En Diario de Tenerife
(periódico de intereses generales, noticias y anuncios; amén de decano de la
prensa canaria), en su número 9968, año XXXIII, correspondiente al 19 de abril
de 1917 (jueves), páginas 1 y 2, se publica un extenso comentario que nos pone
en situación acerca de la problemática suscitada. Va su transcripción literal:
“Tímidamente anunciamos en la revistilla que hacíamos el
martes, unos comentarios a lo ocurrido en la lucha del Domingo.
En realidad los comentarios no hacen falta; todo aficionado
que haya tenido el mal gusto de leer lo que allí decíamos los habrá hecho,
seguramente para coincidir con nosotros haciéndose esta pregunta: ¿Para que se
nombra el Tribunal?
En estas líneas tenemos que referirnos a los sucesos del
Domingo por ser los más recientes, y por ser aquel día de lucha en el que se
puso más patente la desorganización; la falta de disciplina, la ausencia de un
buen reglamento, defectos todos reflejados en las desobediencias repetidas que
obligaron al Tribunal a retirarse. Con tal conducta va a ser empresa difícil
encontrar en lo sucesivo personas serias que acepten el nombramiento de Jurado.
Es muy poco agradable para nadie hacer el ridículo, y es una
falta de consideración, el designar jueces (que casi siempre aceptan a puros
ruegos) para desobedecerles a las primeras de cambio.
Y con solo exponer estas consideraciones salta a la vista la
necesidad de imponer condiciones por parte del Tribunal: Todo luchador que no
se someta a las decisiones del Tribunal, debe ser castigado no permitiéndosele
seguir tomando parte en las luchas durante una temporada. Esto o cosa parecida.
Claro está que los capitanes y demás luchadores deben en
estos casos apoyar al Tribunal y si, por el contrario (lo que no debiera nunca
suceder) se hicieran solidarios de la conducta del luchador rebelde, debe
castigarse a tal partido con la pérdida, por ejemplo, de los beneficios que le
corresponden.
Nómbrese, como siempre se hace, el Jurado de común acuerdo,
y aplicando con energía el reglamento se evitará la repetición de escándalos,
que si para nosotros tiene algo del calor
de la tierruca, ante los, extraños nos deja en muy mal lugar.
Quizás exista, nosotros no lo sabemos, alguna costumbre
hecha ley que autoriza al Jurado para evitar abusos; considérese entonces como
no escritas las anteriores y sirvan estas líneas de ruego para que tanto los
señores del Tribunal como los directores de los partidos se decidan desde luego
a obrar con prudencia, sí, pero también con energía.
Lo referente a la actitud del público es de más difícil
arreglo. El apasionamiento no puede evitarse; las simpatías por uno u otro
bando son la causa de algunas injusticias; desde luego, el ideal sería que se
rindiese siempre el homenaje al mérito, fuera de los de arriba fuera de los de
abajo; que se aplaudiera a uno y otros la gallardía, la limpieza, el arte; pero
esto, por ahora, es mucho pedir.
Contentémonos con la abolición de los gritos, siempre
molestos y a veces injuriosos; esto, que es cuestión de educación, entra de
ello en la misión de las autoridades. Aquí en Santa Cruz, valgan verdades, y
gracias al celo de algún jefe de seguridad que interpreta fielmente los deseos
de los expectadores sensatos, se ha adelantado mucho en este sentido.
En el encuentro del día 1.° del corriente en el salón
Nivaria con el partido de Tegueste y Tejina, después de Mariano Cabrera, entre
los luchadores mas aplaudidos recordamos a Melián Rivero y a José Alvarez León.
En los encuentros celebrados en Tegueste y en Tejina el
compañerismo fué la nota característica; surgía, es cierto, alguna diferencia
entre los jueces, defendía cada grupo lo que le era más simpático; pero
hablaban los señores del Jurado y aunque algún luchador estuviera seguro de que
el fallo era equivocado, se sometía al mismo y el expectáculo [sic] continuaba.
Y en esto está el secreto; el público, por muy apasionado que sea, sigue
generalmente la conducta de los luchadores; lo malo está en que estos quieran
hacer mas caso al público que al Tribunal.
Pudiéramos citar algunos casos que prueban lo que queda
escrito, pero no queremos que se interpreten mal nuestras intenciones.
No intentamos establecer parangón entre la conducta de unos
y otros; señalamos los defectos y a los presidentes de las distintas sociedades
corresponde el examinarlos y ponerles el remedio radical. Y si conseguimos
esto, nos daremos por satisfechos. Un poco, de buena voluntad y las luchas
entre La Laguna y Santa Cruz serán un éxito.
Terminemos nuestro articulillo recogiendo también las
impresiones o comentarios que oímos acerca del sitio en que deben celebrarse
las luchas. Todos parecen conformes en que el deporte canario pide á gritos la
tierra y el aire libre.
El escenario de un teatro, ni la sala del teatro Viana de la
vecina ciudad, son locales que reúnen condiciones; por lo menos las
estadísticas nos dicen que es en ellos donde se presentan más dudas y
contrariedades, sin duda por la falta de luz y de espacio.
Tiempo es todavía, creemos, de encauzar las cosas por buen
camino; el público sigue con cariño y curiosidad la carrera de los modernos
atletas y ha declarado a la lucha canaria expectáculo favorito; pero este
público entusiasta y bonachón, también se cansa y terminará por volver las
espaldas, si los más interesados, no ponen de su parte toda lo posible por
complacerle.
Como no faltará quien conociendo al autor de estos
comentarios, nos negará autoridad para hablar de estos asuntos, descargaremos
nuestra responsabilidad diciendo que todo lo dicho es copia de lo oído aquí y
allá a personas inteligentes y sensatas.
Para solucionar todos los conflictos que hasta ahora hemos
presenciado en los encuentros de lucha canaria, más que entender de garabatos,
caderas y levantadas, ha hecho falta, pero mucha falta, carácter, buena
voluntad y sentido común”.
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Si ustedes no tienen inconveniente ─por mí que no quede─
volvemos el lunes.
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