Pero no era ese el tema que me sentó ante el teclado. Si les
confesara que lo hice altamente preocupado por el número de contagios en
Canarias, en Tenerife y en Los Realejos, quizás me acompañen en los
desasosiegos. Porque se me dirá que la presión hospitalaria es mucho menor que
en olas anteriores, que las vacunas están cumpliendo con sus cometidos, que los
síntomas parecen ser menos agresivos… Vale, de acuerdo, pero cuando uno ya
tiene sus años –que se dice– no le gustaría espicharla por cualquier bobería o
despiste. Así de claro.
Te conté días atrás que iba por la calle caminando y creo
estar en un tiovivo. O en un tobogán. Y no me sueltes que son los nervios,
porque ¡te salto al cogote! Observo las tremendas colas para todo y no sé si
habrá calculadora después de Reyes que procese las cantidades que se avecinan.
Vivo sin vivir en mí. A perdonar, Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada,
por la apropiación indebida.
Se escucha con frecuencia que el pasotismo político adquiere
tintes alarmantes. No quiero ser tan simplista porque el quehacer público no es
─ni más ni menos─ sino el reflejo de una sociedad
sin rumbo fijo. El regirnos por unos cánones predeterminados supone un esfuerzo
tal, que no estamos dispuestos a semejantes sacrificios. Y en este particular
pandémico, todos cargamos con una cuota de responsabilidad. Con la
circunstancia agravante de que si uno hace dejación de la misma, el resto se ve
expuesto, inexorablemente, a un cambio radical.
Ahora ya es jueves. Dieciocho horas. La Gomera pasa a nivel
2 (me imagino que a instancias de Casimiro) y se restringe el horario del
denominado ocio nocturno. Nada más tras el Consejo de Gobierno. Que pasen estas
fiestas y ya luego se verá. Eso sí, continuos llamados a la responsabilidad
individual. Pero los cabritos se pasarán por el forro los discursos del bien
quedar. Esta mañana di un par de vueltas en el Polígono de La Gañanía –ahí
donde estaba un puesto de vacunación masiva– y los restos vidriosos del último
botellón eran bien patentes. Porque de nada vale el que cierren las discotecas,
por ejemplo, a la una de la madrugada, si luego hay carta blanca para que
continúe el jolgorio hasta bien entrada la mañana en cualquier rincón. En mi
pueblo –para no ir más lejos– no podrá, en manera alguna, el mismísimo Jefe de
Seguridad (con mayúscula, en consonancia a los haberes percibidos) atender a
tanto caldero al fuego. Su elevado sueldo no
está para semejantes nimiedades. Y no lo podemos culpar por el hecho de
que nuestro alcalde lo haya contratado en vez de hacerlo con tres policías para
incrementar el disminuido cuerpo local. Ya el dicho lo pone de manifiesto: hay
hijos y entenados.
Viernes 24. Esta noche es la consabida y mañana Navidad. Dos
años llevamos que no es posible acercarnos a Punta Brava, lugar donde hemos
celebrado la Nochebuena familiar desde hace unos cincuenta años, más o menos.
Creo que más que menos. Allí, en la calle Tegueste –la de los derrumbes y
clausura– a la orilla de la mar bravía, la tradición se cumplía a rajatabla.
Con ausencias, pero con renovadas presencias. El bicho –¿hasta cuándo va a
seguir mutando?– persiste. Pero los imbéciles, más. Los negacionistas invocan
derechos y libertades. ¿Y nosotros qué, capullos? Estamos sufriendo las
consecuencias de un decreto mal redactado. Mejor, mal titulado. Hace ya unas
cuantas décadas de aquella norma que regulaba derechos y deberes del alumnado.
Y se me ocurrió –ya te lo he contado en anteriores ocasiones– indicarle al
consejero de Educación, Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias que,
simplemente, pusiera antes los deberes. Porque, a buen seguro, interiorizaría
mucho más. Calaría más hondo y surtiría efectos colaterales pertinentes. Como
la responsabilidad. Ni el más puñetero caso. Quién era yo, modesto maestro de
escuela, para disquisiciones de tal porte.
Domingo 26. Programo esta entrada para mañana y recuerdo que
hace 48 años estaba a punto de entrar a mi última misión en Hoya Fría como
oficial de guardia. Cuando salí del servicio y me vine a casa en el flamante
Fiat 128, con matrícula TF 5236-C, mi mujer estaba a punto de dar a luz. Pero
esa es otra historia. Cuídense de cualquier agente externo. Y mañana es 28.
Inocente, inocente.
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