“Noticia importante. Como resultado del artículo que vió la
luz pública en estas mismas columnas, en 2 del actual, titulado «El Ferrocarril
de circunvalación de Tenerife», debido á la pluma de nuestro estimado amigo y
colaborador, de Guía de esta isla, Manuel Alvarez Hernández (M. Zalvela) ha
recibido éste una carta de una distinguida personalidad de Barcelona,
pidiéndole el mayor acopio de datos para el estudio del tendido de la vía
férrea en Tenerife, estudio que ha de someter al criterio de importantes
capitalistas de la opulenta ciudad catalana, deseosos de colocar su dinero en
empresas de gran magnitud.
Cuando el expresado amigo reciba nueva carta de Barcelona,
que espera dentro de algunos días se procederá á hacer la oportuna información
conducente á tal fin en los pueblos de la isla, y para lo cual es de esperar
que presten su concurso más decidido las personas amantes de este país”.
También en La Prensa,
17 de junio de 1911, página 2 (aclaro que, por supuesto, la negrita es mía):
En el artículo El observatorio del Teide, firmado por
Eusebio Jiménez Lluesma, teniente coronel de ingenieros, se inicia con el
siguiente párrafo: “Estudiaba yo el año 1.893 todo lo relativo a la isla de
Tenerife, porque trabajaba en el
proyecto de ferrocarril de Santa Cruz á la Orotava. Y al estudiar el
desarrollo que podía tener la vida tinerfeña, no pude menos de fijarme en lo
que el porvenir reservaba, en su aspecto científico, al interesante valle de la
Orotava, que podrá sería primera estación biológica del mundo civilizado, y
pensaba también en el gigantesco Pico de Teide, que reúne condiciones
especiales para una estación meteorológica”.
Otro interesante y detallado artículo de Manuel Álvarez
Hernández, a dos columnas, y titulado, en grandes caracteres, El turismo y el
ferrocarril de circunvalación, lo publicó La
Prensa, el 6 de febrero de 1912, página 1. Que dos días más tarde (8 de
febrero) dio lugar al comentario del periódico con el que se inició esta
aventura (ver post número 241, que publiqué el pasado martes) en la que con
sumo gusto me he embarcado y, convencido me hallo, que a más de uno de mis
estimados lectores enganchará siquiera sea por comprobar cómo se dejan pasar
oportunidades y cómo nos enfrascamos ahora en discusiones que hace más de un
siglo fueron noticias de portada. Parece que no aprendemos. Porque de estas
lecturas, conclusiones pueden extraerse bastantes. Lo transcribimos:
“En la actualidad, las energías isleñas se ejercitan casi
exclusivamente en el cultivo de la tierra, lo que tiene por causa los elevados
precios que obtienen nuestros productos en los mercados de Europa; pero
nosotros entendemos que no toda la riqueza está en la fecundidad del suelo y
que, cual corresponde á un país verdaderamente emprendedor, es ya hora de ir
buscando nuevas orientaciones, entre ellas el fomento y desarrollo del turismo.
Claro está que esto no es obra de un año ni de dos; pero,
¿quién duda que á la postre habremos de encontrar justas y espléndidas
compensaciones en la explotación de este nuevo é inagotable manantial de la
riqueza isleña?
Distintas veces ha agitádose esta idea en el raquítico
ambiente de las escasas actividades canarias, en pro del bien público y de los
intereses colectivos, mas otras tantas la hemos visto caer lacia, infecunda, en
el polvo de un estéril olvido.
Ahora bien, cuantas ocasiones se ha intentado afrontar el
asunto se ha hecho sin una base, sin un concierto que obedeciera á un plan
amplio y meditado, sino que todo se ha reducido á proponer la celebración de
tal ó cual festejo, de tal ó cual sport
en esta y otra época del año, como medio de atraer al extranjero, pero aun sin
pensar que ese programa, aunque pequeño, había que rodearlo de todas las
comodidades imaginables, sin las cuales, el turista que viaja á placer no había
de aventurar un solo paso.
Para la realización de este pensamiento tenemos á nuestro
favor la benignidad del clima, las bellezas naturales de la tierra y la
admirable constitución volcánica del suelo de esta isla: el trabajo corresponde
á las comodidades de que hablamos, y que consisten, principalmente, en las
fáciles y rápidas comunicaciones: esto, que es lo esencial, requiere tiempo y
preparación, lo demás, todo programa para festejar y distraer al turista, nos
parece todavía prematuro, pues mientras no tengamos un completo y bien montado
servicio de locomoción del que salga bien impresionado el viajero, creemos que
no debe apelarse al anuncio mundial.
Por otra parte, parece ser creencia general que para atraer
á los extranjeros basta con ofrecerles para campo de sus deportes el pequeño
espacio que media entre Santa Cruz y la Orotava. ¿Porqué? Porque es allí donde
se levantan nuestras más importantes poblaciones. Esta es una razón muy
atendible por distintos conceptos, pero no la consideramos exclusiva del
asunto.
Los viajeros, al poner rumbo á Tenerife, unos ya huyendo del
hastío que produce la vida de las grandes urbes, ya para reparar fuerzas
debilitadas en el gran mundo de los negocios, han de venir aquí á
familiarizarse en campo abierto con la Naturaleza: á aspirar nuestras brisas
ribereñas; á dormitar bajo la sombra de nuestros bosques; á bañarse en los rayos
de un sol tibio y sabroso; á embriagar su olfato en los perfumes de la flora
canaria; á recrear su vista en el polícromo atavío de nuestros valles... Otros,
á curiosearlo todo: desde la nívea frente del Echeide gigante, hasta las
menudas arenas que bañan dulcemente las playas rumorosas.
Grande es la belleza, aún no bastantemente ponderada, del
valle de Orotava, pero no debemos de olvidar ni un momento que sólo aquél no
basta para dar al viajero el complemento de la emoción estética, que está en el
contraste, pródigo en nuestro país, en cambios bruscos y en alternativas
brillantes. Es, pues, necesario que el turista, á través de toda la Isla, venga
á admirar también estos hondos barrancos que abrieron en otros tiempos los
grandes torrentes; estas enormes moles de piedra, unas sobre otras, que parecen
haber bajado, sobre un lecho de fuego, rodando de las enhiestas cumbres; las
huellas aún frescas, á través de los siglos, de violentas erupciones
volcánicas, pero que traen á nuestra mente el recuerdo de otras edades, de
épocas legendarias, y nos parece ver cómo otras generaciones y otras razas,
animadas en nuestra fantasía, huyen despavoridas en presencia del dantesco
fenómeno; nuestros terribles abismos, perdidos allá abajo, en lo ignoto, y que
nos hablan de plutónicas leyendas; las rocas de la costa, evocadoras de la
tradición, del cataclismo, del recuerdo de un continente hundido de súbito en
el fondo de los mares...
(continuará)
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