viernes, 12 de marzo de 2021

5. Un mundo feliz

Un mundo feliz (Brave New World), del escritor británico Aldous Huxley, vio la luz en 1932. Llevada al cine, película de idéntico título, en 1980. La novela –último libro que acabo de leer– es una distopía que anticipa el desarrollo en tecnología reproductiva, cultivos humanos e hipnopedia (educación a través del sueño), manejo de las emociones por medio de drogas (soma) que, combinadas, cambian radicalmente la sociedad. Sigue Wikipedia contándonos:

“El mundo aquí descrito podría ser una utopía, aunque irónica y ambigua: la humanidad es ordenada en castas donde cada uno sabe y acepta su lugar en el engranaje social, saludable, avanzada tecnológicamente y libre sexualmente. La guerra y la pobreza han sido erradicadas, y todos son permanentemente felices. Sin embargo, la paradoja es que todas esas cosas se han alcanzado tras eliminar muchas otras: la familia, la diversidad cultural, el arte, el avance de la ciencia, la literatura, la religión, la filosofía y el amor”.

Casualidades o no, y cuando ya tenía decidido la nueva singladura con este blog en el que ahora lees estos párrafos, me tropiezo en las últimas páginas del libro que se deja mencionado con lo siguiente:

“Y, rápidamente, con una serie de ademanes rituales, desenrolló dos cables conectados a la batería que llevaba en torno a la cintura; los enchufó simultáneamente a ambos lados de un sombrero de aluminio; tocó un resorte de la cúspide del mismo y una antena se disparó al aire; tocó otro resorte al borde del ala, y, como un muñeco de muelles, saltó un pequeño micrófono que se quedó colgando y estremeciéndose a unos quince centímetros de su nariz; bajose hasta las orejas un par de auriculares, pulsó un botón situado en el lado izquierdo del sombrero, que produjo un débil zumbido, hizo girar otro botón a la derecha, y el zumbido fue interrumpido por una serie de silbidos y chasquidos estereoscópicos”.

No pude reprimir la sonrisa y me acordé de la décima que incluí en la entrada del pasado lunes, la primera de esta etapa recién estrenada, y que dio lugar a que este blog se mentara del tal guisa. Aunque, y para ser sinceros, iba a ser sombrerito, algo que a un cabezón no le pegaba ni con cola.

Aparte, pues, de la enorme escasez de sustancia gris que, según algunos (guion as), adolece –no es sinónimo de carece; tradúzcanlo por padezco– dentro de la oquedad en la que debería alojarse el cerebro, casualidades o no de la vida, viene a resultar que el apéndice o complemento–sombrero–, y en consonancia con las instrucciones, arriba enunciadas, del libro de marras, será elemento indispensable para estas andanzas escribidoras. Y como lleva incorporado tanto artilugio para la comunicación, siento echar por tierra las predicciones del dechado de virtudes que osó dudar de mis altísimas capacidades. ¿Entienden ahora el porqué no me lo quito ni para dormir? Aunque no viva en ese mundo feliz dibujado en la novela –ni falta que me hace; yo soy como uno de los personajes estelares del mismo, al que mentan, por cierto, el salvaje– uno se defiende en varias facetas. Pero es capaz de reconocer enormes carencias y penurias en otras.

Vivo feliz, desahogado, viajo cuando pueda (en las islas me muevo como pez en el agua) y aunque cargo con varias frustraciones –el caballo, la casa de La Gomera, militar en el PP, ser asesor de un alto cargo o director de Radio Realejos (me lo ofreció José Vicente) y otras inconfesables– transito por la etapa de jubilado sin mayores agobios. Como no sé hacer punto –y mira que mi mujer se ha empeñado– me desahogo escribiendo. Que es, por otra parte, necesidad vital (más que comer). Como me percato de que, además, tengo algún que otro seguidor, qué más puedo pedir. Y son felices, que diría una amiga.

Bueno, probaré, en esta recién estrenada etapa, el alongarme también los sábados con una especie de resumen condensado en unas cuantas espinelas. Por ver. Hasta mañana entonces.

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