miércoles, 14 de abril de 2021

31. Prepotencia

Todos los que figuran en la foto son miembros de la corporación realejera. Desde el que porta el bastón de mando, hasta el último en el número de votos ciudadanos. Sin excepción de ningún tipo. Con las mismas obligaciones a las que se comprometió cuando juró (o prometió) el cargo a ostentar durante el presente mandato (hasta mayo de 2023), pero, también, con idénticos derechos. El velar por los intereses de cuantos habitamos esta Villa de Viera no es privativo de los componentes del grupo de gobierno. Porque el fiscalizar los posibles desmanes de los que ostentan mayoría absoluta en el consistorio, es algo tan legítimo como el de cobrar un generoso sueldo por desempeñar una concejalía en dedicación exclusiva. O a tiempo parcial. Es más, me atrevería a sostener que mucho más honrosa es la misión de los que no tienen responsabilidad alguna en la administración de la cosa pública, porque el tiempo dedicado a tan noble quehacer, restado de aquel que debería ocupar su descanso personal, no lleva aparejada compensación económica.

Reconozco no ser un asiduo de las sesiones plenarias. Puede que haya quedado saciada tal apetencia en épocas pasadas. Pero, muy de vez en cuando, vislumbro, por esos vericuetos de la internet, pasajes audiovisuales que no me gustan nada. Donde se palpa la prepotencia de quienes no aceptan notas discordantes. Y los episodios de las unanimidades, derivadas del ordeno y mando de tan tristes recuerdos, creía un servidor superados para siempre jamás. Craso error. Se atisban demasiados tics autoritarios por parte de quienes, amparados en meras cuestiones de número, no son capaces de reconocer que otros, siquiera por equivocación, pueden tener razón en sus planteamientos.

He sostenido desde siempre –y ahí están colgados cientos de artículos en este y anteriores soportes en los que plasmo por escrito opiniones a vuelapluma– que no es este PP realejero diferente de aquel del Aznar abusador y echado pa´lante de su segundo mandato (2000-2004). Porque por mucho que se intenten disfrazar con sus aparentes buenos modos y tácticas del bien quedar, subyacen convulsiones que afloran, poniendo sobre el tapete reminiscencias de lo que han mamado ideológicamente. Recuerden, el manual de instrucciones. Caen los disfraces de mansos corderos y aparecen los instintos del mamífero carnicero, semejante a un perro grande, pelaje de color gris oscuro, cabeza aguzada, orejas tiesas y cola larga con mucho pelo, salvaje, gregario y que ataca al ganado. O al rebaño, que se estila ahora. O a la oposición, ya puestos.

¿Exageras? Ni tanto así. Aquí, en mi pueblo, el grupo gobernante no acepta que esa oposición sugiera lo más mínimo. Se pretende acallar su voz mediante el comentario descalificatorio y el intento de ridiculizar sus intervenciones. Deben ser esos seis concejales unos ineptos de tomo y lomo ante la sapiencia y brillantez de los quince restantes. Basta escuchar bastantes de sus prédicas, y compararlas con las citas textuales que ponen en sus bocas las notas de prensa institucionales, para desengañarte. O morirte de asco. O de risa. Podría contar lo de haigan, vaigan o La Gorgolana. ¡Ay!, bien harían en mirarse algo más en el espejo. Hagan como su jefe, que lo hace unas veinte veces al día para su autocomplacencia. Mecachis, que guapo soy, decía Arniches.

Lo malo es que son víctimas de sus propias contradicciones. Y resbalan estrepitosamente. Porque al copiar las propuestas ajenas –eso sí, pasado un tiempo prudencial para que los suspicaces, como yo, no le reprochen nada– demuestran su total ineficacia, el coste desmedido y la merma de las arcas públicas. Pero como saben aprovechar los medios a su alcance –incluso aquellos que son de todos y no de su exclusivo uso– los voceros de turno bien se encargan de amplificar hasta las nimiedades más increíbles. Sigue vigente la venta de humo. Y si para tal menester es preciso escachar, o ridiculizar, al adversario político, nada que objetar.

Es el respeto sinónimo de miramiento, consideración, deferencia. Me da que son conceptos muy alejados de quienes tiran la piedra y esconden la mano, de quienes te abrazan y ocultan el puñal en su espalda, de los que te dan el beso pero en realidad quieren morderte la oreja.

La falsedad, la hipocresía, la apariencia, en suma, el disfraz. Se ha impuesto un modus operandi más propio de otros regímenes. Pero mi pueblo –no creo que ninguno de los prepotentes lo sienta más que yo– no podrá seguir siempre durmiendo. Despertará. Seguro. Y caerán palmeras altivas y orgullosas. No les voy a desear que se dediquen a barrer, porque ese oficio es mucho más noble que el que algunos ejercen –es un decir– desde sus poltronas. Aunque mucho peor pagado y con horarios mucho más intempestivos.

Sí, las apariencias engañan.

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