Presume mi pueblo, la Villa de Viera, de ostentar récords en
este capítulo fiestero. Y aunque uno ya anda renqueante en ánimos bailongos y
tenderetes varios, no puede obviar el que amplios sectores poblacionales
requieran amplias dosis de esparcimientos, con jarana incluida. Se dice que
cada cosa a su edad. Cuando uno transita por arriba del umbral de los setenta,
comprueba en propias carnes que ante aquel hecho de risa (un señor mayor que
tropieza, o se da un golpe contra una farola, y tú cuestionabas extrañado que
cómo era posible tanta torpeza), han cambiado las tornas para pasar a ser tú
mismo el protagonista. No, no me encuentro en estado pesimista a la enésima,
pero lo que está a la vista no requiere espejuelos. Qué sabios eran los
abuelos. Ahora menos. Aunque se presuma de poseer aún cierta agilidad, mental y
física, cada vez se recurre más a utilizar la marcha atrás. Para casi todo. Y
no te rías, que a mis años llegarás.
Se presentó días atrás el cartel de las Fiestas de Mayo. Que
volverán a estar marcadas por la emergencia sanitaria de la Covid-19, según
manifiesta el concejal del ramo. Lo hicieron en la presencia del ilustre
polígrafo nacido en la Calle del Agua. He escuchado que los artistas (los
autores del mismo) también tienen derecho a ganarse la vida. Faltaría más. No
será un servidor quien lo cuestione. Pero me pongo en el pellejo de don José de
Viera y Clavijo –presente, en espíritu, en dicho acto– y me temo que no debió
quedar contento. Claro, cuento a mi favor con la perspectiva histórica. Un
defensor acérrimo de la naturaleza, entre otras muchas facetas, se cuestionará
si este colectivo animal –y supuestamente racional– está haciendo bien la
tarea. Máxime ahora cuando toda precaución es poca.
Amén del gasto que la organización de los eventos virtuales
ocasiona (la cartelería juega un papel fundamental, no solo por la importancia
visual, sino por el desmedido afán del equipo de gobierno en lucir palmito;
Manolo ha creado escuela) en tiempos que los dineros se antojan escasos para
paliar tantas necesidades sobrevenidas, me pregunto si no estaremos invitando a
la población para que se desmadre aún más y traslade sucedáneos a recintos
cerrados –únanlos a las celebraciones de comunión características de esta época–
con el peligro evidente de contagios. Porque no estamos para echar más
voladores de los necesarios. Cuando redacto estas líneas en la tarde del
miércoles 21, acabo de echar una visual a los datos sobre el coronavirus que
publica el Gobierno de Canarias en su página web, y que el amigo Pancho G. Palmero
nos muestra cada día en su perfil de Facebook. En Los Realejos nos encontramos
con el panorama siguiente:
Como personal de riesgo dentro del rebaño, declaro con total
rotundidad que no estoy contento con la gestión que se lleva a cabo desde el
Consistorio. Un buen gobernante debe ser capaz de sopesar pros y contras. Y
aquí se anteponen intereses de mercadotecnia barata a las pautas que el sentido
común demanda. Cuando caigamos en una espiral hospitalaria de imprevisibles
consecuencias, recurriremos, como siempre, a buscar culpables allende nuestras
fronteras. Porque tampoco ha movido un dedo el Partido Popular realejero en
salir a la opinión pública para informar de los numerosos contagios en apenas
unos días. ¿Había cazadores de por medio? No obstante, la mayoría de realejeros
(más realejeras), abducidos (más abducidas) por candilejas y postureos, aun
sumergidos en la vorágine de los hidrogeles, aplaudirán a rabiar aunque
tengamos al bicho tocando en la puerta de nuestras membranas pituitarias. Somos
así. Y esos (más esas) que encomian y elevan a los altares al ausente, y le
atribuyen todos los logros habidos en esta villa desde el día de la
capitulación del pueblo guanche, especificarán en sus últimas voluntades,
momentos antes de que el virus haya provocado un daño irreversible en sus
pulmones, que pongan junto a su tumba la novela San Manuel Bueno, mártir. Que
así sea.
Acabo. Como se inundan las redes con lo de “Sentimos Mayo”,
me declaro insumiso y grito bien alto que me importa más el volver a sentirme
libre y poder viajar, hablar con los amigos sin miedos ni cortapisas, hacer la
comida de la promoción y volver a ser, en definitiva, el que era antes. Eso es
lo que siento. Y si los que sienten mayo me vuelven a jugar una mala pasada sin
que podamos salir del nivel 3, te juro que me voy a enfadar. Avisados quedan.
Lo siento.
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