“Tengo el honor de participar a V. E. que a las diez y ocho
del día de ayer presentóse fuerte ciclón con lluvias torrenciales, arrancando
gran número de árboles y ocasionando enormes daños en todos los edificios.
Las cosechas quedaron totalmente destruidas, siendo el
aspecto de la población tristísimo pues los árboles de las plazas públicas
aparecen derribados y la techumbre, puertas y ventanas de infinidad de casas
fueron arrastradas por el huracán a distancias increíbles.
Puedo asegurar a V. E. que las noticias que le comunico se
hallan desprovistas de la acostumbrada exageración en estos casos, pues ni un
solo edificio salvóse del temporal, encontrándose los campos completamente
arrasados y por tanto destruidas en su totalidad las cosechas, no teniéndose
memoria de otro tan grave azote.
Ya imaginará V. E. la magnitud de los daños sufridos.
En cuanto a desgracias personales solo se tienen hasta ahora
noticias de algunas personas heridas”.
En varios pueblos:
“También fué muy duro el temporal en Tegueste.
En el lugar conocido por Pico Bermejo se derrumbó una casa
recién construida.
Por suerte, momentos antes del accidente habían salido de la
casa sus dueños con unos pequeñuelos, hijos suyos.
Una carretera que la Jefatura montes había acabado de hacer
en el monte del Estado de Los Silos, se la llevó.
En Realejo se derribó varias casas y destrozó otras.
En los Rodeos el agua subió en muchos sitios más de un
metro.
De La Laguna a Garachico han sido derribados unos 500 árboles.
Al almacén que don Juan Díaz Jiménez tiene en Garachico le
llevó parte del techo”.
Siguieron las informaciones el 8 de enero, y en El Imparcial, página 1, un cable del
corresponsal en la capital bajo el titular de Violentos temporales, daños de
consideración:
“El temporal que aquí se sintió durante la tarde de
ayer y primeras horas de la noche del
mismo día, ha producido grandísimos
daños en toda esta jurisdicción.
El huracán, acompañado de lluvias torrenciales, destechó una
gran parte de los edificios de esta capital, ocasionando grandes desperfectos.
Los barrancos, crecidísimos, y cuyos cauces fueron
insuficientes para contener la riada, rompieron, por varias partes, el baluarte
de defensa de esta villa.
Con este motivo fué desalojado un gran número de viviendas,
ante los justificadísimos temores de una probable inundación.
Asimismo, las aguas rompieron los muros de contensión de
varias fincas particulares, las que han quedado convertidas en ruinas, siendo
arrastrados los árboles.
El batallón cazadores de Gomera-Hierro, de guarnición en
esta, villa, viose precisado a abandonar el cuartel, que fué invadido por las
aguas del mar. Las fuerzas del expresado Cuerpo se alojaron en varios
almacenes.
Aunque, por fortuna, no ha habido desgracias personales que
lamentar, persiste el temor de que, dado el estado en que han quedado los muros
de defensa de este pueblo, de continuar el temporal, esas desgracias se
producirían”.
Igualmente, el 8 de enero de 1918 (martes), Gaceta de Tenerife, en sus páginas 1 y
2, nos titula con Los temporales, la extensa y detallada crónica de lo acontecido
en varios lugares de las islas. No me resisto a la íntegra reproducción de lo
que el corresponsal remitió al periódico:
“En el Puerto de la Cruz. La tempestad del jueves.
También en este pueblo hemos tenido unos comienzos de año
calamitosos.
Fue una tempestad con todas sus características la que se
cernió sobre nosotros; lluvias torrenciales, constante discurrir de los
barrancos que circundan la localidad con alarmantes indicios de desbordarse y
un viento recio que parecía iba a convertirse en espantoso huracán.
No se recuerda tiempo parecido desde hace muchos años: así
lo aseguran personas que, por su seriedad y años, merecen entero crédito.
Un parangón con este día de zozobra e incertidumbre sólo lo
admiten, según la Historia, aquellos del 7 al 8 de Noviembre de 1826, cuando el
célebre aluvión, que anegó la ensenada del Puerto viejo y produjo calamidades y
destrozos sin fin; o los desbordamientos del 79 y del 81.
A las 8 de la noche, después de un continuo llover, descargó
la tormenta que causó destrozos por doquier, estando en camino de ocasionar
desgracias innúmeras si no es la brevedad de su duración.
Los barrancos de San Felipe y Martiánez a las 7 ya llevaban
agua en gran cantidad. La que por éste discurría llegó en momentos a ocupar
todo su cauce (unos 12 metros), arrastrando con su impetuosa corriente
infinidad de escombros; y las de aquél, que llevaban doble latitud de corriente
por algunos sitios, desbordándose por varias partes y rompiendo parte del dique
de contención o encausamiento, se fueron sobre varias fincas y una de ellas,
propiedad de los señores Fernández Perdigón, la destruyó por completo. Otra de
don Miguel Fernández Montañez sufrió grandes desperfectos…
(continuamos mañana)
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