jueves, 2 de diciembre de 2021

191. ¡Ay, mi Gorvorana! (1)

Me siento ante el teclado sin tener claro qué demonios podré escribir acerca de la CASA en la que nací y que me dio cobijo durante al menos dos décadas. Porque en la finca de La Gorvorana existían otras moradas de medianeros y en dos de ellas también viví. En la primera, en el extremo norte, según mi madre, poco tiempo. El suficiente para caerme en una tanquilla (o atarjea), de la que si no me sacan ahora no estaría contándote boberías. Ni siquiera me sirvió la inmersión para aprender a nadar. Algo que logré –al menos mantenerme, que se decía al hecho de flotar un fisco– en el riachuelo de El Cedro cuando me llevaron a un campamento en aquella isla. Que sí, habilitaron una piscina artificial. Todavía existe algo del dique de piedras por la zona de Las Mimbreras.

Pero tanto tiempo ha transcurrido ya, que de esa estancia no me acuerdo. De la otra, en el costado Sur, al lado de El Bosque, sí. Y sobre todo, del día en que andaba yo por aquellos molleros y huertas y vino mi padre, canalero de la finca en aquel entonces, y me dijo: Vámonos pa´ la escuela que ya hablé con el maestro. Y a partir de ahí comencé a instruirme y a coger fundamento. Bueno, también atrapé unos cuantos reglazos con los que don Andrés Carballo nos mantenía las manos calientes en los crudos días del invierno. Pero la leche en polvo de doña Gregoria y el cacho de queso nos hacían olvidar los malos tragos.

Y llegué a la Casona de La Gorvorana –la casa grande, le decíamos– donde vivían varias familias más. Seguí estudiando porque el maestro me mandó para el Colegio San Agustín, en vez de para el Seminario. La otra salida era ir a trabajar al Puerto, donde el incipiente turismo se abría paso. Pero los libros no me libraron de currar durante los veranos en la finca. Y sin agua corriente ni luz eléctrica. Hoy nos quejamos cuando cortan el suministro durante media hora y en ese intervalo de tiempo pellizcas las paredes (en busca del interruptor) más de una docena de veces.

Pero vamos al grano y deja las anécdotas para las Memorias. De la Casa de La Gorvorana algo he plasmado con anterioridad. En prensa, en los tres blogs que he administrado, en programas de fiestas y en otros varios canales a mi alcance. Hoy, no obstante, toca centrarse en la noticia que nos hace llegar nuestro ayuntamiento y que no es otra que la adjudicación de la redacción de la rehabilitación al arquitecto Fernando Arocha Ferreiro. Claro, cuando leí este encabezado me quedé en treinta y tres. Eso me pasa por no tener capital suficiente como para matricularme en la Universidad Europea de Canarias (privada y con sede en La Orotava) y así sumergirme en el intríngulis (intrínguilis, que diría cierta tertuliana, quien, además, sostuvo que lo de inmunidad de rebaño es un invento de este gobierno socialcomunista) de la nomenclatura arquitectónica. Porque sigo sin saber si se trata del proyecto o de un estudio previo a tenor de lo que la nota informativa detalla. Más bien, intuyo, que van los pasos por este segundo aspecto.

Ustedes, amables y estimados lectores, recordarán que un grupo de alumnos de la precitada universidad acudió a La Gorvorana. Se sacaron unas cuantas fotos con los políticos de turno y de ellos no se ha vuelto a saber más. No estoy al tanto de si fueron acompañados por algún profesor y de si puede existir alguna relación ─profesional o no─ con el afortunado ganador de la licitación abierta, pues fisgoneando en ese conjunto descentralizado de redes de comunicaciones interconectadas, que utilizan la familia de protocolos TCP/IP, a saber, Internet, me entero de que el señor Arocha, también ganador de la rehabilitación del Palacio de Carta, en Santa Cruz, obtuvo su titulación en la sede madrileña de la señalada Universidad Europea.

Y ya que cité la reposición de ese otro edificio santacrucero, señalar que ante la pregunta que le hicieron acerca de si tenderá a buscar su aspecto original, responde con una rotunda negación, pues la obra debe ir “un paso más allá de la mera rehabilitación”.

Como he sostenido hasta decir no puedo más que la envergadura de la Casona y su trascendencia histórica, aparte de patrimonial, debe implicar la presencia de un selecto equipo multidisciplinar en la futura obra que allí se acometa, lo manifestado en el párrafo precedente me dejó rotundamente descolado. Porque me temo que se está por seguir la corriente de que lo viejo no sirve para nada y borrón y cuenta nueva.

Dado que el grupo popular gobernante en el ayuntamiento realejero no está por la labor de aceptar consejos –no es la modestia su mejor virtud– y rechaza sistemáticamente cualquier propuesta proveniente  allende sus predios, seguirá adelante con la idea de que olvidemos aquel entorno como un bien histórico de capital trascendencia, y se tome conciencia, de una manera definitiva, que el devenir de esta villa se inicia en 2011, año en el que el PP alcanza la primera mayoría absoluta. Todo lo anterior, simplemente, no existe.

Detallemos, a la par que comentamos someramente, la nota de prensa:

El Ayuntamiento de Los Realejos anuncia la reciente adjudicación de la redacción de la rehabilitación de la histórica Casona de La Gorvorana al arquitecto Fernando Arocha Ferreiro, tras proceso de licitación abierta del que resultó adjudicatario por 101.650 euros (impuestos incluidos), que serán cofinanciados por el propio consistorio y el Cabildo de Tenerife dentro del Plan de Patrimonio Artístico de la corporación insular al 20% y 80%, respectivamente.

(finalizamos mañana)

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