martes, 23 de marzo de 2021

14. Ratas

Lo de Ciudadanos es algo más que transfuguismo. Yo lo llamaría, directamente, golfería, descomposición, diarrea mental, morralla, putrefacción o un mal olor que te cambas. O hampa, sin más. Porque los desertores –con variopintas explicaciones a la hora del desembarco; las ratas son las primeras a la hora del naufragio– nada distan de la definición que nos brinda el diccionario: conjunto de los maleantes, especialmente de los organizados en bandas y con normas de conducta particulares. Que es, y los últimos acontecimientos lo vienen a ratificar, aquello que acontece en esa formación política en estos momentos. Y no será la última. Como tampoco ha sido la primera.

Mientras, el Partido Popular, ese mismo que gobierna en la Villa de Viera, ha abierto sus puertas –García Egea, dixit– para acoger a… ¿Qué escribo? ¿Escindidos, ratas, cobardes, aprovechados, impostores, golfos, corruptos, arribistas, ande yo caliente, buena sombra le cobija, son todos iguales, sobresueldos, caja B…? Por supuesto que ni se sonrojan cuando le ponen una alcachofa en el hocico y se ponen a justificar… lo injustificable.

Mira que llevo tiempo defendiendo, a veces contra viento y marea, el buen hacer y la mejor disposición de la mayoría de quienes se dedican a la cosa pública. Pero me preocupa que aumenten las excepciones, los garbanzos negros. Esos que flaco favor hacen a la tan necesitada credibilidad. Y que ponen en tela de juicio demasiados principios.

Como, desgraciadamente, da la impresión de que estas deserciones no tienen visos de normalizarse, y dado que el acta del cargo elegido pertenece a la persona y no a la organización política que le sirvió de trampolín, cuídense muy mucho los partidos del exceso de escaladores. Permanezcan ojo avizor cuando pueda existir un atisbo de desconfianza. El ser miembro de cualquier colectivo supone el acatamiento de unas normas recogidas en los reglamentos pertinentes, en los estatutos. Y a esas directrices te debes. Pero como algunos se han empeñado en que la observancia de dichas reglas se puede romper fácilmente una vez alcanzado el puesto pretendido, cúrense en salud los patrocinadores con la rúbrica, ante notario, de un documento en el que se estipule la revocación en caso de flagrante incumplimiento. Y la justicia, en tal supuesto, mucho tendrá que afinar en sus dictámenes, porque ha sido el propio interesado el que ha estampado su firma para reconocer que no ha jugado limpio y que dimite ipso facto. Voy más allá aún. El modelo de escrito redactado con anterioridad a la inclusión del sujeto en la candidatura, debería dejar en blanco el motivo por el que en un futuro se le podría reclamar el acta. Te lo explico en palabras más sencillas: pa´ listo tú, listo yo. Y si la medida no le convence por su aparente dureza (primer paso para la suspicacia), por la misma puerta que voluntariamente entraste…

Como no soy adivino, ignoro el desenlace de esta triste película, del drama de Arrimadas. Que lo achaco a esa pretendida indefinición ideológica con los consiguientes zarandeos por barlovento y sotavento. Esa querencia de poder contentar a diestra y siniestra provoca achaques de complicadas terapias. Aconteceres de los que no anda muy alejado el PP con sus vaivenes ante el fenómeno de Vox. Mientras en el Congreso intenta escenificar alejamientos, en la Asamblea murciana promete el oro y el moro para el mantenimiento de feudos. Ese no querer aprender de errores ajenos, no hace muy creíbles los intentos de reunificación del denominado centro-derecha.

La escasez de militancia, de otra parte, conduce a que este fenómeno se reproduzca casi por generación espontánea. Porque se ven obligados a reclutar, a la prisa y corriendo, a personas, más o menos visibles para completar candidaturas. Y surgen como hongos, claro, los aprovechados. De ahí a lo otro, un paso apenas.

Y es que cuando el barco comienza a escorarse, ya las ratas (nada que ver con la novela de Delibes) ocupan los mejores puestos en los botes salvavidas. Cuánta pandemia, mon dieu.

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