Pero, a la sazón, Tejiade (San Sebastián) sigue sin
suministro eléctrico y los combustibles se pagan a precios desorbitados. Si los
gobernantes insulares tuviesen que apoquinar de su bolsillo la carga de los
depósitos de los múltiples vehículos oficiales, otro gallo nos cantaría. Así
que no acabo de entender las enormes alegrías por esa futura conexión, mediante
un cable submarino, con Tenerife. A no
ser que la corriente de refuerzo –como es alterna– venga para el sur tinerfeño,
porque desde hace años venimos escuchando que esta isla nuestra ya no aguanta
más. ¿No se acuerdan de aquella manifestación en 2002? Y lo más curioso del
tema es que al mismo tiempo nos venden las bondades de las energías renovables.
Basta repasar hemerotecas (y demás tecas) para deleitarnos con declaraciones
para enmarcar.
Perdonen que haya comenzado así esta nueva etapa. No era mi
intención, pero aproveché la coyuntura –que se dice– para ese viaje virtual a
La Colombina. Creo haber estado allá en unas cincuenta ocasiones. Y saben que
mis viajes son de, y por, ocio. Así que si descontamos a los oriundos y a todos
los que acuden por motivos de trabajo o familiares a través de esa autopista
marítima desde Los Cristianos, ya debo englobarme en ese grupo que presume de
conocer –un poco– los entresijos de la tierra del silbido. Y de haberme
dedicado a la política, y disponer a estas alturas de la vida del capital
suficiente, ya me habría comprado una casa en cualquier predio de su geografía.
Pero desaproveché la ocasión y ya conocen ustedes aquel dicho que reza: el que
sabe, sabe; y el que no, pa´maestro de escuela. Y aquí estoy, viviendo –no me
quejo– con la pensión pertinente y dándome saltos por estas peñas atlánticas
cuando la ocasión se tercia. Como en nuestro caso solo estamos reunidos mi mujer
y yo, y no somos muy dados –mucho menos en estos tiempos pandémicos– a
celebraciones y jolgorios, euro ahorrado, euro viajado. Estoy de un salido –sin
dobles ni dobleces– perdido.
He bajado, pues, de La Corona, y ahora fisgonearé desde
casa. Con esto de la Internet, voy servido. Además, como uno patea aún un fisco
por los contornos –la pierna, a pesar de clavo y tornillos, sigue respondiendo–
aprovecha para observar, analizar y, en su caso, garabatear unas líneas. Sigo pasando, por supuesto, por el
tristemente famoso muro de La Montaña, y por el estadio olímpico Iván Ramallo,
y por las ruinas de nobles edificios… Por cierto, cómo me duele uno –La
Gorvorana–, cuyo proyecto se encargó a los alumnos de cierta universidad
privada hace tantos años que ya habrán terminado sus carreras, por lo que, me
temo, que Domínguez deberá realizar otra encomienda. Ha ocurrido en este
particular lo que a los caballos del hipódromo. Los pobres han envejecido tanto
que de saltos, carreras y jolgorios, más bien poco.
Como he elegido para el reencuentro (también rencuentro)
este Día Internacional de la Mujer, hacer el enésimo llamamiento a cierta
formación política progresista para una apuesta decidida en la candidatura de
2023; ahí, a la vuelta de la esquina. Cuántas veces lo habré escrito, mas ni
caso. Como siempre. Y se han perdido ya otros dos años. Pero desde cierto local
(no el inaugurado recientemente), ni señales de humo. Claro, el maldito virus.
Permítanme esta décima en la que sintetizo el cambio:
Permutaré La
Corona / por un modesto sombrero, / y con el cambio yo espero… / seguir
pintando la mona. / Porque hubo una persona / que, al verme este complemento, / expresó en
aquel momento / que al menos me serviría / la testa de guardería / por su
escaso rendimiento.
Lo manifesté antes: el que vale, vale. Otro día les
comentaré… Eso, otro día.
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