Apenas salió de aquella bella población gomera (a excepción
del desgraciado intervalo de la mal denominada Guerra Civil y sus ‘cafenitos’
en El Cercado), donde siempre se afanó en muy diversos quehaceres, entre ellos
el relacionado con el sector del taxi. Hoy, manifiesta con cierta desazón, ya
nadie quiere trabajarlo al 50%, sino que le tira más “la escoba del Cabildo”.
Cuánta razón le asiste. Lo he sostenido por activa y por
pasiva en mis artículos de opinión, pues me apena sobremanera que La Gomera
siga siendo la isla subsidiada. El Papi –como se conoce por aquellos predios a
Casimiro– ha tejido una red clientelar en la que ha enganchado a las tres
cuartas partes de la población. Si no más. Como lúcidamente expresa Borín, el
contrato del chaleco amarillo (así me gusta mentarlo) tiene abducido a un
colectivo apático y entregado. Y todo ello en una isla con unas posibilidades
inmensas.
Es mucho más fácil –cuántas veces lo habremos comentado–
dejarse llevar por la ola durante seis meses, que los otros seis seguiré
cobrando tirado a la Bartola, surfeando plácidamente. Y repararemos andenes
(bancales o paredones) para que luzcan palmito y los guiris saquen fotografías.
Mientras, detrás, en el terreno supuestamente habilitado para el cultivo…
mierda espichada en un palo.
Te das una vuelta por La Lomada, en dirección a El Clavo, y
se te cae el alma a los pies cuando, justo al lado del Parador, terrenos
valutos (no cultivados) presentan un aspecto desalentador. Minados de suciedad
y cargados de plásticos hasta los topes. Con una imagen desasosegante. Que son
privados, se me alegará. Pues lléguese a un acuerdo con los propietarios e
inviértase, si menester fuere, dinero público en adecentar el entorno. Establézcanse
convenios con la entidades comerciales insulares y pónganse en producción. Si
nos quejamos de la carestía en la cesta de la compra, arbítrense mecanismos
para que no se siga dependiendo del exterior al cien por cien.
Claro, es más fácil, más llevadero, la escoba del Cabildo. Y
que papá Casimiro nos dé la bendición cada cuatro años en la remozada zona
recreativa de Las Nieves. Otro pastón, sin miserias. Al tiempo, presumamos de
la Reserva de la Biosfera. Cuánta incongruencia. Y vayamos a Fitur a cantar excelencias
promocionando el almogrote, que dentro de poco fabricarán los chinos a precios
irrisorios. Sigan con el pan para hoy y el hambre para mañana. Prime la papa
suave y reclamen, cómo no, que la isla no se quede atrás en el avance
tecnológico. Persistan en el destrozo de parajes naturales y bienes
patrimoniales de indudable valor con cruzados de cables y horrendos postes,
amén de torretas metálicas que compiten con ejemplares botánicos.
Tranquilos, pienso seguir yendo. Pero no cercenen mi actitud
crítica. “No hagas naufragar a mi palabra ni apagar el amor que la mantiene”.
“Ni somos descendientes de una lengua cortada ni queremos sudar hiel y vinagre
ni seguir siendo súbditas de una feria de olvidos”. “Las tierras de labor han
malparido y son metros cuadrados de cemento menudeando antenas, sustituyendo el
aire por prismas de abalorios y el brindis de alegría de los árboles por
mástiles de hollines”. Perdona, Pedro (García Cabrera), la osadía de plagiarte.
Pero no puedo menos que meter, asimismo, mi mano en el agua en busca no solo de
las naranjas sino de esos horizontes de esperanza. Porque un día habrá una isla
que no sea silencio amordazado.
La foto es reciente, de apenas unos días. Así se nos
presentaba la semana pasada la presa de Amalahuige (Las Rosas, Agulo). Sus
habitantes, los patos, transitan por la carretera en busca de almas generosas
que le arrojen un cacho de pan. A falta de tortas, ya se sabe. Ignoro el porqué
está vacía. Al igual que ocurre con las de Los Chejelipes (San Sebastián), donde
llevan años trabajando ¿en qué? Pero tampoco está para echar voladores La
Encantadora, de Vallehermoso. Ni la de Mulagua, en Hermigua. No sé, pero me da
que urge una planificación concienzuda. En la que los dineros públicos se
administren sin tanta alegría. ¿O despilfarro? Y Curbelo solo ve la raja de la
urna. Más allá, la nada.
Claro, es más cómoda la escoba del Cabildo. Muy grande,
Borín.
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