martes, 15 de junio de 2021

77. Endiosamiento

Nos indica el DRAE (siempre excelente recurso) que significa altivez extrema. Y los últimos acontecimientos habidos en mi ayuntamiento, parecen señalarme que algo de eso puede existir en el seno del grupo de gobierno. Da la impresión de que tres mandatos con mayorías absolutas han dado lugar a demasiados tics autoritarios. Y no es sospechoso, ni sectario, un servidor, dado que en más de una ocasión he sostenido –por escrito, para que quedara constancia, que las palabras se las lleva el viento– que no todos eran iguales. Pero debe haberse cumplido aquello de que los que duermen en el mismo colchón –metáfora pura y dura– se vuelven de la misma condición. Los dictados del jefe supremo causan ya efecto y la metamorfosis hace acto de presencia.

Tras el revuelo armado con motivo del veto a la presencia de Fidela Velázquez en la presentación del libro El Legado, de Juan José González, el grupo municipal del PSOE ha dado un paso al frente y ha pedido la dimisión de la concejala de Cultura, Isabel Elena Socorro González, amén de solicitar del señor alcalde (en sus ratos libres), Manuel Domínguez González, que dé las oportunas explicaciones acerca de tan turbio proceder. Que no tiene justificación alguna y que demuestra las pocas luces de quien no sabe diferenciar posibles discrepancias políticas con eventos institucionales. Y del que, desgraciadamente, alguien se aprovecha para, como siempre, darle la vuelta a la tortilla y arremeter contra quienes osan denunciar el hecho, utilizando de manera espuria medios públicos, que nos pertenecen a todos y que no constituyen patrimonio de unos cuantos. Práctica que se ha venido convirtiendo en habitual contra determinadas personas, con nombres y apellidos, contando con la aquiescencia de quienes, supuestamente, deben velar por el interés general y no ser cómplices de vejaciones que rayan la indecencia más absoluta y que embarran más aún la tan denostada política.

La pasada semana, Podemos ha denunciado ante la fiscalía el pago de dos másteres, a sendas concejalas populares (Carolina de los Ángeles Toste Hernández y María Noelia González Daza), con cargo a los presupuestos municipales. Hecho que el propio PP realejero reconoció en la sesión plenaria del pasado mes de enero, pero que considera como una costumbre histórica y que, según González Daza, está bien desde el punto de vista ético, moral y legal.

Que sea práctica legal o no, ya se dilucidará en el estamento pertinente. Pero que sea ético, máxime cuando los estudios cursados (como fueron on-line, lo mismo guardan ciertas concomitancias con los de Pablo Casado; ven cómo todo se pega) no guardan relación alguna con las competencias de las áreas desempeñadas en el Consistorio, se necesita demasiada imaginación para sostener la aseveración. Ya bien quisiera cualquier estudiante gozar de privilegios tales. Porque cuando se disfruta de un generoso sueldo, amén de otras prebendas, podría tildarse de enorme caradura el que seamos los realejeros los que corramos con los gastos de  esas ‘actividades extraescolares’. Creía un servidor que el dinero de mis impuestos iba destinado a otros quehaceres.

Como sostiene el señor Domínguez González que este hecho no tiene nada de extraño, que es  práctica histórica, que se lleva a cabo en todas las instituciones públicas y que se recoge en la correspondiente partida presupuestaria, alguien que desconoce el funcionamiento actual de la administración local, un servidor (pues creía que esa dotación económica iba dirigida al perfeccionamiento de los funcionarios municipales y no de los políticos de turno), le exige dé a conocer públicamente qué otros cargos en épocas pretéritas (porque también gobernó el PSOE) se han beneficiado de la medida, poniendo sobre la mesa, además, las  cantidades abonadas. Cuando se presume de una calificación sobresaliente en Transparencia (el papel lo aguanta todo), qué menos podría yo requerirle. Soy consciente del poco tiempo del que dispone, pero haga un esfuerzo en aras de esa limpieza. Deje, siquiera por unos momentos, el puerto de Fonsalía, y otras nimiedades, y atienda a su cocina, no sea que se le tizne más todavía.

En gente tan religiosa, como se presupone, tan dada a los golpes en el pecho (aunque en la intimidad no difieran de los mortales más comunes, por ejemplo cuando se aprovechan de leyes progresistas, recurridas ante instancias judiciales, para beneficio propio), yo sostendría que esta praxis (la de los másteres, la de los vetos, la permisividad radiofónica…) es pecado mortal. Y creerse dioses, de excomunión. Pero, claro, esta óptica, dada mi condición de no creyente, no vale un pimiento.

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