jueves, 13 de mayo de 2021

54. Los árbitros

Que ya no me gusta el fútbol, no constituye una novedad. Lo he manifestado en reiteradas ocasiones. Aguantar cinco minutos ante la pantalla del televisor supone tal esfuerzo, que me he declarado insumiso. El espectáculo raya el esperpento. No sé para qué demonios le pago a Movistar un servicio que no utilizo. Deberé preguntarles a Florentino, Laporta y otros para que me expliquen, pues ellos deberán saber mucho más que yo del particular.

Como escucho quejas, una y otra vez, del comportamiento arbitral –cada cual ve la película según los consabidos intereses– me pregunto si los trencillas no vienen a ser tan parciales como jueces y magistrados. Porque si estos últimos son capaces de interpretar las leyes con más de un prejuicio (también ideológico) a sus espaldas, qué no esperar del estamento que debe poner orden y concierto en los terrenos de juego. Si ti te percataste de que el defensa tocó el balón con la mano dentro de su área, por qué debe el vestido diferente descubrir lo mismo que tú. ¡Ah!, para eso se inventó el VAR (Video Assistant Referee), me dirás. Pero después te cuento lo que pienso al respecto.

Últimamente observamos cómo se dictan sentencias en los diferentes estamentos del Poder Judicial que te dejan patinando. Mientras tres magistrados, por ejemplo, contemplan nitidez absoluta en lo contenido en cualquier normativa, otra dos ven todo lo contrario. Y uno se pregunta para qué demonios estamos pagando, y bastante bien, a unos parlamentarios, si luego viene a resultar que los aprobado en el Congreso y en el Senado es agua de borrajas cuando debe ponerse en práctica, pues cada cual lee, e interpreta, lo que mejor se adecua (o adecúa) a vete a saber tú qué ocultos intereses. Y como las sentencias se acatan, aunque no se compartan, te queda el consuelo de acordarte del aquel dicho que reza “tienes razón pero vas a la cárcel”.

Así que dejen a los árbitros en paz y cambien de canal. Hay unos documentales preciosos. Y si no, como dice mi nieto, ¿tú no tienes Netflix, abuelo? El fútbol actual, aparte de haberse convertido en un circo mediático, es un negocio por el que se están forrando unos cuantos a costa de los forofos de turno, cuyo comportamiento no difiere gran cosa de cualquier masa manipulada en torno a cualquier manifestación. Incluso en tiempos pandémicos, porque la libertad para hacer el gilipollas aún continúa vigente. Y me temo que por varias generaciones más.

El VAR ese que venía para resolver todas las dudas, salvo trazar unas rayas para estudiar los posibles fueras de juego, bien poco está aportando. Y de nada valdrán, entiendo, que se sigan implantando  reglas y pautas si las ópticas seguirán siendo dispares. Mejor harían en cambiar la ubicación de esa sala de control y ponerla en un BAR. Allí, con unos manís (o maníes, pero para entendernos ‘manises’) y unos vinos, a buen seguro que se cantarían mucho mejor los penaltis y lo que se tercie. Al final del partido se entonará el Asturias, patria querida o el pasodoble Islas Canarias y a seguir pintando la mona (o durmiéndola, vaya usted a saber), pero con otro semblante.

¿Quién quedará campeón? ¿Te digo la verdad? Se me importa un pimiento. Que a final de mes me sigan pagando la pensión, que pueda viajar de cuando en vez y que se mueran los feos. Si entre ellos se incluyen futbolistas y árbitros, que me registren.

Creo que mañana, y mucho más el fin de semana, me dedicaré a la meditación. Falta me está haciendo y como tengo entre manos unos artículos de enjundia, lo necesito. Te dije que el 18.

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