miércoles, 7 de abril de 2021

25. AstraZeneca

Estoy asombrado. Desde que hizo acto de presencia el nuevo bicho, cualquier anomalía surgida en torno a la salud de las personas, de manera automática, sin estudios ni análisis de ningún tipo y sin conceder el principio básico de la presunción de inocencia, se cargan tintas contra la Covid 19. Ya no existen los resfriados, ni el catarro ni la gripe. Tener unas décimas de fiebre, un simple dolor de cabeza o una jaqueca de las de toda la vida, un drama. Y como te dé algo de tos y te atragantes con un poco de flema… tranquilo, ya saldrán todos corriendo y te dejarán más solo que la una.

Hombre (o mujer), qué quieres que te diga. Yo también estoy asustado. La desgracia de estar encuadrado en el grupo de los septuagenarios me tiene bailando sobre la pata buena. Nos han dejado en medio de la tormenta perfecta. A veces pienso que nos puede la psicosis. Y de ello se aprovechan medios (y cuartos) de comunicación para hacer no el agosto, sino el verano completo. Que viven de hechos puntuales, a los que les añaden unos puñados de morbo con unos (¿o unas?) Rocíos apenas. Esto es como la calle con 99 bombillas encendidas y 1 apagada. ¿En cuál ponemos el foco?

Este pasado invierno no hubo ni un ingreso hospitalario por la tan temida gripe de años anteriores. Ni un fallecido. Por favor, si tú lo has escuchado o tienes constancia de mi error, no dudes en hacérmelo saber. Porque yo solo oigo que por ahora el enemigo es el invasor chino. De aquella, ni la A ni la Z.

No hay constancia científica de que la vacuna Oxford/Astrazeneca ponga sobre el tapete más efectos secundarios que otro medicamento cualquiera. ¿O ya no leemos los prospectos? ¿Hemos corrido tupido velo al contenido del extensísimo folleto? Parece ser que sí. Y corresponde cargar tintas contra un nuevo enemigo. Que, el muy bandido, ha causado estragos en una muestra tan insignificante de vacunados, que haría el ridículo más espantoso ante cualquier antibiótico que requiere la acción de los protectores de estómago. Que sí, carajo, porque nos olvidamos que te curan de cualquier infección bacteriana, pero te revientan el depósito de los alimentos. Y luego, cuando estés pachucho, mustio y consumido, vuelves a la consulta y te dicen que el causante es un virus que anda. Oriental o nórdico, qué más da.

Pienso, honradamente, que el exceso de información –desinformación, en suma– origina demasiados quebraderos de cabeza. Y como ya todos sabemos de todo –las cátedras se adquieren con dos pinceladas en las redes sociales– nos creemos en el derecho de salir a lucirnos, demostrando conocimientos tan inconsistentes como los me gusta del bien quedar. Y espetamos con alegría desmedida: Yo no me vacuno, ni loco. En tal o cual lugar tuvo un trombo uno de los veinte millones y… ¿Y qué? ¿Suspendemos la campaña de vacunación y privamos al 99,999% de ciudadanos de la posibilidad de volver a la normalidad cuanto antes porque te correspondió ser la excepción que confirma la regla?

Antes de operarme de hiperplasia benigna de próstata (vamos, que la susodicha creció lo que no debía y más) estuve tomando unas pastillas (Tavanic), cuyo principio activo (levofloxacino) me cayó como una patada en el testículo izquierdo (presumir de los dos a estas alturas de la vida queda mal visto) y me salieron erupciones (ronchas) hasta donde no estaba escrito. Pues nada, me tocó ser otro conejillo de Indias con respecto a los efectos adversos, pero aquí estoy destupido y meando con sumo deleite y tranquilidad. Vaya lo uno por lo otro. ¿Y si te mueres? No, aquí te vas a quedar haciéndole la competencia a un tal Matusalén (969 años según la Biblia).

Esta pandemia nos está enseñando muchas cosas. Pero la principal, entiendo, es que ha desaparecido el resto de enfermedades. Que sí, claro que no es verdad, aunque seguro que tú también lo has pensado más de una vez porque solo hablamos del coronavirus. Y de seguir desconfiando, como van a llegar muchas más vacunas (otras marcas, me refiero; en este artículo no entra lo del negocio) dentro de poco, a todos los que coja la policía con fiestas y diversiones varias, en vez de ponerles una multa –que a lo mejor no pagan– a inyectarles AstraZeneca. Y al que proteste, cuatro dosis.

Mientras, sigo esperando el mensaje. Porque yo sí me vacuno.

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