Me cae simpático Francisco y algunas de sus afirmaciones me
han parecido pertinentes. Lo que no significa que esos supuestos rasgos de
aperturismo me hayan provocado oleadas de fervor incontenido. Porque ya se sabe
que del dicho al hecho va muy fuerte trecho. Y a estas alturas de la vida no
creo hallarme en condiciones para la reconversión. Pero volvamos al quid de la
cuestión.
No sé qué opinarás tú, pero cada vez que lo columbro por la
tele se me antoja verlo decaído, cansado. Y lo mismo él también se ha
percatado, lanzándose a tumba abierta ante el peligro. Si yo salgo a
caminar por la mañana y voy huyendo del
que viene en sentido contrario, me asombró que el Papa cometiera tantos
deslices en este último viaje pontifical. Lo mismo se está probando y tentando a
la suerte. Pues no parecería lógico, en el hipotético caso de que esté pensando
en dejarlo, que llegásemos a tener un trío en el Vaticano. En España somos
conscientes de los problemas que suelen causar los eméritos. Y ahí lo dejo, que
doctores tienen las iglesias. Sí, las tres monoteístas que confluyen en el
lugar visitado. Cosas de Abraham.
Al igual que ocurrió con Francisco, ya lo esbocé antes, son
demasiados los que me tropiezo cada día cuando salgo en busca de la aventura de
los diez mil pasos. Maldito móvil. Y como no hemos establecido direcciones
obligatorias en los circuitos del colesterol, los tropiezos y desvíos son
frecuentes. Se me ocurre, por ejemplo, que en la autovía (desde El Castillo
hasta La Vera), deberíamos caminar en sentido contrario al que llevan los
automóviles. Los que vayamos hacia el Naciente, por la parte de abajo, costado
Norte. Por la izquierda, para ver a los motorizados de frente. Así tendríamos
unos metros a lo ancho para separarnos cuando te percates de que viene un
ciclista o uno que va con más prisa que tú. Que suelen ser los que no llevan
mascarilla. Amén del listo de la película que la porta para guardarse la
barbilla y se la sube cuando está a dos metros de ti. Y siempre que lo mires
con malos ojos, que si no, ni caso. En el otro sentido, obviamente, por el
costado Sur, que no hay peligro, porque el Parque de la Higuerita está cerrado.
Yo sigo asustado y como no me llaman para la vacuna, vivo
sin vivir en mí. No, teresiano no estoy, pero medio acojonado, sí. Y los
números del incremento diario no invitan al jolgorio, precisamente. Máxime
cuando el asunto de las vacunas camina por la senda de la turbidez. Ni siquiera
ante un drama de tal calibre, las multinacionales dejan de pensar en el
negocio. Y las ventas al mejor postor siguen marcando la pauta. Todo se
solucionaría si esas multimillonarias ayudas que se barajan viniesen
directamente a nuestros bolsillos. Así podríamos ir tranquilamente a
inyectarnos en esos países que no sufren carencias en el suministro. Como
preclaras figuras del deporte, personajes del celuloide, infantas y otros
ganados de buena hechura.
Bueno, Francisco, cuídese usted, que no estamos para
cónclaves ni fumatas blancas por aquello de las distancias. Y déjese de viajar,
pues nos corroe la envidia a los que debemos quedarnos en casa. No me haga
recordar los bintazos, lanzados al mercado cuando hay cierres perimetrales. Qué
don de la oportunidad.
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