Uno, que con su pensión logra hacer milagros y viajar cuanto
pueda por las islas, contempla que es en la de mayor extensión del archipiélago
donde el caos se halla cómodamente instalado hasta tal extremo que ya no es
necesario esperar a las denominadas horas punta. No te voy a poner ejemplos,
porque ni siquiera es necesario salir de nuestro pueblo para empezar a perder la
paciencia. Y si arriba te gusta estirar las piernas y te echas a caminar de vez
en cuando, ve tranquilo y si al cruzar un paso de peatones (luego te pongo una
muestra) observas que un coche te obstaculiza el paso, relájate, cuenta hasta
veinte, y escapa como puedas. Si fuera más joven, seguro que ya me hubiese
subido a más de uno. Y lo mismo me ponen una multa por atrevido. O por invadir
una propiedad privada.
Dado que en el núcleo de La Montaña también llevamos dos
años de entretenimiento, te comento que por la zona de cierta
cafetería-pastelería es raro el día que no te tropieces con los de essolounmomento. Y todos los que
pateamos un fisco lo vemos. Y sufrimos. Y no comprendemos cómo la policía
municipal jamás vislumbra infracción alguna. Si arriba de que son pocos, andan
algo mal de la vista, aviados vamos. O patatús en desarrollo.
A tenor de unas declaraciones efectuadas estos pasados días
por Enrique Arriaga, me reafirmo en que hemos hecho el indio durante dos años.
El muro de La Montaña se volverá a levantar tal y como estaba con anterioridad.
Eso no quita, añade el vicepresidente, que los servicios jurídicos del Cabildo
sigan estudiando la posibilidad de recurrir la reciente sentencia. Ni descarta el
que una vez aprobado el nuevo PGO, tal y como asimismo argumentaba el alcalde
realejero, se proceda a llevar a cabo la obra en debidas condiciones:
retranqueos, aceras y demás. Vamos, que si nos tomaron el pelo el bienio pasado,
nos espera, en un futuro a determinar, un continuo vacilón por parte de las dos
instituciones implicadas. Y los “amigos” de El Monasterio carcajeándose a
mandíbula batiente. Donde, para mayor desgracia de los sufridos viandantes, recalarán
los políticos implicados (que no presuntos) a solazarse de sus duras jornadas
de trabajo.
Me pregunto hasta cuándo podrán seguir soportando nuestras carreteras
el cúmulo de vehículos. Y si no es hora de que concienzudos estudios pongan
sobre la mesa opciones realistas que mitiguen el caos. Porque cualquier día se
arma una catástrofe en esta isla, que no habrá dios que deshaga el entuerto de tráfico
en el que nos sumergimos jornada tras jornada.
La isla de El Hierro, es mero ejemplo comparativo, tiene una
población de 10.587 habitantes. De derecho (la empadronada), porque lo mismo,
según hablaba tiempo atrás con un amigo, son menos. Y el censo de vehículos
(turismos, camiones, furgonetas, motos y otros) se cifra en 9.889. Casi a uno por
cabeza. Si restamos los menores de 18 años (creo que sigue siendo esa la edad
para obtener el permiso de conducción, y, si no, pongan 16, me da lo mismo) puede
–no, seguro– que nos quedemos con menos personas aptas para ponerse detrás de
un volante que el montante de automóviles.
No me atrevo, pues, a indagar –para establecer la comparación
de rigor– la casuística tinerfeña. Pues me da que van a ser pocos los hogares
en los que el número de inquilinos sea superior al de fotingos en el garaje; o
en la calle. Y menos mal que estamos en crisis, decía cierto familiar. De lo
contrario, para mayor regodeo de piches y socavones, debería plantearme cada
día el dilema de qué coche coger para ir a comprar el pan. Vamos, como
cualquier dirigente popular untado por la Gürtel.
Sí, ya lo sé, soy consciente: no hay alternativa. Y lo que
es peor: a quienes correspondería la obligación de estrujarse los sesos para
que el servicio público del transporte terrestre en este peñasco fuese mucho
más eficiente y diversificado que la nimiedad del presente (solo guaguas
sumergidas en el mar de los colapsos; ¿El taxi?, ¿Y las perras?), como se desplazan
en coche oficial y no están sujetos a los rígidos horarios del resto de
mortales, los carriles bus, los trenes y tranvías (incluso la brillantísima
idea de los parapentes de Manolo) se pudren en la gaveta de los papeles viejos.
O séase, no faltará mucho para un patatús definitivo. Y
quizás en ese momento sobrarán todos los vehículos y faltarán nichos que nos
acojan.
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