Puede que calificarlo de vergüenza sea de lo más benévolo
que se me ocurra en estos momentos. Los respectivos presidentes de los
organismos implicados, Pedro Martín (PSOE) y Manuel Domínguez (PP), no sé si
dormirán a pierna suelta tras sus respectivas durísimas jornadas laborales. Me
temo que sí. Pues en este confuso y proceloso mar que constituye ese quebradero
de cabeza de la gestión de las arcas públicas –quehacer al que dedican mucho
más de las 24 horas diarias– estos portentos son capaces de correr tupido velo
a lo que, en buena lógica, deberían ser temas perentorios, y enroscarse, cual
can (chucho queda feo) al uso, y roncar plácidamente a los cinco minutos de
haber adoptado tan cómoda posición.
A estas alturas de la película, no sé, ni me interesa lo más
mínimo, en qué punto debe hallarse el expediente de marras, ni si alguna
Consejería del Gobierno de Canarias (no hay dos sin tres) ha tenido que
intervenir en el engorro. Tampoco creo que a los usuarios-sufridores de la TF-333
se les importe demasiado el andar averiguando culpables en este embrollo. Lo
importante, piensa el más común de los mortales, es que arreglen el desaguisado
y que los presuntos implicados se líen luego a tortas donde mejor les convenga.
Lamentable y patético. Las explicaciones dadas hasta el
momento por los mandatarios, que se resumen en que la culpa es del otro,
suponen un insulto a la sesera normal y corriente de los ciudadanos de a pie.
Harto sabido en el pueblo es que a don Manuel estas cuestiones de poca monta no
deben interferirle en sus aspiraciones. Él se encuentra ya en otro estadio.
Incluso Tenerife se le ha quedado pequeño. Y la cohorte de liberados que
religiosamente pagamos todos los realejeros ni pincha ni corta. Traduzco: son
unos mandados que no son capaces de mover un dedo sin que el jefe asienta con
el correspondiente movimiento de cabeza. A través del móvil, por supuesto.
El presidente del Cabildo no puede, ni debe, seguir
permitiendo que Enrique Arriaga, vicepresidente y consejero de Carreteras,
continúe al frente de las negociaciones (las deberá haber, me imagino) para
desenmarañar esta madeja. El apoyo de Ciudadanos al pacto para que el PSOE
gobernara la institución insular, en detrimento de que Coalición Canaria
siguiera en la poltrona, contando, asimismo, con el apoyo de los populares de
Domínguez, constituye –y al tiempo transcurrido me remito– un lamentable choque
de trenes, un diálogo de sordos (no quiero escribir, al menos hoy, besugos).
Tampoco está, ni se le espera, el PSOE realejero. A su agrupación local me refiero, que no a su
grupo municipal, que buenamente hace lo que puede ante el rodillo popular.
Baste una visual a los vídeos de intervenciones en las sesiones plenarias. Que
son completamente desconocidas, de otra parte, por la inmensa mayoría de la
sociedad. Si el trabajo no se da a conocer, ya me dirán.
Puede que no se desee desde La Cascabela importunar a
quienes rigen los destinos insular y regional por si no salen en la foto. Mera
suposición, pero, siquiera por una vez, me hago partidario de aquello de piensa
mal y acertarás. O quien calla, otorga. Como un servidor, a estas alturas de la
vida, ni debe ni se debe (a cargo alguno), me alineo con la postura de Felipe
González en el reciente congreso de Valencia: déjennos el derecho a discrepar. Aunque
las puertas giratorias no jueguen, precisamente, a su favor.
Estoy convencido, asimismo, de que si el muro no
perteneciera a los dueños de El Monasterio, sino a un pobre diablo (tú me
entiendes, podemos ser uno cualquiera de nosotros, amables lectores), el susodicho
se habría repuesto sin tanta dilación.
Como suelo caminar por aquellos contornos, hace unas semanas
tuve el honor de contemplar cómo una ambulancia se las vio y deseó para salir
del embrollo al intentar bajar en dirección a la autopista y tropezarse con el
semáforo en rojo. Ni sirenas ni luces de emergencia. El pobre enfermo –espero
fervientemente que se haya recuperado a pesar del atasco– se planteará terrible
dilema cuando en las próximas elecciones deba acudir a depositar su voto.
Bueno, también deberá ocurrirnos a quienes, directa o indirectamente, sufrimos
las consecuencias del jodido (con perdón) muro.
¿Tendremos que aguardar pacientemente otro par de años o
compartimos el contenido de uno de los carteles que alguien colocó y que indica
el 2050 como plazo de finalización de la obra? Lo mismo no anda muy
descarriado.
Pónganse las pilas, carajo, bájense del burro y dejen de
mirarse el ombligo. Y tú, Manolito (a perdonar el tuteo, pero sabes que es con
cariño), dedícate a resolver la problemática del pueblo al que te debes o
mándate a mudar. Si tu aspiración es la de pilotar más alto, a qué esperas,
despega de una vez y déjanos que ya nosotros transitaremos sin que tengas
necesidad de darnos la mano. Aunque no estemos licenciados (en Wyoming), ni
seamos búfalos de Cheyenne, los realejeros sabemos en estos momentos, al
contrario que tú, que para nosotros es más importante el muro de La Montaña que
el puerto de Fonsalía. Es más, si estuvieses convencido de tener la razón en
este endemoniado particular del muro, a buen seguro que ya hubieses fletado una
purriada de guaguas para poner a
varios centenares de afectados delante de las puertas del Cabildo. ¿Por qué no
lo haces? Aunque tampoco entiendo la pasividad vecinal. Diera la impresión de
que el gobierno municipal tuviese controlado el movimiento asociativo de La
Montaña. Hasta me salió una décima: Si estuviese convencido / de que tiene la
razón, / no sería cabezón / en tremendo sinsentido. / Y no hubiese permitido /
que el Cabildo con gran saña / se ría de La Montaña / con el ya famoso muro, /
organizando un buen puro / frente a la Plaza de España.
Otro día –que tú tengas libre y vengas por el pueblo; por
cierto corrige a cierta concejala por espetarle al portavoz del grupo
socialista que no vive en el Realejo; sin darse cuenta (no me extraña) te
retrató– hablamos de las posibles soluciones para salir de la Villa de Viera.
Porque yo que camino, al tiempo de estirar las patas aprovecho para observar el
tráfico en Los Cuartos, San Vicente, El Patronato, El Jardín, Los Afligidos, La
Higuerita, Los Barros, Doctor González… ¡Ah!, y La Montaña, claro; gracias por
recordármelo.
¿Que estoy enfadado? A ti te lo oigo. Oye, y si fuera
verdad, ni con un besito se me va a quitar.
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Durante esta última semana pasé por el tramo en cuestión
tres días: lunes, miércoles y viernes. Porque había vislumbrado, en eso
denominado redes sociales, un cartel (segunda ilustración de este artículo de
opinión), supuestamente elaborado por padres y/o madres de los alumnos del
colegio Pureza de María, con un llamamiento a manifestarse de 8 a 10 de la mañana. El lunes, a las 9:55,
había un señor a la altura de la entrada a la calle (Ciudad Jardín) de acceso
al centro docente enarbolando el anuncio con las fotos de Pedro y Manolo. El
miércoles, a las 9:06, la misma persona, en las afueras del puesto receptor de
loterías (primitiva, bonoloto y esas cosas), caminaba con la proclama en una
mano y una silla plegable en la otra, me imagino que a sentarse en el lugar
donde lo columbré el lunes. Y el viernes pasé a las 9:21. El paisano de
referencia se hallaba cómodamente sentado en el sitio del pasado lunes con la
pancarta espichada en una de las tantas barreras viales allí situadas y aguantada
con su mano izquierda mientras que con la derecha sujetaba el móvil. Solito
como la una.
Y ayer sábado, momentos antes de programar esta entrada,
alguien de la familia me señaló si quien se manifestaba podía ser un tal don
Pedro, personaje que llama un día sí y el otro también a varias emisoras de radio,
donde, al parecer, colecciona tanto éxito como el obtenido con el muro de La
Montaña. Que va para largo. ¿Más? Sí, bastante. Patético, lamentable, penoso,
ridículo…
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