Tendremos que trasladarnos mucho más al sur. Y al este. Cuando
uno va a Elche (Alicante), lleva bien grabadas en su mente las secuencias de El
Huerto del Cura, fiestas de moros y cristianos, palmerales, museos, la Dama (aunque
se halle en Madrid)… Algo parecido a lo que ocurre cuando te llevan en viajes
organizados a lugares en los que te enseñan lo que interesa por motivos que pueden
ser ajenos a los que, a lo mejor, a ti no te importan tanto como aquellos que
sí visitarías en caso de ir por tu cuenta.
Pues hay un barrio ilicitano, La Puñalá, que podría
compararse (salvando las convenientes distancias) con la Cañada Real madrileña.
Un barrio –y ya el nombre se las trae– olvidado, marginado, sin las atenciones
debidas por parte de las instituciones, en el que las basuras proliferan (ver
la segunda foto) y donde la convivencia no constituye ejemplo a imitar. Y
dejamos los aspectos conflictivos de la drogadicción, trapicheos y otras
incidencias negativas (un apuñalamiento hace poco con tres menores implicados),
porque corresponde centrar el comentario en un suceso curioso. O indiscreto.
Iba cierta pareja (él y ella) dando un paseo, cuando un
paisano, con varias copas de más en el depósito del combustible, disparó sus
aerosoles en uno de sus excesos etílicos y piropeó a la fémina con ya te puedes
imaginar qué modales y con una falta de equilibrio más que evidente. Algo que
incomodó al acompañante, por lo que fue recriminado, ipso facto, el ebrio
lisonjeador, quien, lejos de amedrentarse, persistió en su arrebato belicoso y
pasó de las palabras a las manos. Mejor aún, a un enfrentamiento en toda regla.
En el fragor de la batalla, debió caerse el zalamero –normal
en las condiciones con las que resistía a duras penas los efectos del alcohol–
y (me lo quiero imaginar en posición de rodillas) mordió, con las mismas ganas
que se le hinca el diente a un filete demasiado hecho, aquel bulto que tuvo a
su alcance. Eso, en un sitio que duele de lo lindo. Del chillido que debió
lanzar el atacado en sus partes pudendas nada dicen las crónicas, sino de la
denuncia presentada y de los tres puntos de sutura que requirió la recomposición
del miembro.
Cundo leí la noticia, y al comprobar luego que Jesús Farráis
se refirió en su muro de Facebook a la tremenda chascada, me acordé de un
chiste:
Estaba cierto panadero tan enrollado con una de sus clientas,
que aprovechaba el recorrido diario para introducirse, subrepticiamente, en la
habitación de la dama vete tú a saber con qué ocultas intenciones. Dando por
hecho que el marido se hallaba en su puesto de trabajo, he aquí que el día de
marras y cuando ya se encontraba en la puerta del dormitorio con aquello (lo
que el borracho había mordido, para entendernos) en la mano (este oficio
requiere mucha prisa para que el material ─el otro, el del reparto– no se ponga duro), comprobó que en la
cama no estaba la destinataria (del pan y de lo que iba sujeto) sino el
cónyuge (algo pachucho y con fiebre), por lo que, sin cortarse lo más mínimo, le espetó: O me pagas el pan o
te meo la cama. Eso sí que es una elegante manera para salir de una situación
embarazosa y no la del bruto que clava los dientes sin miramientos.
Bueno, vienen unos días festivos. Tengo que preparar los
fuegos. Nos vemos el martes, que ya será 4 de mayo.