lunes, 12 de abril de 2021

29. Que se vacunen ellos

Cuántas veces lo habremos oído, ¿no? Se hace referencia, obviamente, a los políticos. Y los principales dardos, como no puede ser de otra manera, para los cabezas bien visibles. Si son presidentes, mejor. Aunque de quedarse el asunto en algún ministerio, tampoco quedaría mal el negocio. Porque desde que (todos) nos hemos convertido en peritos en vacunas y especialistas en pinchazos varios, no ganamos para sobresaltos. Y los medios de comunicación tradicionales (prensa, radio y televisión) se han sumado a los despropósitos de las redes sociales y cada día nos sorprenden con portadas en las que se da, de manera machacona, una patada a la mismísima ética profesional y mandan el sagrado concepto de la deontología a freír chuchangas (más en fino, espárragos).

Como lo que vende son las excepciones, venga a insistir en los efectos secundarios de las únicas soluciones para acabar con este maldito bicho. Hace unos días les comenté lo de mi alergia al levofloxacino. Un antibiótico (componente activo de las pastillas Tavanic) y que este pasado sábado me dediqué a leer las posibles reacciones ante su ingesta. No las reproduzco aquí por dos razones. La primera es que la información se halla al alcance de cualquier con un simple clic del ratón. O de pulsar con el dedo que te apetezca en cualquier otro dispositivo diferente al ordenador. Y la segunda, y tal vez más importante, porque si lo hubiese hecho, es tan larga la retahíla de posibles consecuencias adversas que perderías una semana en asimilar el cúmulo de contenidos y, para mi desgracia, unos cuantos lectores por pesado.

Aunque no sea un dechado de virtudes la política (gestión) de la UE en este particular, debido, sobre todo, a las reiteradas contradicciones a la hora de emitir sus comunicados, deberíamos ser conscientes de que esta pandemia nos cogió con el paso cambiado y ha venido a trastocar nuestros enfoques vitales de una manera radical. Y flaco favor hacemos, para salir del bache, con proclamas que surgen desde la más supina ignorancia. Insisto, a pesar de los fallos que cada día se cometen. Pero que vendrían a ser esos efectos secundarios (colaterales) con los que se tropiezan –y en los que tropiezan– quienes se enfrentan a una lidia complicada. Pero los que estamos viendo los toros desde la tranquilidad del sofá, en vez de erigirnos en salvadores de la patria, bien podríamos meternos por unos segundos en la piel de quien debe cortar el bacalao. A este paso, mejor sería suprimir escuelas, institutos y universidades porque nos basta con saber manejar un par de dedos y escupir –sí, llamemos a las cosas por su nombre– barbaridades. Incluso aquellos que luego se refugian en golpes de pecho, llamamientos a supuestos seres del más allá e iluminados por gracias divinas. Y bajo el barniz de la falsedad, madre mía, cuánta… Ya está.

La solución, por lo tanto, que se vacunen ellos primero. Para dar ejemplo, se añade. Y que las dosis suministradas a tan egregios personajes se hallen contaminadas con saliva de perenquén. Para que los infortunios caigan en grado superlativo. Vamos, hablando en plata, que se jodan. Pero si lo hacen, también les caerá la de San Quintín porque serán tildados de unos privilegiados que se aprovechan del cargo y tal y cual. ¿Ópticas? Ojalá fuera solo eso. Es, llana y simplemente, mala leche.

Lo peor, a mi modesto entender, es cuando estos procederes de los iluminados de turno se producen en las propias instituciones. Como no se pide superar examen de ingreso alguno, de vez en cuando se cuelan conspicuos y sabihondos ejemplares (‘leídos y escribidos’) en lugares donde se presupone existan mimbres adecuados para tomar decisiones de calado. Y ustedes también estuvieron al tanto, me consta, de cierto espécimen que sostuvo que no era muy descabellada la idea de que el planeta se siguiera calentando, pues con ello evitaríamos muchas muertes por frío. En fin, que unos grados más nos vendría bien para estar todo el día en la playa. Y lo dijo serio el caballero.

Luego me consolé con las declaraciones de cierto actor que se fue a vacunar porque prefería seguir vivo, aun a costa de cualquier jaqueca, a tener que pedir alojamiento, a pensión completa o con todo incluido, en las chacaritas. Así lo mencionábamos por estos lares para hacer referencia al cementerio de La Chacarita, en la capital argentina. Lo que hace la falta de ignorancia, que sostenía Cantinflas.

Cada español ha sido desde siempre un abogado en potencia. Ahora, asimismo, virólogo, epidemiólogo y consumado experto en analizar el esperma de los cangrejos del Amazonas. Si dependiera la gestión de esta epidemia de tales eminencias, la problemática se hubiese zanjado en veinticuatro horas. Vamos, que si me apuras, ni el virus hubiese nacido. En tiempos críticos, la estolidez hace su agosto. Somos tantos los analistas, que van a sobrar los laboratorios.

Puede que mañana te cuente algo más de las vacunas.

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