Yo entiendo que en este planeta nos iría mejor, giraría más
plácidamente, si no tuviésemos necesidad alguna de recurrir a celebraciones de
tal guisa. Porque cuando ello se lleva a cabo, pienso con desasosiego, que en
mucho debemos estar fallando. El recordatorio siempre es muestra inequívoca de
que los cauces de la normalidad se desbordan. Cuando nos deben indicar, con
mayor o menor parafernalia, que existen desigualdades, que no todos somos
vistos bajo el mismo rasero, que ante un trabajo idéntico se perciben salarios
dispares, que no se miden las valías en función de capacidades sino de factores
ajenos a la casuística de rigor y ese amplísimo etcétera que pone sobre el
tapete los ruidos sociales, malo; o peor.
Si hace unos días pude leer que se acometerán obras de
saneamiento en determinado sector de
este municipio –cuando uno pensaba que al tratarse de una zona residencial
consolidada desde años atrás, ya debería tener superada la evacuación de aguas
residuales– me tiro de los cuatro pelos que aún aguantan potingues, champús y
fregados, pues no quiero imaginarme cuánto se verterá aún al subsuelo. O
directamente al mar. O a los ríos, donde los haya.
Me parece correcto que se luche denodadamente para mejorar
estos aspectos y superar esa crisis mundial del saneamiento. Pues, de lo
contrario, acabaremos viviendo en un mundo de mierda. Y a perdonar la
espontaneidad. Pero, esa impresión tengo, si damos por satisfactoria la iniciativa
de inventar un Día Mundial del Retrete –que fue este pasado día 19 y pasó más
desapercibido que el eclipse de luna– y pretender que se ha zanjado el
particular o ya hemos despertado conciencias, me da que falta demasiado
trayecto por recorrer en la penosa travesía.
Para años venideros, o futuras ediciones, propongo celebrar
el Día Mundial de la Defecación. Que tendría mucha más razón de ser. Puesto que
no solo celebraríamos el satisfactorio acto de relajar al cuerpo de sustancias
nocivas y peligrosas (esa sensación de alivio constituye uno de los mayores y
placenteros momentos de la existencia), sino que podría aprovecharse la
coyuntura para recordar a los dirigentes políticos que ya está bien de meter la
pata, de ejecutar iniciativas que rompen todos los esquemas de la lógica más
elemental. Vamos, de que la cagan con harta frecuencia. Y a perdonar por
segunda vez.
Desde el pasado viernes vengo dándole vueltas a la cabeza
cada vez que me he tenido que sentar en ese artilugio con el que ilustro el
presente post. Y como ya uno tiene sus años, echo la vista atrás, a cuando
vivíamos en La Gorvorana, y eran más las ocasiones en que eso servía de abono
directo a la platanera, que a las que se recurría al vertido en aquel
improvisado retrete. Así que como me hallo en condiciones de comprender las
vicisitudes actuales de muchos pueblos que todavía nadan en la miseria, solo me
restaría hacer un llamado para que esas Cumbres Mundiales concluyan en algo más
que los penosos comunicados, tan vacíos como las seseras de los ilustres
personajes que acomodan sus posaderas en mullidos sillones.
Dejémonos de Días y emprendamos tareas serias y
responsables. De lo contrario, que alguno de los loquetas (persona alocada e
irresponsable) que se halle al frente de las que se dicen potencias mundiales,
apriete el botón rojo de una puñetera vez y acabe con tanta incertidumbre. A
partir de ese momento viviremos todos en paz y sin necesidad de estar
estrujándonos los sesos para habilitar huecos donde ubicar el Día Mundial del
Ascenso en Globo, de la Croqueta, del Croissant, del Soltero, del Hipopótamo,
del Pistacho, del Gorrión o de la Hamburguesa. O del Retrete.
A perdonar la poquedad, pero tengo que ir al escusado. Hasta
mañana.
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