lunes, 23 de agosto de 2021

111. Equilibrio, fuerza, destreza

Fue Jacinto Terry el seudónimo que utilizó el periodista Joaquín Fernández Pajares (1878-1940) a lo largo de su dilatada trayectoria en los medios de comunicación impresos de la época: La Prensa, El Progreso, El Imparcial… Asiduo articulista (que en el periódico La Tarde popularizó también el seudónimo Doctor Acético), dotado de fina ironía y agudo sentido del humor (otros sesgos que se desprenden del texto de hoy quedan a tu consideración), nos sorprende en El Progreso, diario republicano autonomista, en el ejemplar de 20 de junio de 1916 (martes), número 3293, año XI, página 1, con una crónica que lleva por título el que yo he tomado prestado para la presente entrada y que es del tenor literal siguiente:

“¡Hablar de la lucha canaria! Pues sí, señor. Tanto puede influir en la felicidad de un pueblo un libro bien escrito como un fortísimo golpe en la cintura de un mocetón robusto. Y a veces puede ser esto más interesante para la vida de ese pueblo, que una cadena de sonetos o unas brillantes páginas musicales. Ni con los versos ni con la prosa ni con la música se hacen hombres. Con la fuerza sí. Es verdad que los versos han inmortalizado a varias parejas amorosas, que sin el encanto de la rima no se hubiese tenido tanto amor. Pero notad que todos los grandes amantes que nos cita la historia han sido estériles.

En cambio los grandes forzudos han sido prolíficos en demasía. Para un malthusiano el ideal es el hombre cerebro. Para un humanista el ideal es el hombre músculo. Para el lector, será excelente el primero. Para las lectoras es preferible el último, a poco que recapaciten.

Ahora bien, que las luchas canarias pudieran tener una reglamentación distinta a la que hoy disfrutan, a fin de que sea espectáculo apropiado a los gustos de toda clase de público.

Como demostración de lo que puede el equilibrio, la fuerza y la destreza, indiscutiblemente la lucha canaria lleva gran ventaja sobre otra clase de juegos que ofrecen mayores peligros y no tantos encantos. ¿Qué le hace falta para que pueda convertir en terrero los escenarios de todos los teatros del mundo? Muy poca cosa.

Toma usted, por ejemplo, si a usted, lector, le ocurriese ser empresario de este género de espectáculo, a un luchador cualquiera, el que mejor le parezca, solamente para que sirva de tipo. Ese hombre tiene ya las condiciones necesarias para el triunfo. Equilibrio, fuerza, destreza. ¿Le falta algo? Sí; la poca cosa a que antes me refería. Para que el triunfo no sufra merma de ninguna especie.

Afeita usted al luchador. Bien rasurado, hasta que la cara adquiera ese tinte azul que puede usted ver en los frailes, en los toreros y en la mayor parte de los cómicos. Parece cosa baladí y no lo es. Un luchador afeitado está más cerca del éxito que el que lleve la barba de ocho días.

Después le corta el cabello. Aunque la Biblia nos quiere hacer creer que por haber la hermosa Dalila cortado las guedejas a Sansón, perdió éste las fuerzas, le supongo a usted, lector, con bastante inteligencia para no dar crédito a ciertas exageraciones. Lo que le ocurrió a Sansón no tiene nada de extraordinario. Usted mismo, lector, si está mucho tiempo junto a una mujer como supongo yo a Dalila, pierde las fuerzas sin remedio. Quedamos, pues, en que la tonsura del luchador que se quiere convertir en artista, es de manifiesta oportunidad.

Ya ha recorrido usted la mitad de la vereda. Ahora quítele los calzoncillos. Es decir, vamos a ver, no hay que precipitarse, despacio y avisando. Al luchador le viste usted con un buen traje de punto, semejante al que usan los gimnastas y las tiples de zarzuela que no pueden cantar. Sobre esa ligera cobertura del cuerpo y ocupando únicamente la parte media, coloca usted un pantalonero blanco, corto, fuerte, que haga el mismo uso de los calzoncillos actuales.

Me va usted a decir que si el traje de punto es para todo el cuerpo, pierde el ejercicio gran parte de su vitalidad. Tal vez sea cierto. Por si lo es, acorte usted la malla hasta medio muslo. Que queden las piernas y los pies al aire. Pero si lo hace así aconseje a sus futuros artistas frecuentes pediluvios. Con eso ni se pierden las condiciones de equilibrista, ni la fuerza ni la destreza. Ya tendrá usted buen cuidado de dar el consejo con toda la delicadeza necesaria para que no se dé por ofendido el que lo reciba.

Ha conseguido usted, lector, lo principal. Le falta muy poco para que el espectáculo sea atrayente. Suprimir el garrafón de vino en el escenario. No es detalle insignificante. A los artistas, como a los políticos, como a las queridas, hay que verlos, para que causen sensación, en determinadas actitudes y nada más. Una gran cantante que se dedique a comer altramuces delante de la gente, desmerece mucho en el concepto público. Un político defensor de la emancipación de la mujer, que no guarde recato para castigar a la suya, pierde un terreno muy importante. Una querida que se dé los colores en la cara delante de usted, se expone a perder el cliente.

Pues así es todo.

No es bastante que el luchador tenga equilibrio, fuerza y destreza, si se quiere obtener el favor del público. Es preciso además llevar algo de estética al espectáculo.

No lo olviden los muchos que piensan, muy cuerdamente, en sacar las luchas canarias del reducido marco en que hoy se encierran”.

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Yo me limito a transcribir. Los comentarios ante ciertos pasajes del artículo, como ya antes señalé, los dejo a tu libre saber y entender. Un servidor los enmarca en un manejo exquisito del recurso de la ironía. ¿Solo?

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