jueves, 1 de julio de 2021

90. Y también los jueces

Si en la entrada del pasado martes confesé estar altamente confundido con la problemática de esta pandemia, te juro que hoy jueves he superado con creces aquella situación y el enredo ha ido en aumento. A este paso, vete tú a saber qué demonios me depara el futuro de aquí al domingo. Ya no me pongo plazos más largos porque la realidad es tan cambiante que de un rato para otro la versatilidad me provoca graves dolores de cabeza.

Nada voy a repetir acerca de la cantidad de peritos que pululan por las redes sociales. Amén de algunos medios de comunicación (tradicionales) que se suben al carro de los despropósitos y echan cada día un poco más de leña a esta hoguera… de las vanidades.

Cuando redacto estás líneas, en Canarias hemos vuelto a superar los 3000 contagiados. Estuvimos no ha tanto en casi la mitad. Unos 2000 se contabilizan en la zona metropolitana (Santa Cruz-La Laguna) tinerfeña. Que es donde más se elevaron las voces contra la implantación del nivel 3. Y el sector más perjudicado por las severas medidas adoptadas, el de hostelería y restauración, solicitó ante el Tribunal Superior de Justicia de Canarias, la suspensión cautelar de las medidas establecidas por el Gobierno de Canarias. En su derecho estaban, y están, faltaría más.

La Sala de lo Contencioso Administrativo entendió que no procedía siquiera dar trámite de audiencia a la parte demandada y sostiene que el cierre del interior de los locales, así como la limitación del aforo en las terrazas, “ni se ha demostrado como las causas de los contagios ni se prevén como las soluciones”. Y, en consecuencia, barra libre de nuevo.

Se supone que uno debe acatar las resoluciones judiciales. Que pudieron ser, en este particular caso, otras completamente diferentes. Porque si los jueces hubiesen argumentado a contrario sensu, como aquí se trata, al parecer, de sostener meras apreciaciones (no se ha demostrado que…, no se prevé como…) cualquier dictamen sería pertinente.

Si graves, entiendo, son los botellones de aquellos jóvenes faltos de perras, no menos, a mi modesto entender, esta suspensión judicial. Porque si se me argumenta que hubo una incorrecta aplicación de cualquier norma legislativa, habría que aceptar el fallo sin rechistar. Pero la tesis esgrimida tiene menos consistencia que la incertidumbre social ante la propagación del virus. Un servidor invitaría, igualmente, a que no se carguen tintas contra la juventud. Y los invitaría a que recurran las denuncias por estar hasta las tantas de tenderete en espacios públicos, porque, y al dictamen judicial me remito, no queda meridianamente claro que sean ‘la causa de los contagios ni se prevé que ponerles una multa sea una buena solución’.

Nos quejamos amargamente de que el turismo británico continúe vetado. Mientras, la variante Delta (la india) mantiene en vilo a los responsables sanitarios de Reino Unido. Porque sigue afectando, y de manera notable, incluso a los completamente vacunados. Con una incidencia de mortalidad notoria en el sector de los de más de cincuenta años. Lo que implica, ineluctablemente, que a más edad, más riesgo. Por lo que, independientemente de los palpables avances, las medidas de salud pública tan conocidas –mascarillas, distancia física e higiene de manos– deberán permanecer en nuestro ideario sanitario durante un buen tiempo.

Y en Tenerife, recalco, sus señorías conciben que como no está clara la relación causa-efecto, aceptan a pie juntillas que los contagios son imprevisibles. Las causas deben ser indeterminadas. Y los efectos, pensaba yo, que eran bien patentes.  Y los unos y las otras tienen que ser tratados desde la más estricta objetividad. Aunque me da que la carga de subjetividad de los jueces de esta película es tan grande, que dentro de mi libertad de pensamiento, opinión y expresión bien podría especular que se están cobrando aquella redada policial en Lanzarote en la que fue descubierto un magistrado incumpliendo las normas. Y si me van a contrarrestar este parecer con aquello de que también son humanos, te devuelvo la moneda espetándote que mis argumentos “nunca fueron tan fáciles de justificar”.

Termino con “ahora cierro, mañana abro y pasado el gobierno dirá”. Que lo manifieste yo, o el dueño de un bar, vale. Pero que sea un fundamento de derecho, me da que el virus podrá seguir mutando y riéndose de nosotros hasta que las ranas tengan pelos. Deduzco, en lógica consecuencia, que cada vez son –somos– más los del paso cambiado.

Mañana, si el gobierno y la justicia no me ponen pegas, volvemos.

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