jueves, 18 de noviembre de 2021

179. Patatús

Sostenía Pedro Martín, presidente del Cabildo de Tenerife, en una entrevista este pasado domingo (Diario de Avisos) que entendía perfectamente el cabreo de la gente por los atascos permanentes en nuestras carreteras. No solo ya en la TF-5, prototipo viario del desaguisado, sino que podían extenderse los colapsos a muchos más puntos de la geografía insular.

Uno, que con su pensión logra hacer milagros y viajar cuanto pueda por las islas, contempla que es en la de mayor extensión del archipiélago donde el caos se halla cómodamente instalado hasta tal extremo que ya no es necesario esperar a las denominadas horas punta. No te voy a poner ejemplos, porque ni siquiera es necesario salir de nuestro pueblo para empezar a perder la paciencia. Y si arriba te gusta estirar las piernas y te echas a caminar de vez en cuando, ve tranquilo y si al cruzar un paso de peatones (luego te pongo una muestra) observas que un coche te obstaculiza el paso, relájate, cuenta hasta veinte, y escapa como puedas. Si fuera más joven, seguro que ya me hubiese subido a más de uno. Y lo mismo me ponen una multa por atrevido. O por invadir una propiedad privada.

Dado que en el núcleo de La Montaña también llevamos dos años de entretenimiento, te comento que por la zona de cierta cafetería-pastelería es raro el día que no te tropieces con los de essolounmomento. Y todos los que pateamos un fisco lo vemos. Y sufrimos. Y no comprendemos cómo la policía municipal jamás vislumbra infracción alguna. Si arriba de que son pocos, andan algo mal de la vista, aviados vamos. O patatús en desarrollo.

A tenor de unas declaraciones efectuadas estos pasados días por Enrique Arriaga, me reafirmo en que hemos hecho el indio durante dos años. El muro de La Montaña se volverá a levantar tal y como estaba con anterioridad. Eso no quita, añade el vicepresidente, que los servicios jurídicos del Cabildo sigan estudiando la posibilidad de recurrir la reciente sentencia. Ni descarta el que una vez aprobado el nuevo PGO, tal y como asimismo argumentaba el alcalde realejero, se proceda a llevar a cabo la obra en debidas condiciones: retranqueos, aceras y demás. Vamos, que si nos tomaron el pelo el bienio pasado, nos espera, en un futuro a determinar, un continuo vacilón por parte de las dos instituciones implicadas. Y los “amigos” de El Monasterio carcajeándose a mandíbula batiente. Donde, para mayor desgracia de los sufridos viandantes, recalarán los políticos implicados (que no presuntos) a solazarse de sus duras jornadas de trabajo.

Me pregunto hasta cuándo podrán seguir soportando nuestras carreteras el cúmulo de vehículos. Y si no es hora de que concienzudos estudios pongan sobre la mesa opciones realistas que mitiguen el caos. Porque cualquier día se arma una catástrofe en esta isla, que no habrá dios que deshaga el entuerto de tráfico en el que nos sumergimos jornada tras jornada.

La isla de El Hierro, es mero ejemplo comparativo, tiene una población de 10.587 habitantes. De derecho (la empadronada), porque lo mismo, según hablaba tiempo atrás con un amigo, son menos. Y el censo de vehículos (turismos, camiones, furgonetas, motos y otros) se cifra en 9.889. Casi a uno por cabeza. Si restamos los menores de 18 años (creo que sigue siendo esa la edad para obtener el permiso de conducción, y, si no, pongan 16, me da lo mismo) puede –no, seguro– que nos quedemos con menos personas aptas para ponerse detrás de un volante que el montante de automóviles.

No me atrevo, pues, a indagar –para establecer la comparación de rigor– la casuística tinerfeña. Pues me da que van a ser pocos los hogares en los que el número de inquilinos sea superior al de fotingos en el garaje; o en la calle. Y menos mal que estamos en crisis, decía cierto familiar. De lo contrario, para mayor regodeo de piches y socavones, debería plantearme cada día el dilema de qué coche coger para ir a comprar el pan. Vamos, como cualquier dirigente popular untado por la Gürtel.

Sí, ya lo sé, soy consciente: no hay alternativa. Y lo que es peor: a quienes correspondería la obligación de estrujarse los sesos para que el servicio público del transporte terrestre en este peñasco fuese mucho más eficiente y diversificado que la nimiedad del presente (solo guaguas sumergidas en el mar de los colapsos; ¿El taxi?, ¿Y las perras?), como se desplazan en coche oficial y no están sujetos a los rígidos horarios del resto de mortales, los carriles bus, los trenes y tranvías (incluso la brillantísima idea de los parapentes de Manolo) se pudren en la gaveta de los papeles viejos.

O séase, no faltará mucho para un patatús definitivo. Y quizás en ese momento sobrarán todos los vehículos y faltarán nichos que nos acojan.

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