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En los programas pedagógicos de todas las naciones cultas
figuran en lugar preferente y formando parte del plan educativo los ejercicios
gimnásticos y deportivos.
Hay frases que se manosean hasta vulgarizarlas, sin que la
masa general se penetre de su importancia. El mens sana in corpore sano, es una de ellas. En nuestro concepto,
debiera escribirse junto al número de cada casa y sobre todo, en el cerebro de
padres y maestros.
El excesivo predominio del espíritu, con desprecio absoluto
de la carne, que informa nuestros planes escolares, ha caído ya en el
descrédito, y si es cierto que por la fruta se conoce el árbol, debe ser muy
malo el de nuestra educación nacional, á juzgar por lo enteco de las
generaciones que ha producido.
Hoy, con un concepto más exacto de la realidad de la vida,
la opinión pública parece que reacciona y sin que se hayan traducido aún en
hechos las tendencias de los hombres cultos, que abundan cada vez más en
nuestra patria, se dirigen á considerar los ejercicios corporales, no como un
complemento, sino formando parte integrante muy principal de la educación de nuestra
infancia, y no es aventurado suponer que, andando el tiempo, llegue á
restablecerse el turbado equilibrio: y la ley de armonía que preside el Universo
deje en esa materia de ser una aspiración de los que ansían la grandeza de su
país.
Aparte de la pelota, la barra, los bolos y de los mil y mil
deportes nacionales, la introducción del foot
ball, del polo, de la aerostación y
el creciente interés que han despertado las carreras organizadas por el Heraldo
de Madrid y las luchas griegas verificadas en el teatro de la Zarzuela y en el
frontón Central son, evidentemente, señales de los tiempos.
Refiriéndonos á estas últimas, no tenemos que salir de
nuestra patria para encontrar precedentes que inclinen el ánimo de los
tradicionalistas.
En la más apartada y desconocida de nuestras provincias, en
Canarias, existe, heredada de los guanches, una lucha muy digna de que cruce el
mar y tome carta de naturaleza en nuestras costumbres.
Desnudos de pies y piernas; al aire la fuerte musculatura de
brazos y pecho, vista esta última por el ancho y abierto escote de la blusa;
con el aire modesto, sencillo y algo indolente, el luchador canario es un tipo
interesante y simpático por demás, que evoca la idílica sencillez y rústica
caballerosidad del pueblo guanche, cuya arcádica vida y costumbres truncamos en
nombre de una civilización que alejó para siempre la felicidad de aquellos
hermosos peñones que el Atlántico besa y azota.
El orden de la lucha es el siguiente: divididos los
luchadores en dos bandos, Norte y Sur, Tenerife contra Lanzarote y Hierro, Gran
Canaria contra Lanzarote y Fuerteventura, etc., en número ilimitado de
luchadores; nombrados los jueces de campo, uno ó dos por cada partido y un
tercero en discordia, sale á la arena ó al terreno, el primer campeón, que se
pasea, se sienta ó recuesta indolentemente en espera del que el bando enemigo
mande en su contra. Por regla general, rompen la marcha los débiles
(relativamente) y los luchadores nuevos, quedando de reserva para defender el
campo los maestros y los atletas.
Presentado el contrincante, y después de saludarse (todos
son amigos y es muy raro el caso de que las luchas engendren odios) con la mano
izquierda, agarra cada uno á su contrario por el borde inferior del calzoncillo
derecho, y apoyándose hombro contra hombro esperan la voz del juez de campo
para agarrar con el brazo derecho la espalda de su contrario, y, á partir de
este momento comienza la verdadera lucha, que termina cuando uno de los
contrincantes toca el suelo con cualquiera parte de su cuerpo que no sea el
pie. Todos los medios de ataque y defensa son permitidos, menos los que
envuelvan artería, los que puedan lastimar al contrario, los que no lleven
aparejada la nobleza.
(finalizamos mañana)
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