viernes, 9 de julio de 2021

96. Adargoma y Guariraygua

Otro interesante relato de principios del siglo pasado, y relacionado con el asunto que nos tiene entretenidos durante estos últimos días, aparece publicado en dos medios: Las Canarias y nuestras posesiones africanas (de la típica visión colonial de estos peñascos desde la capital de la nación, baste con la cabecera), el 27 de marzo de 1907 (miércoles, año VII, número 707, páginas 1 y 2) y en El Tiempo, el periódico de mayor circulación en Tenerife, el 5 de abril de 1907 (viernes, año IV, número 1205, página 1). Firmado por P.P. (?) y bajo el título de “La lucha canaria”, nos permitimos, como siempre, transcribirlo:

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Al ver estos dos atletas disputarse con nobleza y gallardías atávicas la victoria en la lucha de ayer, creímos que resucitaban los clásicos juegos de otros tiempos; los luchadores y pancracistas de Grecia y Roma que el pueblo aclamaba como á sus ídolos, modelando en soberbia escultura sus figuras admirables y sus actitudes de clásica belleza...

El nombre, las actitudes y la arrogante figura del joven luchador Acisclo, que más que nacido en el Hierro debió haber sido fundido en hierro... La nobleza, el poder formidable, el arte y las gallardías de José Navarro, el rubio campeón de las tierras teldeñas; el mismo grupo escultórico que formaban sus dos figuras erguidas, arrogantes, en medio de la arena, mucho nos recordaron las estatuas y relieves que del admirable arte pagano conservan los museos del Vaticano y de Florencia representando el pancracium y el juego hermosísimo de la lucha clásica...

Pero aquí no existió nunca aquel stadium desde donde el refinado pueblo helénico rindiendo culto á la belleza de la forma contemplaba el clásico ejercicio... No tuvimos el Circo donde la Roma de los Césares, aclamaba, aunque idólatra de sus gladiadores vencedores, á los pancracistas griegos...

La lucha canaria, muy semejante á la de Grecia, no es de origen helénico. Nació con la vida sencilla, patriarcal, del pueblo noble y vigoroso que Alcorah puso en el afortunado paraíso perdido en las inmensas soledades del Océano... La lucha canaria que hizo célebres los nombres de Adargoma, Guariraygua y Maninidra, fué más noble y más hermosa que la griega. Este ejercicio corporal, considerado como parte de la educación del pueblo, hizo que el sentimiento artístico de los griegos lo convirtiera en necesidad y lo impusiera por medio de una enseñanza especial. La lucha figuró entre los cinco juegos que con el nombre de péntalo aprendía la juventud en los gimnasios.

Guhl y Koner escriben, que ningún ejercicio gimnástico exigía una instrucción más clásica que la lucha, pues no bastaba para ella la fuerza bruta, sino que era necesario la presteza y la oportunidad para aprovechar todos los descuidos del adversario, sin faltar á las reglas establecidas en el juego. Pero esas reglas dicen que no eran siempre dulces y humanitarias. Era prohibido pegar al adversario, pero se permitía el topetazo, aprisionar los dedos ó los pulgares de los pies; pegarse en la frente…

Ninguno de esos recursos fué consentido á los canarios. La lucha era, si, un ejercicio de poder, de agilidad y de fuerza; pero la nobleza debía inspirar todos los movimientos de los jugadores. El luchador que se valiera de cualquier medio artero para derribar á su adversario, era descalificado y sufría penas severísimas...

Eran tan grandes el pundonor y la lealtad de estos hombres, que aun tratándose de enemigos, se empeñaban más, por ello, en probar sus sentimientos nobles y generosos.

El caso de Adargoma y Guariraygua es verdaderamente admirable. Adargoma, que en la lengua canaria significa espaldas de risco, y Guariraygua, poseían unas fuerzas extraordinarias.

Adargoma, tirando á una palmera, cortaba á cercen una hoja de una pedrada, por muy alto que el árbol fuese... Los dos canarios tenían fama de ser grandes luchadores. Citáronse a una entrevista á causa de que sus ganados se hacían mutuamente daño, para hacer una equitativa división de los pastos, pero no aviniéndose, ajustaron un desafío cuyo resultado sería que el vencido se los cediese todos al vencedor. El desafío se verificó en un paraje solitario de Tenoya. Quitáronse sus tamarcos y empezaron la lucha. Disponía Adargoma de unas fuerzas extraordinarias, pero Guariraygua las equilibraba con su agilidad. Después de largo tiempo, éste logró derribar á Adargoma; mas; espaldas de risco, apoyando los pies en el suelo, volvió á levantarse y oprimió fuertemente con sus brazos á su adversario, que se dio por vencido diciéndole: Haz de mi lo que sea tu voluntad. Soltóle Adargoma y los dos contrarios se abrazaron, y, sin resentimiento, dividieron como hermanos los pastos objeto de la discordia. Al tener noticia el Guanarteme de aquel desafío, preguntó á Guariraygua cual había sido el vencedor: Adargoma, contestó.

Y Adargoma, preguntado a su vez, dijo:

Guariraygua me ha vencido, señor.

Tal era el pundonor de aquellos hombres. Jamás se hubiera sabido la verdad, si ellos no hubiesen referido mucho tiempo después el hecho á los cristianos.

Aún, para gloria de aquella noble raza desaparecida para siempre, surgen en nuestro terreno figuras como las de Acisclo y el Rubio, ennobleciendo la lucha canaria que no solo sirve para revelar el poder, el arte y la nobleza de dos jugadores, sino la cultura y los sentimientos de un pueblo fuerte y vigoroso.

Pero ¡ay! el espectáculo de nuestras luchas de hoy no se parece al que presenciaba en los estadios el pueblo griego, enamorado del arte clásico; al que Roma admiraba en el circo, presidido por la fastuosa corte de los Césares; al que se verificaba en las apacibles aldeas canarias, frente al almogáren ante un guayere sencillo, silencioso, que saludaba al luchador, vencido ó vencedor, con la misma frase de paz: Almene Coran.

Nosotros nos hemos tapado muchas veces los oídos ante la algazara de mil bocas que silban, que gritan, que insultan... y hemos salido del Circo con desconsuelo, con pena...

El guayere, el público canario, del tiempo de Andamana, no perdonaba nunca á sus luchadores una falta, pero jamás profería un grito que les mortificase. En sus juegos, el fallo del jurado formado por los guaires, que á veces, en las grandes solemnidades, presidía el Guanarteme, era acatado con un respeto profundo por los jugadores y por el público.

Y todos debiéramos contribuir á no matar un juego que el pueblo canario de ayer nos dejó para que el de hoy sepa demostrar su cultura, su vigor y su nobleza.

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Lo pude haber titulado de varias maneras, pero qué mejor que honrar el gesto de los dos personajes. La nobleza impone, desde luego.

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