lunes, 20 de diciembre de 2021

202. Escapé bien

El pasado viernes tuve que trasladarme a la capital. Más de dos meses habían transcurrido desde la vez anterior. Y que conste que solo realizo semejante sacrificio cuando una cita médica me obliga. En la presente ocasión le correspondió a mi mujer una sesión de radiofrecuencia lumbar en el Hospital Parque. Ya saben que los que pertenecemos a Muface (que establece conciertos con varias aseguradoras como Adeslas, Asisa o DKV) transitamos por centros médicos y clínicas privadas. Y no me vengas ahora con la matraquilla de que somos unos privilegiados. Que nos engloben a todos en la Seguridad Social y me adaptaré. Mientras… échame a mí la culpa de lo que pase.

Como la cita era a las diez de la mañana, a las ocho y veinte estaba el fotingo entrando en la TF-5 a la altura del Alteza de El Castillo. Exacto, donde están esas maravillosas paradas de las guaguas. Y a las nueve en punto me hallaba debidamente estacionado en el Parking Mencey (creo que así se denomina), en la trasera de dicho hotel, propiedad del Cabildo y que gestiona Sinpromi (Sociedad Insular para la Promoción de las Personas con Discapacidad).

Si te cuento que a estas alturas de la vida ya no anda uno pensando en altas velocidades, puedes imaginarte que no esforcé el Terracán por la autovía. Por lo que se puede deducir fácilmente que no encontré tropiezo alguno y mucho menos esas fastidiosas colas que se forman cada día. La única razón que, eso intuyo, jugó en mi favor, debió ser la alta incidencia en los contagios del bicho de la Covid. Porque desde esa jornada quedaron suspendidas las clases en la Universidad de La Laguna. Lo que me hace pensar que mucho coche transita por esa vía de camino a los pertinentes aularios. Y que, en buena lógica, si se flexibilizasen los horarios en las distintas facultades (o como se llamen ahora), otro gallo nos cantaría. Aunque desde las altas instancias académicas se insista en que no son los causantes de los atascos. Claro, es muy goloso el horario de mañana y pocos son los dispuestos a dedicar las tardes a esfuerzos tales. Debe ser la modorra que nos entra después de comer.

Y si se reitera en que no es la Universidad la culpable del desaguisado, arbítrense otras medidas para que no todos deban entrar a su trabajo a la misma hora. Es que si el número de vehículos es superior a la capacidad de carga de nuestras carreteras, como no vayamos todos en parapente –hasta ahora solo uno que conozco y en campaña electoral– bien poco que rascar.

Mientras esperaba, di unas vueltas por el Parque García Sanabria, magnífico pulmón santacrucero, y pude constatar que siguen abundando las cotorras de Kramer, loros verdes o como demonios se les conozca, y pienso que nos encanta llenarnos de animales exóticos. Si al menos todos estos foráneos se comieran el rabo de gato; pero no, vienen a competir con el autóctono y se nos puede plantear grave dilema en un futuro no lejano.

Cuando finalizó la visita hospitalaria, un cortado al lado del reloj de flores –donde fue la firma del actual pacto de gobierno, ¿te acuerdas?–, pero con miedo, tú. Debo estar haciéndome muy mayor. Con tres dosis por un lado, más la de la gripe, por otro, y sigo vigilante. Los datos de estos últimos días no me invitan al optimismo.

Así que me vine para el pueblo y… me encerré en casa, porque no estamos por este Norte como para tirar voladores. Y la verdad es que no me apetece echarla a perder después de tanto tiempo cuidándome. Además, salgo a caminar cada vez que puedo y parece que voy en una carrera de obstáculos brincando para todos lados. Y no es por los baches del Polígono de San Jerónimo, que también, pero eso te lo contaré mañana. Hasta entonces.

No hay comentarios:

Publicar un comentario