Menuda tristeza me causó la noticia de que somos orgullo
mundial con las ruinas de la elevación de aguas de (La) Gordejuela. Lugar que
bien conozco porque los que nacimos pobres (ya circulamos más desahogados),
tuvimos que compaginar trabajos veraniegos con los estudios de Bachillerato en
el Colegio San Agustín. Y a los trece años bajé por aquellas escaleras más
latas de aceite para los motores que pelos me quedan ahora en la testa. ¡Ah!,
eso de La Gordejuela, que ahora leo y escucho, constituye una novedad para
quien estos renglones suscribe. Pero historiadores hay en el pueblo para
aclararlo mucho mejor que este juntador de letras. Y el reportaje que pudimos
ver en la televisión canaria –en el programa Una hora menos– me pareció de lo
más pobre que me he tirado a la cara en las varias décadas de existencia.
Incluyo la minúscula entrevista a Jorge Acevedo, representante de los actuales
propietarios, quien se habrá dicho que si para aquella pantomima les abrió la
puerta a fin de que accediesen al recinto. Aclaro que se encuentra cerrado a
cal y canto por aquello de la golfería. Ya pudieron haber incluido la foto de
Agustín Espinosa y no el vídeo del loco que se paseó, arriesgando su integridad
física, por lo alto de las maltrechas paredes. Tampoco, entiendo, se le puede
exigir más a una emisión en la que se buscan más el sensacionalismo y la
bobería que asuntos de enjundia cualificada. No obstante, si quieren repasar
algo del cómo se llevó a cabo la construcción de lo que constituyó un hito de
la arquitectura e ingeniería en aquel entonces, y están dispuestos a
culturizarse un fisco, los invito a que acudan al blog Pepillo y Juanillo (https://pepilloyjuanillo.blogspot.com),
donde encontrarán una serie de diez entradas, a partir del 10 de agosto de
2011, que recogen lo publicado en la prensa de la época. De nada. A mandar.
Concluyo con otra bobería a modo de pregunta. Claro, si no
sé hacer otra cosa. ¿Creen ustedes que la libertad de expresión es un derecho
sin límites? Ante los conflictos que se plantean, sobre todo (que no sobretodo)
en el uso desaforado de las redes sociales o los vituperios de los golfos de las
ondas, los tribunales se vienen decantando por no considerarlo como preferente
en los supuestos de injurias y calumnias, en suma, insultos. Y es que algunos
pretenden recurrir al todo es válido, siempre y cuando el vapuleado acepte
impertérrito la lluvia de improperios y no ose, en justa reciprocidad, tocarle
los bemoles al vilipendiador. Ahí lo dejo, a la consideración de mis cuatro
lectores, al decir de los interfectos.
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