Bueno, siguiendo con la manía del repaso histórico (para
general satisfacción de los que me crucifican por los comentarios de índole
política), vamos a La Prensa (diario
de la mañana, cuyo fundador y propietario era Leoncio Rodríguez y se
consideraba el periódico de mayor circulación de la provincia; única en el
entonces) y a su ejemplar número 3615, año XI, correspondiente al viernes 24 de
junio de 1921 (un siglo hoy), y de su página 1, un artículo con idéntico título
al que yo te traslado, del tenor literal siguiente:
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“Hablemos hoy de lo que en otras provincias afortunadas se
puede llamar locales-escuelas, y de lo que en estas islas, Afortunadas también,
hemos convenido en designar con nombre idéntico (para no estropear la analogía
del calificativo), es decir, engañarnos mucho con objeto de consolarnos un
poco.
Desde luego, y no olvidando que aquí la escuela se considera
como lo último, no asombrará que la generalidad de ellas estén situadas en el
peor lugar del pueblo o del barrio: mal emplazadas o peor orientadas.
La iluminación y ventilación son las más apropiadas para fabricar
miopes y aspirantes a la tuberculosis, respectivamente. Menos mal que la luz y
el aire del campo mitigan, en gran parte, los horribles efectos del
hacinamiento en que inmóviles se mantienen, dentro del diminuto recinto,
desgraciadas criaturas.
Y con el calificativo de diminuto, creemos que estaría de
más la exposición de lo que son, por término medio, las dimensiones de estas
escuelas. Indudablemente, los higienistas que tratan de imponer unas
dimensiones a los locales-escuelas, a los que han de asistir un número
determinado de alumnos, no saben lo que traen entre manos.
Patios de recreo, lavabos, retretes y otras dependencias
son, para nuestras escuelas, artículos de lujo. Por esto, carecen de todo.
Además, la mayoría de ellas adolece, a nuestro juicio, del
grave inconveniente de estar la casa-habitación del maestro en comunicación
inmediata con la mísera sala de la clase; grave inconveniente, por multitud de
razones que no exponemos guiados por nuestra intención de ser breves.
En lo que al local-escuela se refiere, el Boletín de
Inspección termina, con esa sequedad propia de los asuntos oficiales, con una
nota que no deja de revestir cierta ironía, cierta cruel ironía: Mejoras que
pueden introducirse en el local-escuela; tal reza el impreso. Sólo se nos
ocurre una, y ella de conjunto: destinar a otros menesteres (ya que en sí es
incapaz de toda clase de mejora) este que llamamos local-escuela y construir o,
al menos, habilitar uno, siquiera decente, para centro educativo. ¡Es bien poco
pedir! Y sin embargo (¡oh, paradoja!...) ¡es mucho!
Pero más es pedir que todos los determinantes e integrantes
de la labor educativa se comporten, en lo sucesivo, de manera completamente
opuesta a cómo hasta ahora lo han hecho y continúan en hacerlo. ¡Nos va tan bien,
obrando al revés de como debiéramos! Seguiremos viviendo por, de y con pura
fórmula.
Y así, mientras unos (muy pocos) piensan, con conocimiento
del problema en cada caso particular, acerca de la conveniencia de la instalación
de escuelas al aire libre, otros, como recurso, quieren implantar escuelas...
al fresco (que, desde luego no es lo mismo) y los más, tomando como medio lo
que debe ser fin primordial, crean completamente libres, escuelas en... el aire.
Son tres opiniones distintas y una sola, la primera, admisible”.
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Uno que tuvo la oportunidad de sumergirse durante años en
periódicos ajados por el tiempo, y que reúne varios millares de reseñas del
periodo interrepúblicas (1873-1931), algo conoce de la situación planteada en
este artículo. Que mejoró bastante cuando Marcelino Domingo accedió al
Ministerio (II República), pero que en el paréntesis franquista volvió a
sumergirse en un olvido imperdonable, porque mi escuela (década de los cincuenta)
guardaba demasiados parecidos con el relato. Y como tuve la oportunidad de
participar en eso de la cosa pública en el arranque democrático de este país,
no exagero al sostener que a Luis Balbuena habría que hacerle un monumento por
la decidida apuesta en la construcción de centros educativos.
La ilustración se corresponde con una foto del libro Del
tabobo y el mirlo al negocio inmobiliario, página 31, de mi convecina Carmen
Machado Yanes. ¿Que no lo tienes? ¿Y a qué esperas? Si eres de Toscal-Longuera,
o vives en la zona, conocer los orígenes es una obligación.
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