lunes, 27 de diciembre de 2021

207. Pasotismo

He comenzado a redactar esta entrada el miércoles 22 por la tarde. Por consiguiente, el Gordo ya había repartido sus efluvios. He escrito el vocablo (efluvios) aposta. Y no vayan a pensar en lo de la envidia cochina. Si te cuento que hace muchos años que mis compras se limitan a un décimo a compartir con tres compañeros del gremio, lo mismo no me creerías. Hecha la salvedad de este año, en que el precitado décimo (palmero en esta ocasión) se duplicó para que los hermanos disfrutaran del… conjunto vacío. Uno debe cooperar hasta con las decepciones.

Pero no era ese el tema que me sentó ante el teclado. Si les confesara que lo hice altamente preocupado por el número de contagios en Canarias, en Tenerife y en Los Realejos, quizás me acompañen en los desasosiegos. Porque se me dirá que la presión hospitalaria es mucho menor que en olas anteriores, que las vacunas están cumpliendo con sus cometidos, que los síntomas parecen ser menos agresivos… Vale, de acuerdo, pero cuando uno ya tiene sus años –que se dice– no le gustaría espicharla por cualquier bobería o despiste. Así de claro.

Te conté días atrás que iba por la calle caminando y creo estar en un tiovivo. O en un tobogán. Y no me sueltes que son los nervios, porque ¡te salto al cogote! Observo las tremendas colas para todo y no sé si habrá calculadora después de Reyes que procese las cantidades que se avecinan. Vivo sin vivir en mí. A perdonar, Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada, por la apropiación indebida.

Se escucha con frecuencia que el pasotismo político adquiere tintes alarmantes. No quiero ser tan simplista porque el quehacer público no es ni más ni menos sino el reflejo de una sociedad sin rumbo fijo. El regirnos por unos cánones predeterminados supone un esfuerzo tal, que no estamos dispuestos a semejantes sacrificios. Y en este particular pandémico, todos cargamos con una cuota de responsabilidad. Con la circunstancia agravante de que si uno hace dejación de la misma, el resto se ve expuesto, inexorablemente, a un cambio radical.

Ahora ya es jueves. Dieciocho horas. La Gomera pasa a nivel 2 (me imagino que a instancias de Casimiro) y se restringe el horario del denominado ocio nocturno. Nada más tras el Consejo de Gobierno. Que pasen estas fiestas y ya luego se verá. Eso sí, continuos llamados a la responsabilidad individual. Pero los cabritos se pasarán por el forro los discursos del bien quedar. Esta mañana di un par de vueltas en el Polígono de La Gañanía –ahí donde estaba un puesto de vacunación masiva– y los restos vidriosos del último botellón eran bien patentes. Porque de nada vale el que cierren las discotecas, por ejemplo, a la una de la madrugada, si luego hay carta blanca para que continúe el jolgorio hasta bien entrada la mañana en cualquier rincón. En mi pueblo –para no ir más lejos– no podrá, en manera alguna, el mismísimo Jefe de Seguridad (con mayúscula, en consonancia a los haberes percibidos) atender a tanto caldero al fuego. Su elevado sueldo no  está para semejantes nimiedades. Y no lo podemos culpar por el hecho de que nuestro alcalde lo haya contratado en vez de hacerlo con tres policías para incrementar el disminuido cuerpo local. Ya el dicho lo pone de manifiesto: hay hijos y entenados.

Viernes 24. Esta noche es la consabida y mañana Navidad. Dos años llevamos que no es posible acercarnos a Punta Brava, lugar donde hemos celebrado la Nochebuena familiar desde hace unos cincuenta años, más o menos. Creo que más que menos. Allí, en la calle Tegueste –la de los derrumbes y clausura– a la orilla de la mar bravía, la tradición se cumplía a rajatabla. Con ausencias, pero con renovadas presencias. El bicho –¿hasta cuándo va a seguir mutando?– persiste. Pero los imbéciles, más. Los negacionistas invocan derechos y libertades. ¿Y nosotros qué, capullos? Estamos sufriendo las consecuencias de un decreto mal redactado. Mejor, mal titulado. Hace ya unas cuantas décadas de aquella norma que regulaba derechos y deberes del alumnado. Y se me ocurrió –ya te lo he contado en anteriores ocasiones– indicarle al consejero de Educación, Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias que, simplemente, pusiera antes los deberes. Porque, a buen seguro, interiorizaría mucho más. Calaría más hondo y surtiría efectos colaterales pertinentes. Como la responsabilidad. Ni el más puñetero caso. Quién era yo, modesto maestro de escuela, para disquisiciones de tal porte.

Sábado 25. Acabo de regresar de Las Abiertas. Aproveché para podar unos poyos de hortensias. O flor de mundo. Acudo a los cauces oficiales y compruebo que las cifras siguen siendo preocupantes. Al menos para un servidor. La cantinela de que no bajemos la guardia, hasta en la sopa. Las primeras semanas de enero se prometen bastante entretenidas. ¿Pesimista? Quizás. Fíjense en la fecha de esta otra foto. Desde ese entonces, no ha habido ni un recordatorio por parte de mi ayuntamiento. Debió ser por el alumbrado navideño que ya se colocaba y en las fiestas... somos el number one.  Pues la modifico yo. ¡Ah!, se acabó la erupción.

Domingo 26. Programo esta entrada para mañana y recuerdo que hace 48 años estaba a punto de entrar a mi última misión en Hoya Fría como oficial de guardia. Cuando salí del servicio y me vine a casa en el flamante Fiat 128, con matrícula TF 5236-C, mi mujer estaba a punto de dar a luz. Pero esa es otra historia. Cuídense de cualquier agente externo. Y mañana es 28. Inocente, inocente.

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