jueves, 11 de noviembre de 2021

174. Una limosna para el templo

Me imagino que alguno de los prestigiosos historiadores realejeros (que estén atentos, también, a la apertura del procedimiento para nombrar Cronista Oficial de la Villa Histórica) ya habrán dado norte de esta carta enviada al periódico Gaceta de Tenerife, y publicada tal día como hoy de hace un siglo, en la que se demandaban aportaciones para el arreglo de la Iglesia de Santiago Apóstol. Aun a riesgo de una posible repetición, y aunque inserto la ilustración, reproduzco su contenido para una más fácil lectura:

“Dignos de ser atendidos. Una limosna para el templo del Realejo alto.

Hijos y vecinos del Realejo alto:

A ciencia y paciencia de todos, se está derrumbando este histórico templo, emblema de la terminación de la conquista de esta isla, gloria de Realejo alto, gloria de Tenerife y hasta gloria de España.

Esta iglesia parroquial con su alto campanario que se yergue alegre por el espacio como una flecha lanzada al cielo, tras de la cual han de elevarse mil corazones, está a punto de desplomarse y caerse. Cual gigante decrépito, roído por la carcoma de los tiempos y anonadado por los esfuerzos hercúleos hechos durante el curso de cerca de cinco siglos, flaquea ya, necesita muletas que lo sostengan; y, no obstante esto, a lo mejor sus piernas lapídeas cederán, se derrumbará el gigante, y entre esos escombros y ruinas quedará sepultado todo un mundo de recuerdos y de glorias.

En esta iglesia recibimos las regeneradoras aguas del bautismo; en ella dirigimos por vez primera nuestros rezos al buen Dios, arrodillados junto a nuestra santa madre que desde el cielo vela por nosotros; en ella recibimos a Jesús Sacramentado, el Dios de los amores, el Dios de todos y sobre todo el Dios de los pobres; en ella nuestros padres recibieron por esposa a la dulce compañera de su vida, que después fué nuestra cariñosa madre que nos meció dulcemente y nos adormeció al arrullo de tiernas folías; desde ella se llevó el Santo Viático a generaciones enteras para confortarlas en el viaje a la eternidad; su pavimento y las losas frías todavía están humedecidas por las lágrimas que vertieron nuestros abuelos en el entierro de seres queridos; ella es la más antigua de las casas del pueblo, es la casa solariega de todos los parroquianos, los cuales la veneramos, la sentimos y la amamos, pues con voces calladas, ecos de las voces de los abuelos, suenan armonías que solo percibe el corazón tal vez sin darse cuenta; en ella está la bella y milagrosa imagen de la Virgen de los Remedios, a la cual millares de veces todos hemos recurrido y la hemos ofrecido nuestros dones. En fin, podemos decir de esta iglesia parroquial que más o menos todos hemos hollado esta puerta, hemos postrado nuestras rodillas en estas losas, hemos mirado estas imágenes y retablos, comulgado de estos copones, adorado esta cruz, hemos leido a la luz de estas ventanas, respirado el aire de estas naves, herido estas bóvedas con nuestras oraciones y cánticos, y hemos descubierto nuestra frente al oir las voces argentinas de las campanas de su torre invitándonos a rogar por nuestros difuntos.

¡Ah! ¡Cuantos recuerdos y emociones nos ha prodigado y prodiga esta bendita iglesia! Ciertamente esta iglesia parroquial es mucho más venerable que todas las casas del pueblo.

Y ¿hemos de permitir que se derrumbe? ¿Ha de quedar sepultado entre sus ruinas todo este mundo de recuerdos y emociones? ¿Hemos de pasar por la vergüenza de que los actuales hijos del Realejo alto no saben, no quieren o no pueden evitar la ruina de este monumento que nos legaron nuestros mayores? ¿Hemos de sufrir el bochorno de quedar sin iglesia y de ser el escarnio de los otros pueblos de la isla? ¿Debemos esperar que se arruine por completo y sea mucho más costosa y difícil la reedificación de ella? ¿Queremos que los temporales la destrocen y sepulte entre sus escombros algún ser querido de nuestras familias? ¡Ah! no; mil veces no. Ahora mismo, y cuanto más pronto mejor, es necesario, urgente, de imprescindible necesidad repararla y evitar la ruina de este monumento, de esta gloria histórica.

Por todo lo expuesto nos hemos tomado la ímproba labor de emprender las obras de reedificación de la misma y de evitar la ruina de nuestra querida y gloriosa Iglesia.

Pero todos comprenderéis perfectamente que el importe de dichas obras es subido, y que necesitamos el concurso y el esfuerzo de todos. A este fin, beneméritos hijos del Realejo alto, os dirigimos esta invitación suplicando que os dignéis contribuir a la reparación de esta iglesia con los donativos que tengáis a bien ofrendar, y esperando que todos haréis un esfuerzo, que contribuiréis a la medida de vuestras posibilidades, y que dará mucho el que pueda mucho y que dará menos el que no pueda tanto. Tenemos la seguridad de que así será y de que absolutamente todos, cuando menos, tendréis la cultura suficiente para apreciar que esta iglesia es un monumento histórico de gran valor y una gloria del Realejo alto que debe conservarse a todo trance.

También nos dirigimos a los señores comerciantes, propietarios e industriales que tienen comercios, fincas e industrias en el Realejo alto, a los amantes de las glorias patrias, a los enamorados de las glorias artísticas e históricas, y a los nobles hijos de Tenerife y de las islas Canarias todas. A todos suplicamos y pedimos una limosna, un donativo para reparar esta histórica iglesia.

Porque ella es el símbolo de la victoria de las armas españolas y de la terminación de la conquista de esta isla; en este mismo templo quedó incrustada esta isla, como por lo preciosa, a la corona de España; es la primera o segunda parroquia de Tenerife fundada por el mismísimo conquistador Fernández de Lugo en 1496; en ella se cantó el solemne Te Deum y se dijo la primera Misa en acción de gracias por la feliz terminación de la conquista; aquí mismo fueron bautizados en un lebrillo barnizado de verde, Bencomo y demás Menceyes guanches; en su campanario todavía está la campana regalada a este pueblo por los Reyes Católicos; entre sus joyas se vé una que tiene incrustado en la cruz de su manga un pedazo de madera, de la cruz que sirvió para decir la primera Misa en el campamento que aquí mismo estableció Lugo; la techumbre de la capilla mayor es una joya artística de gran valor, y la pila bautismal, de jaspe concoideo, es digna de gran admiración. ¿A qué seguir?

Todos seguramente tendréis interés en que se conserve un monumento de tanto valor, de tantos recuerdos, y una gloria que si bien es peculiar del Realejo alto, no deja de serlo también de la hidalga y nobilísima familia canaria.

Realejo alto. Octubre de 1921. Sebastián Díaz González, Delmiro R. de la Sierra, Pablo García, alcalde; licenciado Juan Cerviá, párroco; Salvador González Díaz, Agustín Barroso, José Reyes Estrada, juez municipal.

Se recogen las limosnas en La Laguna, en la Secretaría del Obispado; en Santa Cruz de Tenerife, en casa de los Padres del Pilar; y en el Realejo alto, los siete que  firman esta invitación”.

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Aparte de la exquisita redacción, algunos pasajes –sobre todo el de la reseña histórica– levantarían hoy más de una erupción; y no volcánica, precisamente. Hasta mañana.

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