sábado, 19 de junio de 2021

81. La farola

Hoy es sábado, lo sé. Y no me toca trabajar. Lo sé. Pero en vista de que han pasado varios meses y la anomalía no se solventa, qué menos puedo hacer yo por el pueblo que me vio nacer, crecer, desarrollarme un fisco y convertirme con el paso de los años en un iletrado, al decir de los pródigos entendidos (y entendidas) de la Villa de Viera.

Como no sé manejar la Línea Verde –si no bajaste la aplicación, ignorante– recurro al método tradicional, y único recurso del que dispongo, para vivir en la esperanza de que algún alma generosa ponga el hecho en conocimiento de la superioridad. Meto la mano en el agua, que no en el fuego.

En el tramo de la calle (en la que vivo) Benito Pérez Galdós (la verdad es que desconozco la razón por la que le pusieron el nombre de tan irrelevante personaje) comprendido entre Alfonso García Ramos (¿y quién sería este?) y Tomás de Iriarte (un flautista, creo) solo existen dos farolas de alumbrado público. Amplía la foto, si te apetece, y ahí las tienes, a la altura de los números 4 y 9, respectivamente.

A escasos 50 metros vive el tercer teniente de alcalde, concejal de Hacienda y Obras Públicas. Y bastante cerca, también, uno de los jóvenes que despuntan en la hornada popular. Como ni uno ni el otro –deben estar en otros asuntos de mayor enjundia– se han percatado de la eficiencia de Effico (¿redundancia?; sí, en inutilidad), esa empresa soriana a la que se le entregó la encomienda para velar por el correcto funcionamiento de las instalaciones eléctricas, aquí se presenta un servidor (un fin de semana, vaya desgracia) para volver a hacer el ridículo nuevamente. Porque como tampoco me leen los de la oposición, sino los cuatro incondicionales de siempre, bastante crudo lo llevo. Pero por mí que no quede.

Después de que la del número 4 –la de la derecha en el sentido de la circulación– estuviese un par de meses en tinieblas, tuve un chute de alegría cuando hace unas tres semanas acudieron en una mañana dos vehículos con tres operarios. El que conducía el coche se dio un par de vueltas por la urbanización, tras el encendido pertinente y observó que también había otra en la calle Tomás de Iriarte más negra que los sobacos de un grillo. Se puso en marcha el camión grúa y los otros dos trabajadores (el que dirige el cotarro y el que se mete en la cesta) acometieron las labores de rigor. Y yo en el balcón. Porque alguien debe fiscalizar, ¿no?

Entre pitos y flautas, una hora. Te juro que cuando se marcharon funcionaban las dos perfectamente. Me quedé contento y satisfecho. Y cuánta alegría cuando por la noche se encendieron todas. La calle volvía a ser la de siempre. Hombre, no es que sea un dechado, pero vamos escapando.

Muy satisfecho estaba en la azotea –inveterada manía de subir después de cenar con el cepillo de dientes en la mano– mirando hacia el Norte, observando si la Estrella Polar seguía en el lugar que le encomendó la Osa Menor y si la Mayor giraba en el sentido correcto, cuando,  de pronto, la dichosa farola quiso prestarse a la contemplación estelar y, de camino, a que Effico siguiera ahorrando unos euros. Y volvió a apagarse, la muy condenada.

Y así lleva, algo parecido a un intermitente de solo dos tiempos (uno muy corto y el otro casi eterno), desde que aquellos tres operarios arrancaron la caña. Algunas noches –mal contadas– se enciende con las demás, pero al rato se cansa y se manda unas siestas de campeonato. Otras, las más, ni hace el más mínimo esfuerzo y decide permanecer a oscuras toda la noche. Y todo el día, me imagino, pero como cuando el alba hace acto de presencia dejo de fijarme, lo mismo es que tiene el sueño cambiado. Mañana miraré con más detenimiento.

Y ahora en serio. Háganme el favor de trasladárselo a Domingo. Que me han dicho que es un concejal diligente. Me da que la bombilla está bien, pero algo falla en el mecanismo restante. Y deberá corresponder a la empresa precitada la reposición de los artilugios deteriorados. Como el canon que debemos abonarle es cantidad fija, si no insistimos no moverán un dedo. Cuanto menos alumbren, más ganancias.

Oye, ¿y por qué no llamas por teléfono al ayuntamiento? Porque no me da la realísima gana. Mientras no repartan el sueldo los bien pagados, yo no me gasto un céntimo en hacer su trabajo. Menos mal que una vecina enciende la del balcón. Pero yo, con  esto de la subida de precio, un churro. ¿Y qué estás haciendo a través de este medio? Es distinto, escribir es una necesidad vital. Me alimenta y me entretiene. Y me lo paso bien. Como la farola me queda enfrente, cóctel servido.

Bueno, mañana sí que me tumbo a la Bartola (¿o me tiro?). Y el lunes, creo, recurriré a la muerte de un cura. Ya te contaré.

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