Como la grey (que sí, jolines, que sus comportamientos son
peores que los de cualquier rebaño al uso) no parece entrar en razones y los
espectáculos se suceden a ritmo vertiginoso, debemos cambiar de táctica y dar
inicio a un periodo de fregado bien a fondo. Y lo que demando para estos, qué
decir de los enchufados como asesores.
Dar cera, pulir cera (en la película Karate Kid) fue parte
de las enseñanzas del señor Miyagi al joven Daniel LaRusso. Y de eso se trata:
dar lustre a la política. Porque ahora mismo se halla bajo mínimos, muy por
debajo de los cero grados. Me atrevería a equiparar a tan egregios personajes
con las vacunas para la Covid. Solo en la temperatura para su conservación,
puesto que con respecto a la eficacia, ganan aquellas (las vacunas) por
goleada.
Este quítate tú para ponerme yo, este intercambio de cromos,
esta desvergüenza a la hora de gestionar lo que debería ser sagrado (lo
público) y, en suma, esta manera torticera de ejercer un servicio a la
comunidad (cuya ejemplaridad obliga desde el minuto uno), está alcanzando cotas
de muy difícil retorno. Y parece importárseles un pimiento el que en la escala
de valores figuren a la cola de todos los vagones. Se ríen en nuestras narices
y parecen vivir solo para disfrutar de suculentos salarios, amén de otros
privilegios que ya bien quisieran para sí el resto de mortales.
Cuando hace unos días comenté lo del examen de cultura
general, y que hoy reitero, no hago referencia a la denominada titulitis, ni
mucho menos. Porque, para algunos, ni la universidad pasó por ellos, ni, y a
sus procederes me remito, diera la impresión de que los susodichos transitaran
por aulas y facultades. Máxime cuando se continúan destapando tristes ejemplos
de concesiones sin acreditación alguna.
El miércoles de la pasada semana fue día para enmarcar. Se
alcanzó el paroxismo elevado a la enésima. Se dio a la sufrida ciudadanía, en
plena crisis pandémica, el ejemplo más torticero de la política. En todas sus
acepciones, que son unas buenas cuantas. Pero como estos sujetos viven su
realidad, que en nada coincide con la nuestra, entienden que con su palabrería
–cuando no demagogia– pueden soslayar el ineludible deber del servicio a la
comunidad. Y se (auto)convencen de su buen hacer. Y nos lo venden como logros.
Cinismo no, lo siguiente.
Si ustedes repasan la trayectoria de este juntaletras, podrán
observar que desde siempre vengo defendiendo el buen hacer y la dignidad de un
elevadísimo porcentaje de los que a la política se dedican. Porque la defino
como un ejercicio desinteresado, durante un periodo determinado, hacia los
demás. Pero hete aquí que con la arribada de los profesionales, de los que se
eternizan en los cargos, se nos ha virado la tortilla hasta el punto de convertir
en norma las excepciones. Con lo que la deriva se torna muy peligrosa. Tanto
que temo deba cambiar aquella percepción original de la res pública. Y opté por
la expresión latina –puede que con muy mala milk–
por si alguno se ofende al creer que lo englobo en el ganado bovino. Ojalá se
retrate. Y lo mismo se pone contento.
No, uno no puede estar satisfecho. Y el periodismo, en general,
haría bien en no prestarse a chanchullos y remiendos. No dar tanta cobertura a
circos y profundizar en el calado de las preguntas a esta panda de energúmenos.
Si de verdad los que se alongan a la radio y televisión son verdaderos
profesionales, bien harían en lanzar propuestas de calado y no abundar en lo
superficial, en lo anecdótico. Echo en falta entrevistas que no se resuman en
lucimientos de personajes tan vacíos como la billetera de un jubilado. Hagan,
de una maldita vez, honor a tan digna profesión y no sean meros correveidiles del
poder establecido. ¿O del mercado de valores? Den cera, que ya está bien de
tanta vaselina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario