Como soy consciente de la inquina de muchos hacia Pedro Luis
Cobiella por el supuesto trato de privilegio de la sanidad pública canaria hacia
sus centros, dejo constancia del hecho en el primer párrafo para que caigan también
sobre este osado articulista los teniques que menester fueren.
Pues sí, soy uno más de los ‘matriculados’ en Muface
(Mutualidad General de Funcionarios Civiles del Estado), organismo autónomo que
gestiona todo lo relacionado con las prestaciones sociales: sanidad,
jubilación, ayudas por hijos, etc. Y que concierta con entidades aseguradoras
(en mi caso, Adeslas) para que seamos atendidos en caso de ponernos pachuchos.
Para lo que debemos acudir a los centros estipulados en el correspondiente
cuadro médico. Como uno transita desde hace unos años por el colectivo de los
jubilados, señalar que pagamos el mismo porcentaje que cuando estábamos en
activo por nuestros medicamentos. Creo que anda por el 30%.
Así que, como te iba indicando, el pasado jueves me llamó un
buen amigo (Francisco –más conocido por Pancho– García Palmero) para indicarme
que ya era posible pedir cita en el lugar que se dejó consignado al principio.
Hecho que, al día siguiente, me fue ratificado por el mismo centro hospitalario
a través de la correspondiente llamada telefónica. Como se trata de dar
agilidad a este proceso de vacunación para salir lo antes posible de esta anómala
situación –y retomar los viajes del Imserso, por qué no decirlo– bien que me
parece el que se habiliten todos los canales posibles y así acortar los
periodos de espera.
No constituye, por lo tanto, una novedad el que sea en una
clínica privada donde los mutualistas hayamos acudido para el pinchazo de
rigor. Y, además, como aún no nos han englobado en eso de la receta electrónica,
los que estamos sujetos a una medicación permanente (la hipertensión o el colesterol,
verbigracia, suelen provocar esos inconvenientes) acudimos con cierta
frecuencia a ‘repetir’. Y lo hacemos, asimismo, en centros médicos privados,
como puede ser Tucán o La Villa. O en caso de apuro, ir a hablar con Anselmo.
En el pueblo nos entendemos.
He sufrido la desgracia –o la suerte, según la óptica– de
haber sido intervenido quirúrgicamente en tres ocasiones. Y todas después de la
jubilación. En activo, qué suerte tuvo el patrón, muy pocas bajas. Te cuento:
a) El 8 de febrero de 2012 me quedé trancado. Vamos, ni
gota. La hiperplasia prostática –ya el urólogo me lo había advertido en
repetidas ocasiones– me jugó la mala pasada definitiva. Sondado hasta el 20 de abril,
día en que el doctor Sánchez Clavero, en Hospiten Rambla, lleva a cabo la
operación denominada Adenomectomía retropúbica tipo Millin. Así me liberan de
unos 80 gramos que sobraban, con lo que la susodicha volvió a su tamaño normal.
Una semana de hospitalización. Para entretenerme durante los días en que estuve
con más tuberías puestas que las que vemos en los terrenos agrícolas por esos
sures, unas décimas (bastantes) que ya publiqué años atrás.
b) El 1 de junio de 2016, mientras regaba unas hortensias en
Las Abiertas, se me fue la pata –o las dos– y volé, sin parapente ni
paracaídas, unos cinco metros, en dos etapas, primero tres y luego seguí el
descenso otros dos más. Resultado: dos fracturas, calcáneo y fémur –casi cadera–
en pierna derecha. Desde ese momento no he vuelto a votar al PP. Operación para
el bonito clavo de titanio, con sus dos elegantes tornillos, que ahora luzco en
las radiografías –y que no pitan cuando paso por el arco de los aeropuertos– en
Hospiten Bellevue. Dos semanas de hospitalización y largo proceso de
recuperación desde silla de ruedas, a muletas, rehabilitación y todo eso.
c) El 20 de junio de 2018, nuevamente al quirófano por culpa
del ombligo. Yo que pa´dentro y él que pa´fuera. Ganó el susodicho y hubo que recomponer
la hernia umbilical mediante la malla de rigor. Apenas 24 horas en Hospiten
Bellevue de nuevo.
Así que, estimados amigos y lectores, al igual que la
vicepresidenta Carmen Calvo, soy un afortunado de la sanidad privada. Y a la
familia Cobiella debo el estar medio recompuesto. Y a Pedro Luis, en concreto,
el que haya echado una mano cuando el nacimiento de mis hijos. Lo de las fechas
precitadas no es que disponga de una memoria prodigiosa, sino que soy uno más de
los maniáticos que lo apuntamos todo. Hasta más ver.
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