domingo, 24 de octubre de 2021

160. El muro de La Montaña, otra vez

Otra vez, sí, porque ya nos ocupamos del asunto hace bastantes meses. Y es que, entre pitos y flautas, han transcurrido dos años sin que haya habido manera de que Cabildo y Ayuntamiento –o Ayuntamiento y Cabildo, que tanto monta– se pongan de acuerdo para que esta vergüenza (este parche, este lunar, este pegote, esta cataplasma, esta mancha, esta lacra) pase a ser un recuerdo –aunque nefasto– en el negro capítulo de las aciagas políticas de las instituciones públicas.

Puede que calificarlo de vergüenza sea de lo más benévolo que se me ocurra en estos momentos. Los respectivos presidentes de los organismos implicados, Pedro Martín (PSOE) y Manuel Domínguez (PP), no sé si dormirán a pierna suelta tras sus respectivas durísimas jornadas laborales. Me temo que sí. Pues en este confuso y proceloso mar que constituye ese quebradero de cabeza de la gestión de las arcas públicas –quehacer al que dedican mucho más de las 24 horas diarias– estos portentos son capaces de correr tupido velo a lo que, en buena lógica, deberían ser temas perentorios, y enroscarse, cual can (chucho queda feo) al uso, y roncar plácidamente a los cinco minutos de haber adoptado tan cómoda posición.

A estas alturas de la película, no sé, ni me interesa lo más mínimo, en qué punto debe hallarse el expediente de marras, ni si alguna Consejería del Gobierno de Canarias (no hay dos sin tres) ha tenido que intervenir en el engorro. Tampoco creo que a los usuarios-sufridores de la TF-333 se les importe demasiado el andar averiguando culpables en este embrollo. Lo importante, piensa el más común de los mortales, es que arreglen el desaguisado y que los presuntos implicados se líen luego a tortas donde mejor les convenga.

Lamentable y patético. Las explicaciones dadas hasta el momento por los mandatarios, que se resumen en que la culpa es del otro, suponen un insulto a la sesera normal y corriente de los ciudadanos de a pie. Harto sabido en el pueblo es que a don Manuel estas cuestiones de poca monta no deben interferirle en sus aspiraciones. Él se encuentra ya en otro estadio. Incluso Tenerife se le ha quedado pequeño. Y la cohorte de liberados que religiosamente pagamos todos los realejeros ni pincha ni corta. Traduzco: son unos mandados que no son capaces de mover un dedo sin que el jefe asienta con el correspondiente movimiento de cabeza. A través del móvil, por supuesto.

El presidente del Cabildo no puede, ni debe, seguir permitiendo que Enrique Arriaga, vicepresidente y consejero de Carreteras, continúe al frente de las negociaciones (las deberá haber, me imagino) para desenmarañar esta madeja. El apoyo de Ciudadanos al pacto para que el PSOE gobernara la institución insular, en detrimento de que Coalición Canaria siguiera en la poltrona, contando, asimismo, con el apoyo de los populares de Domínguez, constituye –y al tiempo transcurrido me remito– un lamentable choque de trenes, un diálogo de sordos (no quiero escribir, al menos hoy, besugos).

Tampoco está, ni se le espera, el PSOE realejero.  A su agrupación local me refiero, que no a su grupo municipal, que buenamente hace lo que puede ante el rodillo popular. Baste una visual a los vídeos de intervenciones en las sesiones plenarias. Que son completamente desconocidas, de otra parte, por la inmensa mayoría de la sociedad. Si el trabajo no se da a conocer, ya me dirán.

Puede que no se desee desde La Cascabela importunar a quienes rigen los destinos insular y regional por si no salen en la foto. Mera suposición, pero, siquiera por una vez, me hago partidario de aquello de piensa mal y acertarás. O quien calla, otorga. Como un servidor, a estas alturas de la vida, ni debe ni se debe (a cargo alguno), me alineo con la postura de Felipe González en el reciente congreso de Valencia: déjennos el derecho a discrepar. Aunque las puertas giratorias no jueguen, precisamente, a su favor.

Estoy convencido, asimismo, de que si el muro no perteneciera a los dueños de El Monasterio, sino a un pobre diablo (tú me entiendes, podemos ser uno cualquiera de nosotros, amables lectores), el susodicho se habría repuesto sin tanta dilación.

Como suelo caminar por aquellos contornos, hace unas semanas tuve el honor de contemplar cómo una ambulancia se las vio y deseó para salir del embrollo al intentar bajar en dirección a la autopista y tropezarse con el semáforo en rojo. Ni sirenas ni luces de emergencia. El pobre enfermo –espero fervientemente que se haya recuperado a pesar del atasco– se planteará terrible dilema cuando en las próximas elecciones deba acudir a depositar su voto. Bueno, también deberá ocurrirnos a quienes, directa o indirectamente, sufrimos las consecuencias del jodido (con perdón) muro.

Que no (Ayuntamiento y Cabildo), ya no queremos saber hacia qué lado se inclina la balanza con el peso del incumplimiento. Se nos importa un pimiento. Péguense un  tiro de leche en polvo y muéranse de blanco. Vayan a La Corona –o a El Lance– y salten sin parapente emulando al mencey guanche. Pero no nos insulten. Por qué no cavilan –al menos durante un segundo– que pueden ser tan ignorantes como nosotros. He llegado a pensar que más que errados están herrados. ¿O queda mejor llamarlos directamente cabezones?

¿Tendremos que aguardar pacientemente otro par de años o compartimos el contenido de uno de los carteles que alguien colocó y que indica el 2050 como plazo de finalización de la obra? Lo mismo no anda muy descarriado.

Pónganse las pilas, carajo, bájense del burro y dejen de mirarse el ombligo. Y tú, Manolito (a perdonar el tuteo, pero sabes que es con cariño), dedícate a resolver la problemática del pueblo al que te debes o mándate a mudar. Si tu aspiración es la de pilotar más alto, a qué esperas, despega de una vez y déjanos que ya nosotros transitaremos sin que tengas necesidad de darnos la mano. Aunque no estemos licenciados (en Wyoming), ni seamos búfalos de Cheyenne, los realejeros sabemos en estos momentos, al contrario que tú, que para nosotros es más importante el muro de La Montaña que el puerto de Fonsalía. Es más, si estuvieses convencido de tener la razón en este endemoniado particular del muro, a buen seguro que ya hubieses fletado una purriada de guaguas para poner a varios centenares de afectados delante de las puertas del Cabildo. ¿Por qué no lo haces? Aunque tampoco entiendo la pasividad vecinal. Diera la impresión de que el gobierno municipal tuviese controlado el movimiento asociativo de La Montaña. Hasta me salió una décima: Si estuviese convencido / de que tiene la razón, / no sería cabezón / en tremendo sinsentido. / Y no hubiese permitido / que el Cabildo con gran saña / se ría de La Montaña / con el ya famoso muro, / organizando un buen puro / frente a la Plaza de España.

Otro día –que tú tengas libre y vengas por el pueblo; por cierto corrige a cierta concejala por espetarle al portavoz del grupo socialista que no vive en el Realejo; sin darse cuenta (no me extraña) te retrató– hablamos de las posibles soluciones para salir de la Villa de Viera. Porque yo que camino, al tiempo de estirar las patas aprovecho para observar el tráfico en Los Cuartos, San Vicente, El Patronato, El Jardín, Los Afligidos, La Higuerita, Los Barros, Doctor González… ¡Ah!, y La Montaña, claro; gracias por recordármelo.

¿Que estoy enfadado? A ti te lo oigo. Oye, y si fuera verdad, ni con un besito se me va a quitar.

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Durante esta última semana pasé por el tramo en cuestión tres días: lunes, miércoles y viernes. Porque había vislumbrado, en eso denominado redes sociales, un cartel (segunda ilustración de este artículo de opinión), supuestamente elaborado por padres y/o madres de los alumnos del colegio Pureza de María, con un llamamiento a manifestarse  de 8 a 10 de la mañana. El lunes, a las 9:55, había un señor a la altura de la entrada a la calle (Ciudad Jardín) de acceso al centro docente enarbolando el anuncio con las fotos de Pedro y Manolo. El miércoles, a las 9:06, la misma persona, en las afueras del puesto receptor de loterías (primitiva, bonoloto y esas cosas), caminaba con la proclama en una mano y una silla plegable en la otra, me imagino que a sentarse en el lugar donde lo columbré el lunes. Y el viernes pasé a las 9:21. El paisano de referencia se hallaba cómodamente sentado en el sitio del pasado lunes con la pancarta espichada en una de las tantas barreras viales allí situadas y aguantada con su mano izquierda mientras que con la derecha sujetaba el móvil. Solito como la una.

Y ayer sábado, momentos antes de programar esta entrada, alguien de la familia me señaló si quien se manifestaba podía ser un tal don Pedro, personaje que llama un día sí y el otro también a varias emisoras de radio, donde, al parecer, colecciona tanto éxito como el obtenido con el muro de La Montaña. Que va para largo. ¿Más? Sí, bastante. Patético, lamentable, penoso, ridículo…

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