“Apenas nacida la Escuela del Hogar ya tiene detractores. No
es necesario decidir ahora si tal como ha sido creada es ya perfecta. Si lo
fuese sería excepción entre todas las instituciones humanas, y aun entre las
cosas divinas, ya que ni el mismo Creador Supremo hizo al hombre de primera
intención ni de golpe y porrazo, sino después de haber creado las plantas, los
peces, los animales cuadrúpedos, todos los seres, en suma.
Pero perfecta ó no la Escuela del Hogar, nadie negará que
como orientación representa un progreso evidente y definitivo hacia algo de que
nuestro país estaba muy necesitado, en que, justo es decirlo, algunas
Asociaciones beneméritas habían suplido una deficiencia del Estado.
No diremos que con lo hecho antes por esas Sociedades ni con
lo hecho ahora por el Estado quede plenamente satisfecha esa necesidad, y,
simultáneamente, resuelto el problema social que la educación de la mujer
entraña; pero nadie puede negar que antes estaba menos satisfecha y menos
resuelta esa necesidad y ese problema, ni que es más fácil perfeccionar para su
función un órgano ya creado que crear de golpe y porrazo, hecho y derecho, un
órgano nuevo.
No faltará quien pida para educar á la mujer escuelas
superiores, como no falta quien pida Institutos de segunda enseñanza; pero
quien tal pida no demostrará con ello conocer mejor el problema que se trata de
resolver: no son escuelas superiores ni Institutos de segunda enseñanza
femeninos los que necesitamos: una y otra cosa existen en nuestro país desde el
momento en que está de hecho establecida la coeducación y las mujeres pueden
asistir, y asisten, con el mismo derecho que los hombres á Institutos y
Facultades: lo que se necesitaba crear era una escuela, ó, mejor, muchas
escuelas de artes y oficios femeninos. De aquellas artes y de aquellos oficios
que la mujer está admitida á ejercer en nuestro país, y que son, por tanto, los
que pueden darla el pan cuando necesite ganarlo.
Claro está que sería mejor transformar nuestro estado social
de manera que la mujer tuviese acceso á mayor número de profesiones; pero ni
ésta es labor legislativa, sino consuetudinaria, ni en ella pueden hacer nada
ni el ministro de Instrucción pública ni el Gobierno entero.
Para modificar las costumbres de un país hace falta mucho
más que una ley, y cuando no se trata, como ahora, de materia legislable, mucho
más.
En este sentido la Escuela del Hogar, escuela de artes y
oficios femeninos y de economía doméstica, es un gran paso, puede realizar un
fin inmediatamente práctico y no es obstáculo para que puedan establecerse
enseñanzas más intensas ni para que la mujer pueda asistir á otros Centros
donde se la brinda con superior cultura.
En este sentido la labor del partido liberal merece aplauso:
el Gobierno actual ha abierto la cátedra á la mujer estableciendo en la Escuela
Superior del Magisterio la igualdad absoluta entre los catedráticos de uno y
otro sexo. Establecido el principio, nada puede impedir que haya profesoras en
los Institutos ni en las Facultades universitarias, y como, de otro lado, ya no
sorprende á nadie ver muchachas ó señoritas entre los escolares masculinos en
ningún género de enseñanzas, las cosas van disponiéndose ya del mejor modo para
que algún día quede realizada la transformación social que todos anhelamos, y
que no puede ser en modo alguno función completa y exclusiva de la Escuela del
Hogar”.
Me limito a recordar que hablamos (escribimos) de 1912. Ante
nosotros, bien nítida, la perspectiva histórica y un poco más de un siglo de
luchas y, quizás, demasiada legislación. Porque en este país hemos pecado,
desde siempre, de un exceso normativo. Y escaseado de una labor
consuetudinaria, como párrafos atrás se indicaba. Por mi parte, el poner sobre
el tapete el objeto de la discusión, objetivo cumplido. Queda abiertos los
periodos de lectura y reflexión. Hasta mañana.
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