“¡Hablar de la lucha canaria! Pues sí, señor. Tanto puede
influir en la felicidad de un pueblo un libro bien escrito como un fortísimo
golpe en la cintura de un mocetón robusto. Y a veces puede ser esto más
interesante para la vida de ese pueblo, que una cadena de sonetos o unas
brillantes páginas musicales. Ni con los versos ni con la prosa ni con la
música se hacen hombres. Con la fuerza sí. Es verdad que los versos han
inmortalizado a varias parejas amorosas, que sin el encanto de la rima no se
hubiese tenido tanto amor. Pero notad que todos los grandes amantes que nos
cita la historia han sido estériles.
En cambio los grandes forzudos han sido prolíficos en
demasía. Para un malthusiano el ideal es el hombre cerebro. Para un humanista
el ideal es el hombre músculo. Para el lector, será excelente el primero. Para
las lectoras es preferible el último, a poco que recapaciten.
Ahora bien, que las luchas canarias pudieran tener una
reglamentación distinta a la que hoy disfrutan, a fin de que sea espectáculo
apropiado a los gustos de toda clase de público.
Como demostración de lo que puede el equilibrio, la fuerza y
la destreza, indiscutiblemente la lucha canaria lleva gran ventaja sobre otra
clase de juegos que ofrecen mayores peligros y no tantos encantos. ¿Qué le hace
falta para que pueda convertir en terrero los escenarios de todos los teatros
del mundo? Muy poca cosa.
Toma usted, por ejemplo, si a usted, lector, le ocurriese
ser empresario de este género de espectáculo, a un luchador cualquiera, el que
mejor le parezca, solamente para que sirva de tipo. Ese hombre tiene ya las
condiciones necesarias para el triunfo. Equilibrio, fuerza, destreza. ¿Le falta
algo? Sí; la poca cosa a que antes me refería. Para que el triunfo no sufra
merma de ninguna especie.
Afeita usted al luchador. Bien rasurado, hasta que la cara
adquiera ese tinte azul que puede usted ver en los frailes, en los toreros y en
la mayor parte de los cómicos. Parece cosa baladí y no lo es. Un luchador
afeitado está más cerca del éxito que el que lleve la barba de ocho días.
Después le corta el cabello. Aunque la Biblia nos quiere
hacer creer que por haber la hermosa Dalila cortado las guedejas a Sansón,
perdió éste las fuerzas, le supongo a usted, lector, con bastante inteligencia
para no dar crédito a ciertas exageraciones. Lo que le ocurrió a Sansón no
tiene nada de extraordinario. Usted mismo, lector, si está mucho tiempo junto a
una mujer como supongo yo a Dalila, pierde las fuerzas sin remedio. Quedamos,
pues, en que la tonsura del luchador que se quiere convertir en artista, es de
manifiesta oportunidad.
Ya ha recorrido usted la mitad de la vereda. Ahora quítele
los calzoncillos. Es decir, vamos a ver, no hay que precipitarse, despacio y
avisando. Al luchador le viste usted con un buen traje de punto, semejante al
que usan los gimnastas y las tiples de zarzuela que no pueden cantar. Sobre esa
ligera cobertura del cuerpo y ocupando únicamente la parte media, coloca usted
un pantalonero blanco, corto, fuerte, que haga el mismo uso de los calzoncillos
actuales.
Me va usted a decir que si el traje de punto es para todo el
cuerpo, pierde el ejercicio gran parte de su vitalidad. Tal vez sea cierto. Por
si lo es, acorte usted la malla hasta medio muslo. Que queden las piernas y los
pies al aire. Pero si lo hace así aconseje a sus futuros artistas frecuentes
pediluvios. Con eso ni se pierden las condiciones de equilibrista, ni la fuerza
ni la destreza. Ya tendrá usted buen cuidado de dar el consejo con toda la
delicadeza necesaria para que no se dé por ofendido el que lo reciba.
Ha conseguido usted, lector, lo principal. Le falta muy poco
para que el espectáculo sea atrayente. Suprimir el garrafón de vino en el
escenario. No es detalle insignificante. A los artistas, como a los políticos,
como a las queridas, hay que verlos, para que causen sensación, en determinadas
actitudes y nada más. Una gran cantante que se dedique a comer altramuces
delante de la gente, desmerece mucho en el concepto público. Un político
defensor de la emancipación de la mujer, que no guarde recato para castigar a
la suya, pierde un terreno muy importante. Una querida que se dé los colores en
la cara delante de usted, se expone a perder el cliente.
Pues así es todo.
No es bastante que el luchador tenga equilibrio, fuerza y
destreza, si se quiere obtener el favor del público. Es preciso además llevar
algo de estética al espectáculo.
No lo olviden los muchos que piensan, muy cuerdamente, en
sacar las luchas canarias del reducido marco en que hoy se encierran”.
---------------
Yo me limito a transcribir. Los comentarios ante ciertos
pasajes del artículo, como ya antes señalé, los dejo a tu libre saber y
entender. Un servidor los enmarca en un manejo exquisito del recurso de la
ironía. ¿Solo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario