Viene lo anterior a cuento del partido que el Barça jugó en
París en su visita (la vuelta, que se dice) al PSG. Porque, parece ser, aquí, mejor,
en Cataluña (iba a escribir territorio patrio, pero me contuve por si acaso
eche a perder las negociaciones para la formación del futuro Govern) un tal
Kylian Mbappé metió la pata donde no debía. Y me han dicho que por tres veces.
Leo y escucho que no pudo ser, que la remontada no fue
posible por culpa del portero del equipo francés. Fue tal el atrevimiento del
señor Keylor Navas que incluso paró un penalti al todopoderoso Lionel Andrés
Messi Cuccittini. Y eso, al decir de los sesudos analistas, no se hace. El
exmadridista se pasó en su presunta animadversión a los culés. Tenía que
haberse tirado hacia el otro lado y dejar que el Barça marcara el segundo para
afrontar la segunda parte con mayores garantías de éxito.
Se pregunta este rebenque de la platanera si los equipos de
fútbol no fichan a los cancerberos para tal cometido, a saber, armar, con la
inestimable ayuda de sus defensas, un parapeto por el que el balón no se cuele.
De hacer lo contrario, quiero imaginarme que el futuro del susodicho deberá
presentarse más negro que los sobacos de un grillo.
Es más, demos la vuelta a la tortilla y pensemos cuántas
veces Ter Stegen no ha hecho exactamente lo mismo en abundantes partidos. No
suelo aguantar sino unos minutos delante del televisor en las retransmisiones
de este deporte. Pero he podido comprobar que el teutón se ha convertido en un
auténtico muro ante los delanteros rivales y ha salvado al club catalán de
cantadas derrotas. ¿O no?
Humildemente creo que todo este maremágnum se produce para
tenernos entretenidos. Son tantos los programas deportivos y tantos los canales
de ¿información? que los periodistas (si es que acaso lo son) pierden el tiempo
en divagar cuanto más se pueda e irse, como suele manifestarse, por los cerros
de Úbeda. Porque el deporte no es ajeno a la actual dinámica de la distracción,
de la evasión. El examen profundo de la realidad exige esfuerzos. Y estos no
están al alcance de todos. Ocurre exactamente igual que en la política. Es la
eterna teoría de los vasos comunicantes.
Lo siento por Laporta, que no tuvo un estreno exitoso. Como
le pasará a Florentino en un no muy largo plazo con algún que otro revés. Todo
cambia, nada es eterno. En estos tiempos de pandemia, reconozcámoslo, han sido
los colchoneros los que mejor se han adaptado a las circunstancias. Y los
demás, a llorar a la plaza. Pero, tranquilos, las tornas cambian. Siempre ha
sido así, no nos extrañemos.
¿Cómo? ¿Que esto no ha acabado aún? Pues yo pensaba que sí.
Por supuesto, el que ríe el último y tal y cual. Pues nada, a seguir aguantando.
¿En junio? ¿Tan tarde? ¿Estaremos para ese entonces ya vacunados? Porque yo
estoy preocupado. Paso de los setenta y no me han llamado. Y cuando veo a los
futbolistas con besos y abrazos para celebrar un gol, me dan unos escalofríos
de órdago. Por eso aplaudo a los Keylor, Ter, Oblak, Courtois y demás. Evitan
contagios. Y no estamos para bromas.
Como mencioné el mes de junio, qué graciosa la propuesta de
Podemos. Deja para ese mes de comienzos del verano la decisión de abandonar el
Pacto de las Flores si el PSOE sigue empeñado en el nombramiento de Blas Acosta.
Que rápido se adaptan los asamblearios a la nueva normalidad. ¿O al echadero?
Son tantas las cosas que pueden pasar en tres meses que donde dije… Tranquilos
que mientras Pita y Santana sigan ocupando onerosos cargos, y guardando las
debidas distancias, pelillos a la mar. Aunque tengan razón en criticar la
maniobra socialista. A la que procede aplicar lo de la mujer del César.
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