberá llevar aparejada, al
parecer, la notoriedad del presidente de su consejo de administración. Órgano
en el que ni siquiera se sienta quien pudiera (o pudiese) “deslizar
reiteradamente insidias que arruinan honras y prestigios”. Maldita falta que le
hace, porque él es el puto amo. Que para eso es un profesional como la copa de
un pino. Que bate récords cada mañana con sus programones, que consisten en abrir el micro a las llamadas
telefónicas de las mismas (versión coral femenina de cierto grupo musical de
las décadas de los 60 y 70 del pasado siglo), quienes ratifican (confirman,
corroboran, revalidan, fortalecen, certifican, legalizan, sancionan, afirman)
un día sí y el otro también, las diatribas (injurias, ofensas, afrentas,
improperios, escarnios, invectivas, sermones, peroratas) estentóreas
(resonantes, rimbombantes, estrepitosas, clamorosas) del no va más de la
comunicación. A perdonar tanta aclaración entre paréntesis. Es por si me leen.
La vena de maestro, ya saben.
¿Y el resto? Calladitos están más guapos. ¿No hay más tropa,
incluidos cargos públicos, con dos dedos de frente en este pueblo? Claro, pero
no siguen los consejos del Padre Antonio (q.e.p.d.): de cobardes no ha escrito
la historia nada. Menos mal que el grupo socialista ha dado un paso al frente y
solicita la dimisión de la concejala, amén de que el alcalde dé alguna
explicación de lo sucedido. Que se quedará en un gesto. Las mayorías permiten esquivar
forúnculos, pero, poco a poco, el pueblo deberá despertar de su letargo. Las
orgullosas palmeras también bajan a barrer el asfalto.
Estimados Salvador y Fidela: sigamos ejerciendo ese
albedrío, a pesar de que alguno se empeñe en acaparamientos obscenos, obviando
la riqueza contenida en el DRAE con respecto al derivado del latín libertas. Como dijo Blas de Otero: Pido
la voz y la palabra. Y con ellas derribar los muros de la necedad y la censura,
que en pleno siglo XXI pesan más que una tristemente famosa losa. Aunque se
presuma de victorias, vencer no es convencer, que sentenciara Unamuno. En fin,
voy a buscar el paraguas porque se avecina una tormenta e intuyo que no tendré suficiente protección con el sombrero. Pero vendrá bien (la lluvia) después de tanto calor.
Una lección, profe. Sencillamente eso.
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