lunes, 19 de abril de 2021

35. ¿Y si caminamos?

Estuve leyendo el pasado viernes una detallada información acerca de una interesante experiencia en la capital londinense. Se corta el tráfico en las calles donde se ubican más de 450 escuelas en una franja horaria que coincide con entradas y salidas de los recintos educativos. Para ello se despliega un dispositivo en el que, fundamentalmente, colaboran grupos de familiares voluntarios (padres de los alumnos y abuelos jubilados) –auxiliados, por supuesto por agentes de la autoridad– que colocan, o retiran, las vallas pertinentes en los momentos de inicio y final de los periodos en los que queda prohibido el tránsito de vehículos.

Las razones esgrimidas son varias. Se ha constatado un notable descenso en los accidentes debidos a la afluencia de vehículos y la acumulación de niños en calles y aceras. Porque, y harto sabido es, que todos pretendemos dejarlo en la puerta del colegio. Hecho que no es exclusivo de la capital inglesa. Y no es necesario salir de este pueblo para encontrar más ejemplos.

Aparte de que el tráfico por las calles aledañas se ha aligerado con la medida, se ha puesto, asimismo, de manifiesto que la salud de los escolares ha mejorado considerablemente, amén del significativo descenso en la problemática de la obesidad infantil. El que caminar es bueno, y lo recomiendan hasta los médicos, no creo que deba sorprendernos demasiado. Y es que el beneficio de ir a pie no admite contraindicaciones. Es uno de los pocos medicamentos que pueden presumir de ello.

Extrapolemos. Vengámonos a la Villa de Viera. Donde se lleva la palma el casco de Realejo Alto con los centros Nazaret y Pérez Zamora. Aunque no debemos olvidar San Agustín (Agustín Espinosa), Realejo Bajo (San Sebastián), La Montaña (Pureza de María) y, pienso que en menor medida, los institutos (Realejos y Mencey Bencomo). No estoy muy al tanto de la posible casuística en determinados barrios, pero no creo que exista tanta problemática.

Cuando me encontraba en activo, no ha tanto, observaba cómo nos hemos empeñado en acostumbrar a los pequeños a la papa suave. A darles todo hecho y criar inútiles. Le cargamos la maleta mientras ellos saltan, brincan y trepan por donde no deberían. Los llevamos de la mano hasta las mismas puertas de la universidad. Utilizamos el coche hasta para ir al baño. Si se forma una cola porque solo voy a parar un segundo –seguro que tú no lo has oído y soy yo el que estoy exagerando– no se te ocurra alzar la voz o tocar la pita. Te condenas para siempre jamás.

Ya no somos capaces de caminar 500 metros porque el niño (es siempre la disculpa) se roza todo, el pobre. Luego vamos a los pilates para mantenernos en forma. Coadyuvamos a mantener una sociedad hipócrita en grado sumo. Y de llevar la contraria a los modismos y veleidades –puede ser mi caso– te puede ocasionar más de un quebradero de cabeza por no querer acomodarte a las costumbres de la manada, del rebaño.

Si me encontrara en el pellejo de Manuel Domínguez (solo en el cargo de responsabilidad municipal, con el que iría servido), me sentaría con el equipo de gobierno y haría todo lo posible por buscar soluciones a esta situación. Que pasarían, indefectiblemente, por habilitar zonas de aparcamientos. Porque en este particular de los colegios ocurre como en lo del comercio, que la gente se va a las grandes superficies por razones obvias. Y si los quince no son capaces de arbitrar medidas para que los que salimos del pueblo a las nueve de la mañana no nos ahoguemos (de rabia incontenida) antes de llegar a Doctor González, consulten con los concejales de la oposición, siquiera por una vez, que lo mismo están dispuestos a echarles una mano. O las dos. Es ante escenarios de calado cuando se demuestran los mimbres de un buen gobernante. Porque no solo de postureos podemos vivir los realejeros. Que ya está bien. Los pluriempleos suelen acarrear estas graves consecuencias. A lo que unimos la notoria escasez de agentes en la plantilla policial, mientras un enchufado se lleva el sueldo de al menos tres oficiales que podrían estar patrullando y no rascándose el ombligo o esperando que lo llamen para una foto con los de Protección Civil, Bomberos Voluntarios o cualesquiera otros de los que sacan demasiadas castañas del fuego.

Cada vez se imponen más las denominadas guaguas lanzadera. Que transportan lo que cincuenta o sesenta coches de los que paralizan todo porque solo van a dejar al niño. Y el teórico segundo (que en realidad son quince o veinte) se va multiplicando por los bobos que deben aguardar pacientemente –entre ellos yo, y quizás tú también– y el último ya está parado en la Travesía del Pino. Si vienes, o sales, por otro lugar, súmate a la protesta.

Por favor, no me dejen en ascuas. Si soy yo el único que ve, y sufre, lo relatado en el escrito, háganmelo saber y sobre la marcha rectifico.

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