miércoles, 7 de julio de 2021

94. Las luchas en Canarias (1)

En Las Canarias y nuestras posesiones africanas, periódico semanario, propagandista de sus intereses, de sus aspiraciones y de su progreso intelectual, el 13 de junio de 1906, año VI, número 669, y en sus páginas 2 y 3, nos tropezamos con una prolijo artículo, “Las luchas en Canarias”, que bajo la firma de Quijón, nos pormenoriza los siguientes apartados: La educación física, señales de los tiempos, en las Islas Canarias, cómo se verifican allí las luchas y comparaciones. Va su íntegra transcripción:

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En los programas pedagógicos de todas las naciones cultas figuran en lugar preferente y formando parte del plan educativo los ejercicios gimnásticos y deportivos.

Hay frases que se manosean hasta vulgarizarlas, sin que la masa general se penetre de su importancia. El mens sana in corpore sano, es una de ellas. En nuestro concepto, debiera escribirse junto al número de cada casa y sobre todo, en el cerebro de padres y maestros.

El excesivo predominio del espíritu, con desprecio absoluto de la carne, que informa nuestros planes escolares, ha caído ya en el descrédito, y si es cierto que por la fruta se conoce el árbol, debe ser muy malo el de nuestra educación nacional, á juzgar por lo enteco de las generaciones que ha producido.

Hoy, con un concepto más exacto de la realidad de la vida, la opinión pública parece que reacciona y sin que se hayan traducido aún en hechos las tendencias de los hombres cultos, que abundan cada vez más en nuestra patria, se dirigen á considerar los ejercicios corporales, no como un complemento, sino formando parte integrante muy principal de la educación de nuestra infancia, y no es aventurado suponer que, andando el tiempo, llegue á restablecerse el turbado equilibrio: y la ley de armonía que preside el Universo deje en esa materia de ser una aspiración de los que ansían la grandeza de su país.

Aparte de la pelota, la barra, los bolos y de los mil y mil deportes nacionales, la introducción del foot ball, del polo, de la aerostación y el creciente interés que han despertado las carreras organizadas por el Heraldo de Madrid y las luchas griegas verificadas en el teatro de la Zarzuela y en el frontón Central son, evidentemente, señales de los tiempos.

Refiriéndonos á estas últimas, no tenemos que salir de nuestra patria para encontrar precedentes que inclinen el ánimo de los tradicionalistas.

En la más apartada y desconocida de nuestras provincias, en Canarias, existe, heredada de los guanches, una lucha muy digna de que cruce el mar y tome carta de naturaleza en nuestras costumbres.

La indumentaria de los luchadores es sencilla por demás. Un calzoncillo que llega á medio muslo y una blusa ó camisa, ambos holgados, de lienzo grosero del país, muy parecido por su aspecto y consistencia á la lona; eso es todo.

Desnudos de pies y piernas; al aire la fuerte musculatura de brazos y pecho, vista esta última por el ancho y abierto escote de la blusa; con el aire modesto, sencillo y algo indolente, el luchador canario es un tipo interesante y simpático por demás, que evoca la idílica sencillez y rústica caballerosidad del pueblo guanche, cuya arcádica vida y costumbres truncamos en nombre de una civilización que alejó para siempre la felicidad de aquellos hermosos peñones que el Atlántico besa y azota.

El orden de la lucha es el siguiente: divididos los luchadores en dos bandos, Norte y Sur, Tenerife contra Lanzarote y Hierro, Gran Canaria contra Lanzarote y Fuerteventura, etc., en número ilimitado de luchadores; nombrados los jueces de campo, uno ó dos por cada partido y un tercero en discordia, sale á la arena ó al terreno, el primer campeón, que se pasea, se sienta ó recuesta indolentemente en espera del que el bando enemigo mande en su contra. Por regla general, rompen la marcha los débiles (relativamente) y los luchadores nuevos, quedando de reserva para defender el campo los maestros y los atletas.

Presentado el contrincante, y después de saludarse (todos son amigos y es muy raro el caso de que las luchas engendren odios) con la mano izquierda, agarra cada uno á su contrario por el borde inferior del calzoncillo derecho, y apoyándose hombro contra hombro esperan la voz del juez de campo para agarrar con el brazo derecho la espalda de su contrario, y, á partir de este momento comienza la verdadera lucha, que termina cuando uno de los contrincantes toca el suelo con cualquiera parte de su cuerpo que no sea el pie. Todos los medios de ataque y defensa son permitidos, menos los que envuelvan artería, los que puedan lastimar al contrario, los que no lleven aparejada la nobleza.

(finalizamos mañana)

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