Como no sé manejar la Línea Verde –si no bajaste la
aplicación, ignorante– recurro al método tradicional, y único recurso del que
dispongo, para vivir en la esperanza de que algún alma generosa ponga el hecho
en conocimiento de la superioridad. Meto la mano en el agua, que no en el
fuego.
En el tramo de la calle (en la que vivo) Benito Pérez Galdós
(la verdad es que desconozco la razón por la que le pusieron el nombre de tan
irrelevante personaje) comprendido entre Alfonso García Ramos (¿y quién sería
este?) y Tomás de Iriarte (un flautista, creo) solo existen dos farolas de
alumbrado público. Amplía la foto, si te apetece, y ahí las tienes, a la altura
de los números 4 y 9, respectivamente.
A escasos 50 metros vive el tercer teniente de alcalde,
concejal de Hacienda y Obras Públicas. Y bastante cerca, también, uno de los
jóvenes que despuntan en la hornada popular. Como ni uno ni el otro –deben
estar en otros asuntos de mayor enjundia– se han percatado de la eficiencia de
Effico (¿redundancia?; sí, en inutilidad), esa empresa soriana a la que se le
entregó la encomienda para velar por el correcto funcionamiento de las
instalaciones eléctricas, aquí se presenta un servidor (un fin de semana, vaya
desgracia) para volver a hacer el ridículo nuevamente. Porque como tampoco me
leen los de la oposición, sino los cuatro incondicionales de siempre, bastante
crudo lo llevo. Pero por mí que no quede.
Después de que la del número 4 –la de la derecha en el
sentido de la circulación– estuviese un par de meses en tinieblas, tuve un
chute de alegría cuando hace unas tres semanas acudieron en una mañana dos
vehículos con tres operarios. El que conducía el coche se dio un par de vueltas
por la urbanización, tras el encendido pertinente y observó que también había
otra en la calle Tomás de Iriarte más negra que los sobacos de un grillo. Se
puso en marcha el camión grúa y los otros dos trabajadores (el que dirige el
cotarro y el que se mete en la cesta) acometieron las labores de rigor. Y yo en
el balcón. Porque alguien debe fiscalizar, ¿no?
Entre pitos y flautas, una hora. Te juro que cuando se
marcharon funcionaban las dos perfectamente. Me quedé contento y satisfecho. Y
cuánta alegría cuando por la noche se encendieron todas. La calle volvía a ser
la de siempre. Hombre, no es que sea un dechado, pero vamos escapando.
Muy satisfecho estaba en la azotea –inveterada manía de
subir después de cenar con el cepillo de dientes en la mano– mirando hacia el
Norte, observando si la Estrella Polar seguía en el lugar que le encomendó la
Osa Menor y si la Mayor giraba en el sentido correcto, cuando, de pronto, la dichosa farola quiso prestarse
a la contemplación estelar y, de camino, a que Effico siguiera ahorrando unos
euros. Y volvió a apagarse, la muy condenada.
Y así lleva, algo parecido a un intermitente de solo dos
tiempos (uno muy corto y el otro casi eterno), desde que aquellos tres
operarios arrancaron la caña. Algunas noches –mal contadas– se enciende con las
demás, pero al rato se cansa y se manda unas siestas de campeonato. Otras, las
más, ni hace el más mínimo esfuerzo y decide permanecer a oscuras toda la
noche. Y todo el día, me imagino, pero como cuando el alba hace acto de
presencia dejo de fijarme, lo mismo es que tiene el sueño cambiado. Mañana
miraré con más detenimiento.
Y ahora en serio. Háganme el favor de trasladárselo a
Domingo. Que me han dicho que es un concejal diligente. Me da que la bombilla
está bien, pero algo falla en el mecanismo restante. Y deberá corresponder a la
empresa precitada la reposición de los artilugios deteriorados. Como el canon
que debemos abonarle es cantidad fija, si no insistimos no moverán un dedo.
Cuanto menos alumbren, más ganancias.
Oye, ¿y por qué no llamas por teléfono al ayuntamiento?
Porque no me da la realísima gana. Mientras no repartan el sueldo los bien
pagados, yo no me gasto un céntimo en hacer su trabajo. Menos mal que una
vecina enciende la del balcón. Pero yo, con
esto de la subida de precio, un churro. ¿Y qué estás haciendo a través
de este medio? Es distinto, escribir es una necesidad vital. Me alimenta y me
entretiene. Y me lo paso bien. Como la farola me queda enfrente, cóctel
servido.
Bueno, mañana sí que me tumbo a la Bartola (¿o me tiro?).
Y el lunes, creo, recurriré a la muerte de un cura. Ya te contaré.
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