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Al ver estos dos atletas disputarse con nobleza y gallardías
atávicas la victoria en la lucha de ayer, creímos que resucitaban los clásicos
juegos de otros tiempos; los luchadores y pancracistas de Grecia y Roma que el
pueblo aclamaba como á sus ídolos, modelando en soberbia escultura sus figuras
admirables y sus actitudes de clásica belleza...
El nombre, las actitudes y la arrogante figura del joven
luchador Acisclo, que más que nacido en el Hierro debió haber sido fundido en
hierro... La nobleza, el poder formidable, el arte y las gallardías de José
Navarro, el rubio campeón de las tierras teldeñas; el mismo grupo escultórico
que formaban sus dos figuras erguidas, arrogantes, en medio de la arena, mucho
nos recordaron las estatuas y relieves que del admirable arte pagano conservan
los museos del Vaticano y de Florencia representando el pancracium y el juego hermosísimo de la lucha clásica...
Pero aquí no existió nunca aquel stadium desde donde el refinado pueblo helénico rindiendo culto á
la belleza de la forma contemplaba el clásico ejercicio... No tuvimos el Circo donde la Roma de los Césares,
aclamaba, aunque idólatra de sus gladiadores vencedores, á los pancracistas
griegos...
La lucha canaria, muy semejante á la de Grecia, no es de
origen helénico. Nació con la vida sencilla, patriarcal, del pueblo noble y vigoroso
que Alcorah puso en el afortunado
paraíso perdido en las inmensas soledades del Océano... La lucha canaria que
hizo célebres los nombres de Adargoma,
Guariraygua y Maninidra, fué más noble y más hermosa que la griega. Este
ejercicio corporal, considerado como parte de la educación del pueblo, hizo que
el sentimiento artístico de los griegos lo convirtiera en necesidad y lo
impusiera por medio de una enseñanza especial. La lucha figuró entre los cinco
juegos que con el nombre de péntalo
aprendía la juventud en los gimnasios.
Guhl y Koner escriben, que ningún ejercicio gimnástico exigía
una instrucción más clásica que la lucha, pues no bastaba para ella la fuerza
bruta, sino que era necesario la presteza y la oportunidad para aprovechar
todos los descuidos del adversario, sin faltar á las reglas establecidas en el
juego. Pero esas reglas dicen que no eran siempre dulces y humanitarias. Era
prohibido pegar al adversario, pero se permitía el topetazo, aprisionar los
dedos ó los pulgares de los pies; pegarse en la frente…
Ninguno de esos recursos fué consentido á los canarios. La
lucha era, si, un ejercicio de poder, de agilidad y de fuerza; pero la nobleza
debía inspirar todos los movimientos de los jugadores. El luchador que se
valiera de cualquier medio artero para derribar á su adversario, era
descalificado y sufría penas severísimas...
Eran tan grandes el pundonor y la lealtad de estos hombres,
que aun tratándose de enemigos, se empeñaban más, por ello, en probar sus
sentimientos nobles y generosos.
El caso de Adargoma y Guariraygua es verdaderamente
admirable. Adargoma, que en la lengua canaria significa espaldas de risco, y
Guariraygua, poseían unas fuerzas extraordinarias.
Adargoma, tirando á una palmera, cortaba á cercen una hoja
de una pedrada, por muy alto que el árbol fuese... Los dos canarios tenían fama
de ser grandes luchadores. Citáronse a una entrevista á causa de que sus
ganados se hacían mutuamente daño, para hacer una equitativa división de los
pastos, pero no aviniéndose, ajustaron un desafío cuyo resultado sería que el
vencido se los cediese todos al vencedor. El desafío se verificó en un paraje
solitario de Tenoya. Quitáronse sus tamarcos
y empezaron la lucha. Disponía Adargoma de unas fuerzas extraordinarias, pero
Guariraygua las equilibraba con su agilidad. Después de largo tiempo, éste
logró derribar á Adargoma; mas; espaldas de risco, apoyando los pies en el
suelo, volvió á levantarse y oprimió fuertemente con sus brazos á su
adversario, que se dio por vencido diciéndole: Haz de mi lo que sea tu
voluntad. Soltóle Adargoma y los dos contrarios se abrazaron, y, sin
resentimiento, dividieron como hermanos los pastos objeto de la discordia. Al
tener noticia el Guanarteme de aquel desafío, preguntó á Guariraygua cual había
sido el vencedor: Adargoma, contestó.
Y Adargoma, preguntado a su vez, dijo:
Guariraygua me ha vencido, señor.
Tal era el pundonor de aquellos hombres. Jamás se hubiera
sabido la verdad, si ellos no hubiesen referido mucho tiempo después el hecho á
los cristianos.
Aún, para gloria de aquella noble raza desaparecida para
siempre, surgen en nuestro terreno figuras como las de Acisclo y el Rubio,
ennobleciendo la lucha canaria que no solo sirve para revelar el poder, el arte
y la nobleza de dos jugadores, sino la cultura y los sentimientos de un pueblo
fuerte y vigoroso.
Nosotros nos hemos tapado muchas veces los oídos ante la
algazara de mil bocas que silban, que gritan, que insultan... y hemos salido
del Circo con desconsuelo, con pena...
El guayere, el
público canario, del tiempo de Andamana, no perdonaba nunca á sus luchadores
una falta, pero jamás profería un grito que les mortificase. En sus juegos, el
fallo del jurado formado por los guaires, que á veces, en las grandes
solemnidades, presidía el Guanarteme, era acatado con un respeto profundo por
los jugadores y por el público.
Y todos debiéramos contribuir á no matar un juego que el
pueblo canario de ayer nos dejó para que el de hoy sepa demostrar su cultura,
su vigor y su nobleza.
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Lo pude haber titulado de varias maneras, pero qué mejor que
honrar el gesto de los dos personajes. La nobleza impone, desde luego.
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