viernes, 19 de noviembre de 2021

180. ¿Tantos para uno?

Rescato de Wikipedia: “Los Premios Ondas son unos galardones entregados a los profesionales de radio, televisión, publicidad en radio y música. Son concedidos anualmente por Radio Barcelona, emisora de la SER del grupo PRISA, desde 1954. Son los primeros galardones de radio y televisión instituidos en España, por lo que gozan de gran prestigio”.

En este año se reconoció el despliegue informativo de la televisión canaria en la isla de La Palma con motivo de la erupción volcánica. Pero, asimismo, y por idéntico motivo, se premió a la Cadena Ser, hecho que ha pasado casi inadvertido en este archipiélago. A los que nos puede la radio solemos ser más feos y no tan dados a presencias del bien quedar nos da cierta congoja algunos lucimientos que, a mi modesto entender, solo conducen a edulcorar la tarea periodística. Diera la impresión de que se pretenden adquirir protagonismos que no corresponden a quienes portan la alcachofa y se sitúan ante una cámara. Puede que en la actualidad en las aulas universitarias se hayan olvidado –o relegado– unas normas tan básicas en el desarrollo de un quehacer primordial en todo sistema democrático. O que el profesional (supuesto o no), una vez aprendido a volar en el sugerente mundo de las ondas, haya corrido tupido velo a todo aquello que constituye el leitmotiv en el ejercicio de una función fundamental.

No sé qué directrices se ponen en escena para la concesión de estos premios. Pero quiero imaginarme que la faena se lleve a cabo con la seriedad requerida. Y que se haya valorado en profundidad cuanto fuese menester antes de emitir el correspondiente fallo. Dicho lo cual (o escrito), damos por bueno el resultado y hemos de congratularnos, como canario, por ello.

Ahora bien, pasados aquellos primeros días desde que el pasado 19 de septiembre el innombrado volcán hiciese acto de presencia (no en Cumbre Vieja, por cierto), el hecho informativo se ha ido apagando con el devenir de las semanas. Y los medios (también la televisión canaria, y quizás con mayor incidencia por el inusitado despliegue, tanto humano como técnico) caen con reiterada frecuencia en repeticiones y abundamientos que ya cansan, producen hastío. Es como comer tortilla en el almuerzo durante dos meses seguidos.

A los dirigentes del ente público les recomendaría el simple ejercicio de visionar los telediarios de solo un día. Todos. Y me apuesto los consabidos cincuenta céntimos a que se echarían las manos a la cabeza al cerciorarse de que son prácticamente idénticos. Recurriéndose, además, a la caza y captura de aquel que ha sufrido la desgracia para que se derrumbe ante la cámara y llore a moco perdido. Y eso no es información. Si el palmero se resiste a llamar espectáculo al dictado de la naturaleza, no contribuyamos a sazonar el infortunio con sesiones de tintes amarillistas, donde se intenta poner en valor aspectos secundarios, pero llamativos y sensibleros. Jamás lo superfluo, y puede que hasta fingido, ha de erigirse en un hecho per se.

Me duele, además, el peloteo baboso de unos políticos que mejor papel harían en dedicarse a cumplir con los compromisos que su cargo les exige y que los ciudadanos demandamos. Porque ya está bien de felicitaciones sin ton ni son. Cuando alguien tiene encomendado un determinado rol social, no es necesario recurrir a la palmadita en la espalda por ejecutar el trabajo que se le ha confiado. “Y gracias a ustedes por la gran labor que llevan a cabo y tal y cual”. Que no, carajo, bastante dinero nos supone a los canarios la asignación presupuestaria correspondiente, como para invitarlos a un cortado por cumplir con su deber. Y los demás que curramos, ¿hemos de hacerlo a la espera del pláceme o, de lo contrario, rompemos la baraja y nos tiramos a la Bartola?

Y vamos con el acto de la entrega del premio. Ahí tienen una foto bien ilustrativa. Que la Cadena Ser envíe a recogerlo a cuantos estime conveniente, que hagan con su dinero lo que crean menester. Pero olvida nuestra tele, el consejero del ramo, el Parlamento de Canarias y la madre del cordero que los dineros públicos son sagrados. Y cuando uno contempla con qué alegría se despilfarran, le entran ganas de hacerse objetor de conciencia. Porque si aun jubilado, Hacienda se me queda con unos cuantos miles de euros en concepto de IRPF (pero si ya no rento, soy un pasivo total y absoluto), me duele el que mi peculio sirva para traslados innecesarios. ¿Hacía falta que se trasladara a Barcelona toda esa tropa? ¿No bastaba con que fuera uno o es que era muy pesado el trofeo? ¿Son conscientes esos rostros tan risueños de que un servidor se lo puede tomar como una total y absoluta falta de respeto? ¿Qué bueno es viajar cuando los gastos son soportados por albardas ajenas? ¿Qué fácil utilizar esa tarjeta que no repercute cargos en el saldo de la cuenta corriente (o libreta) propia?

¿Se dan cuenta de por qué no valgo para político? Qué osadía la mía al pretender velar por el uso correcto de las arcas de la comunidad. Eso ya no se lleva. Y de proponerlo en una campaña electoral, el votante, transmutado a masoquista a la enésima, me tildaría de perturbado mental y no sacaría ni para chochos.

¿Cómo? ¿Que si llevaron acompañantes? Oye, ¿por qué me mortificas con preguntas inoportunas?

Feliz fin de semana. Hasta el lunes.

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