viernes, 4 de junio de 2021

70. ¿Periodistas?

No es Luis María Ansón santo de mi devoción. Qué pareado más tonto. Como tampoco lo es Francisco Marhuenda. Bueno, y unos cuantos más. Pero uno debe ser capaz de picotear aquí y allá (beber en todas las fuentes) si pretende analizar con el suficiente conocimiento de causa. No te ocurra lo que a (in)ciertos telepredicadores, capaces de examinar el deambular errante de los cangrejos machos del río Amazonas en busca de sus congéneres del otro sexo, con un aplomo y una arrogancia que ya bien hubiese querido en vida el recordado Félix Rodríguez de la Fuente. El que vale, vale; el que no…

“El periodismo español, sobre todo el audiovisual, se ha empobrecido. En la búsqueda voraz de las audiencias o de los anhelados clics se atropella el honor y la privacidad, se insulta y se deslizan reiteradamente insidias que arruinan honras y prestigios”, escribió Ansón recientemente. Y yo, ipso facto, puse unos cuantos retratos. ¿A que tú también? Y ambos nos preguntaremos que cómo se cura esta enfermedad de la que adolecen unas pocas emisoras de radio y/o de televisión. En las que (in)determinados personajes, que se adhirieron la etiqueta de periodistas en cuanto se vieron delante de una alcachofa, entienden que el solaz y el divertimento deben pasar por la burla, el infundio, el escarnio, la mofa, cuando no la injuria, la ofensa y el ultraje. A las que se prestan las cuatro paisanas de turno (que sí, ni hagas cruces ni me crucifiques, las mismas de siempre, peritas en todo y en lo siguiente) para general regocijo de los servidores públicos que administran de tal guisa nuestros dineros. Y si por contar lo que espejuelos no requiere, me vas a llamar machista, adelante. Pero ve al oculista en cuanto puedas. Y eso que, por ahora, no me sumerjo en las ínclitas redes sociales.

Luis Calvo, quien fuera director de ABC desde 1953 a 1962, abunda: “Se puede discrepar, incluso de forma total, del adversario, pero sin utilizar nunca ni el insulto ni la insidia. Eso descalifica al periodista”. Si lo fuera, añado yo. Porque al que debe recurrir a tales procedimientos, no puede ser habilitado en tan digna profesión. Que no guarda relación alguna con estancias universitarias, pero sí con algo llamado deontología: parte de la ética que trata de los deberes, especialmente de los que rigen una actividad profesional. Los implicados, que no presuntos, no es que se la pasen por el forro del chaleco (ojalá fuera solo eso), es que se quedaron en la lección anterior cuando decidieron fugarse de clase para siempre jamás. Normal, y desde esos remotos tiempos sabían más que sus profesores. Ni comparancia (puede que por deformación de comparanza), que diría un amigo.

¿Que cómo se cura? Con educación y cultura. Y no significa ello (o no debe guardar relación) que sea el paso por aulas de centros docentes el único medio para alcanzar ese fin. Porque la crianza, la enseñanza y la doctrina se maman desde chico. Y quien crece cambado, mal síntoma.

Si el medio es público, algo tan simple como meditar el voto puede desfacer entuertos. Porque quien comete las fechorías se siente arropado institucionalmente y cada vez pretende volar más alto. Tiende a imitar. Hay retroalimentación. En mi pueblo, un poco sabemos al respecto los no abducidos. Con los de las orejeras, paciencia. No queda otra. Cuando aterricen los endiosados –o se estrallen como una pita– lo mismo despiertan. Meto la mano en el agua…

Y si es privado, más fácil la desconexión. El botón rojo del mando a distancia. Aunque muchas veces ellos solos se disparan en los pies. Cerca de la desembocadura del Barranco San Felipe, las diferencias económicas ya han surtido efecto. Cuando unos cuantos más hagan como yo y no acudan a los establecimientos comerciales que se publicitan en el antro (como el burro que murió cuando el amo ya lo tenía acostumbrado a no comer), fácil será deducir el desenlace. No solo de improperios puede vivir el hombre. Por muy hombre que sea –o lo pretenda– cuando la tripa tira, hasta la ‘vox’ se apaga. Un poco más arriba, por los aledaños del Salto del Barranco, quien a hierro mata no puede morir a sombrerazos. Con tantos tambores de guerra, muy difícil la conciliación.

Sí, admito la existencia de muy buenos profesionales sin los estudios de periodismo. Pero no comulgo con quienes se dicen periodistas cuando solo son cantamañanas (persona informal, fantasiosa, irresponsable, que no merece crédito). Y lo de persona (individuo de la especie humana), con todas mis reservas. Hacerse alguien persona (afectar poder o mérito sin tenerlo o jactarse vanamente), lo ponen en práctica cada día. Pero lo que la natura no da, sin antídoto, aunque vayas a bañarte muchas veces en el río Tormes.

¿Periodistas? No, estropajos (acepción cuarta del DRAE). Hasta el lunes.

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