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Es esta especialisima en su género, indígena y tradicional
desde los guanches aborígenes, común á todas las islas y apasiona á sus
habitantes como los toros en la Península, el box y las carreras en el
extranjero. La lucha canaria es más bien un ejercicio gimnástico y de habilidad
que atlético y de fuerza; tiene sus reglas, sus combinaciones y su estrategia
como los antiguos torneos, pero sin sus peligros. Las grandes luchas se
conciertan entre comarcas rivales, acudiendo al palenque los campeones guiados
por el alcalde ó el cacique, en medio de los aplausos de la muchedumbre.
Dispuesto está el terrero ligeramente enarenado. A la
derecha, la Esperanza y la Punta del Hidalgo, Tegueste y Taganana, ostentan sus
mesnadas de robustos campesinos, fortalecidos por el gofio y el trabajo, con
sus luchadores famosos. A la izquierda campean los de Orotava, Icod el Alto y
Vilaflor, con sus ágiles y temidos campeones. En torno, el público formando
extenso círculo y compuesto de todas las clases sociales con exclusión de las
mujeres.
Abren la marcha los jovenzuelos, cediendo el terreno los
vencidos y reemplazándolos otros de su bando; entran luego progresivamente los
granados, aumentando las peripecias y el interés, que llegan á su colmo al
final, reservado á los famosos.
Los combatientes visten camisa ceñida y resistente,
calzoncillos cortos y sueltos, más estrechos que zaragüellos, en lo demás
desnudos, haciendo alarde de las formas varoniles y de la fuerte musculatura.
Acércanse ambos justadores; cada uno agarra con la mano izquierda
la parte baja del calzón de su adversario, determinando así un punto de apoyo.
En seguida cruzan las cabezas tocándose los cuellos, encorvados los cuerpos
formando puente; libres las diestras, palancas que empujan á sierpes que se
enroscan; movidas las pierna, huyendo los ataques ó favoreciendo las
acometidas.
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De su lectura se puede concluir que muy canario no era el
firmante de esos párrafos, puede que redactados con más voluntad que acierto;
al menos en determinados pasajes. No menciono ninguno, pues habrá lectores (esa
esperanza me mantiene) más duchos en la materia que un servidor y seguro que
los podrán sacar a relucir. La exclusión de las mujeres (de ahí la interrogante
del título) en la época de referencia es asunto que desconozco, pero me
recuerda la prohibición existente décadas atrás de hacer acto de presencia en
las bodegas, no sea que se picara el vino.
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Alcanzado el centenar de entradas en este nuevo blog, creo
que me tomaré unos días de descanso. Parece mentira que, incluso con la
jubilación, el cuerpo pida unas jornadas (o semanas) de asueto. Lo mismo aprovecho
el parón para seguir recopilando boberías. Y si tienes envidia, se te quitará
con el tiempo. Cuando llegues a mi edad, lo comprenderás perfectamente.