lunes, 14 de febrero de 2022

245. Ferrocarril de circunvalación (5)

Seguimos con la secuenciación histórica (cronológica) del interesante particular que nos concita. La publicación de los dos extensos artículos, que conformaron las entregas de la pasada semana (1 a 4), dio lugar a un sugerente movimiento periodístico: Así, en La Prensa, 30 de mayo de 1911, página 2:

“Noticia importante. Como resultado del artículo que vió la luz pública en estas mismas columnas, en 2 del actual, titulado «El Ferrocarril de circunvalación de Tenerife», debido á la pluma de nuestro estimado amigo y colaborador, de Guía de esta isla, Manuel Alvarez Hernández (M. Zalvela) ha recibido éste una carta de una distinguida personalidad de Barcelona, pidiéndole el mayor acopio de datos para el estudio del tendido de la vía férrea en Tenerife, estudio que ha de someter al criterio de importantes capitalistas de la opulenta ciudad catalana, deseosos de colocar su dinero en empresas de gran magnitud.

Cuando el expresado amigo reciba nueva carta de Barcelona, que espera dentro de algunos días se procederá á hacer la oportuna información conducente á tal fin en los pueblos de la isla, y para lo cual es de esperar que presten su concurso más decidido las personas amantes de este país”.

También en La Prensa, 17 de junio de 1911, página 2 (aclaro que, por supuesto, la negrita es mía):

En el artículo El observatorio del Teide, firmado por Eusebio Jiménez Lluesma, teniente coronel de ingenieros, se inicia con el siguiente párrafo: “Estudiaba yo el año 1.893 todo lo relativo a la isla de Tenerife, porque trabajaba en el proyecto de ferrocarril de Santa Cruz á la Orotava. Y al estudiar el desarrollo que podía tener la vida tinerfeña, no pude menos de fijarme en lo que el porvenir reservaba, en su aspecto científico, al interesante valle de la Orotava, que podrá sería primera estación biológica del mundo civilizado, y pensaba también en el gigantesco Pico de Teide, que reúne condiciones especiales para una estación meteorológica”.

Otro interesante y detallado artículo de Manuel Álvarez Hernández, a dos columnas, y titulado, en grandes caracteres, El turismo y el ferrocarril de circunvalación, lo publicó  La Prensa, el 6 de febrero de 1912, página 1. Que dos días más tarde (8 de febrero) dio lugar al comentario del periódico con el que se inició esta aventura (ver post número 241, que publiqué el pasado martes) en la que con sumo gusto me he embarcado y, convencido me hallo, que a más de uno de mis estimados lectores enganchará siquiera sea por comprobar cómo se dejan pasar oportunidades y cómo nos enfrascamos ahora en discusiones que hace más de un siglo fueron noticias de portada. Parece que no aprendemos. Porque de estas lecturas, conclusiones pueden extraerse bastantes. Lo transcribimos:

“En la actualidad, las energías isleñas se ejercitan casi exclusivamente en el cultivo de la tierra, lo que tiene por causa los elevados precios que obtienen nuestros productos en los mercados de Europa; pero nosotros entendemos que no toda la riqueza está en la fecundidad del suelo y que, cual corresponde á un país verdaderamente emprendedor, es ya hora de ir buscando nuevas orientaciones, entre ellas el fomento y desarrollo del turismo.

Claro está que esto no es obra de un año ni de dos; pero, ¿quién duda que á la postre habremos de encontrar justas y espléndidas compensaciones en la explotación de este nuevo é inagotable manantial de la riqueza isleña?

Distintas veces ha agitádose esta idea en el raquítico ambiente de las escasas actividades canarias, en pro del bien público y de los intereses colectivos, mas otras tantas la hemos visto caer lacia, infecunda, en el polvo de un estéril olvido.

Ahora bien, cuantas ocasiones se ha intentado afrontar el asunto se ha hecho sin una base, sin un concierto que obedeciera á un plan amplio y meditado, sino que todo se ha reducido á proponer la celebración de tal ó cual festejo, de tal ó cual sport en esta y otra época del año, como medio de atraer al extranjero, pero aun sin pensar que ese programa, aunque pequeño, había que rodearlo de todas las comodidades imaginables, sin las cuales, el turista que viaja á placer no había de aventurar un solo paso.

Para la realización de este pensamiento tenemos á nuestro favor la benignidad del clima, las bellezas naturales de la tierra y la admirable constitución volcánica del suelo de esta isla: el trabajo corresponde á las comodidades de que hablamos, y que consisten, principalmente, en las fáciles y rápidas comunicaciones: esto, que es lo esencial, requiere tiempo y preparación, lo demás, todo programa para festejar y distraer al turista, nos parece todavía prematuro, pues mientras no tengamos un completo y bien montado servicio de locomoción del que salga bien impresionado el viajero, creemos que no debe apelarse al anuncio mundial.

Por otra parte, parece ser creencia general que para atraer á los extranjeros basta con ofrecerles para campo de sus deportes el pequeño espacio que media entre Santa Cruz y la Orotava. ¿Porqué? Porque es allí donde se levantan nuestras más importantes poblaciones. Esta es una razón muy atendible por distintos conceptos, pero no la consideramos exclusiva del asunto.

Los viajeros, al poner rumbo á Tenerife, unos ya huyendo del hastío que produce la vida de las grandes urbes, ya para reparar fuerzas debilitadas en el gran mundo de los negocios, han de venir aquí á familiarizarse en campo abierto con la Naturaleza: á aspirar nuestras brisas ribereñas; á dormitar bajo la sombra de nuestros bosques; á bañarse en los rayos de un sol tibio y sabroso; á embriagar su olfato en los perfumes de la flora canaria; á recrear su vista en el polícromo atavío de nuestros valles... Otros, á curiosearlo todo: desde la nívea frente del Echeide gigante, hasta las menudas arenas que bañan dulcemente las playas rumorosas.

Grande es la belleza, aún no bastantemente ponderada, del valle de Orotava, pero no debemos de olvidar ni un momento que sólo aquél no basta para dar al viajero el complemento de la emoción estética, que está en el contraste, pródigo en nuestro país, en cambios bruscos y en alternativas brillantes. Es, pues, necesario que el turista, á través de toda la Isla, venga á admirar también estos hondos barrancos que abrieron en otros tiempos los grandes torrentes; estas enormes moles de piedra, unas sobre otras, que parecen haber bajado, sobre un lecho de fuego, rodando de las enhiestas cumbres; las huellas aún frescas, á través de los siglos, de violentas erupciones volcánicas, pero que traen á nuestra mente el recuerdo de otras edades, de épocas legendarias, y nos parece ver cómo otras generaciones y otras razas, animadas en nuestra fantasía, huyen despavoridas en presencia del dantesco fenómeno; nuestros terribles abismos, perdidos allá abajo, en lo ignoto, y que nos hablan de plutónicas leyendas; las rocas de la costa, evocadoras de la tradición, del cataclismo, del recuerdo de un continente hundido de súbito en el fondo de los mares...

(continuará)

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