miércoles, 9 de febrero de 2022

242. Ferrocarril de circunvalación (2)

No es mi pretensión, en esta serie de rescates, poner de relieve un sesudo análisis de cómo se dejan pasar oportunidades. De cómo los políticos no ven más allá de los cuatro años del mandato. De cómo la planificación brilla por su ausencia. De cómo prima el voto de la inmediatez. Y transcurrido más de un siglo, vuelta a empezar. Dicen que es bueno conocer el pasado siquiera para no cometer los mismos errores. Me temo que solo vale el presente, el ahora, para el cargo público.

Iniciemos el virtual recorrido de un tren que pudo ser y nunca fue. Porque no creo valgan los lamentos en la vorágine de coches de ahora mismo. Ten presente, no obstante, que no se trata de un trabajo de investigación. Es, simplemente, mera curiosidad. La que me surgió, como ayer te señalé, tras las dudas planteadas cuando finalicé de transcribir el relato de 110 años atrás del que ayer se dejó constancia.

Vaya, pues, debidamente secuenciada, la narración de cuanto en La Prensa se publicó al respecto. Dejo constancia de que algo, o mucho, se pudo haber escapado. No es un tratado universitario, que requiere mayores y mejores mimbres académicos o que deba sujetarse a otros cánones más ortodoxos. Tómalo como una cosilla de andar por casa. Teniendo siempre como norte, eso sí, la perspectiva histórica. Y, además, si tienes la oportunidad de invitar a que, quienes nos representan en las diferentes instituciones, dediquen unos minutos a sumarse a la lectura, puede que alguno recapacite acerca de si se han perdido demasiadas oportunidades. Arrancamos:

En La Prensa (recordemos que es la única cabecera en la que hemos basado este repaso), 2 de mayo de 1911, páginas 1 y 2, se inicia el recorrido con un prolijo artículo (a dos columnas y expresando en grandes titulares: De interés general. El ferrocarril de circunvalación de Tenerife. Lo que piden los pueblos) firmado en Guía de Tenerife, el 27 de abril de ese mismo año por un tal M. Zalvela (que se verá luego –en ejemplar del 30 de mayo de ese mismo año– que se trata del ya mencionado Manuel Álvarez Hernández), y que es del tenor literal siguiente:

I

Es indudable que las mejoras públicas que se relacionan en los informes presentados á la última Asamblea, responden á una necesidad imperiosa, absoluta, hondamente sentida. Pero las de más capital interés, las de más grande utilidad pública, las que piden una realización inaplazable, son las del puerto de la Capital y el ferrocarril de circunvalación: mejora esta última la más equitativa, porque beneficia por igual á todos los Municipios de la isla.

Es altamente consolador para estos pueblos del Sur, preteridos, observar cómo á partir de la Asamblea de Mayo de 1908, se ha venido formando en las altas esferas donde vive y se agita la intelectualidad, la influencia y el valimiento isleños, un saludable movimiento de opinión á favor de todas las localidades sin distingos. Mas abrigamos, no obstante, nuestros temores, pues por dolorosa experiencia sabemos que, en la mayoría de los casos, las más nobles iniciativas, los más laudables deseos, solemos alimentarlos unos meses, cuando más algunos años, después mueren á manos de la atonía, del indiferentismo, con que singularizamos la idiosincrasia de la raza.

Es verdad que vencido, acorralado, casi muerto el caciquismo, el mayor de nuestros males, que unidos los partidos políticos tinerfeños con el plausible objeto de laborar en primer término en favor del país, el actual momento histórico parece presentársenos altamente propicio para un cambio de nuestra modalidad, de nuestras añejas, cuanto pésimas, costumbres públicas. Mas para que este resurgimiento, este despertar del país canario sea coronado por el éxito, es necesario cambiar de táctica, de procedimientos, sin descuidar hasta los más mínimos medios que son los que, sumados, proporciona, á veces, los resultados apetecidos. Porque entendemos que para hacer viable la realización de la obra que nos ocupa, no basta tener buena voluntad desde la capital de Canarias. Precisa además que las personas de influencia den una vuelta á esta región; que la prensa llame uno y otro día la atención de las autoridades que debiendo recorrer su demarcación parece repugnarles las aventuras de un viaje penosísimo que interrumpa la tranquilidad de su residencia, la confortable comodidad de su palacio; que á los candidatos para Diputados que se hayan de votar, ya sean de naturaleza canaria, ya peninsular, se les imponga la condición de hacer un viaje minucioso por toda la isla que van á representar. He aquí la manera de que esas clases directoras, que tanto pueden pesar en el ánimo de los Gobiernos, se compenetren de nuestras necesidades, de la injusta preterición en que se nos tiene, del vergonzoso abandono en que yace esta región en todos los órdenes, tan deseosa en ansias de vida mercantil, agrícola é industrial, de lanzarse al mar, á la frontera Norte; pero detenida por profundos barrancos, por hondos precipicios, por los mil abruptos accidentes del terreno que apenas salvan los caminos primitivos, estrechos, tortuosos, pésimos, inservibles para la vida de relación, de que depende la mayor riqueza de los pueblos modernos.

Cuando llega á Tenerife algún miembro del Gobierno central, algún alto personaje de gran relieve en la política española, algún Diputado ó Senador... todo se reduce á agasajarle en la Capital y á proporcionarle después una jira al incomparable valle de la Orotava, enseñándosele así á Tenerife por fuera, porque naturalmente, á individuos de esta calidad hay que proporcionarles comodidades y no desazones, cuando en realidad sería de una mayor utilidad para el país invitarle, aunque para ello hubiera que apelar al ruego, á que viniese á recorrer esta más extensa región del Sur, para que viesen en toda su magnitud la isla por dentro; por nuestro propio descuido y el del Gobierno central, envuelta en la mayor miseria, en el más grande atraso, en el más incalificable abandono.

El rey, los ministros y el alto personal palatino que le acompañaban en su viaje á este Archipiélago, no pasaron de la Orotava en Tenerife, al igual que en las islas pequeñas, apenas si se internaron más allá de los límites de los desembarcaderos. De modo que estuvieron en Canarias y apenas han visto á Canarias, porque lo que lo que estas islas tienen de típico, y que no se echa de ver tanto sino más allá de las zonas marítimas, es ese sello con que las marca el desamparo en que las han tenido á través de cinco siglos los Gobiernos nacionales.

Si exceptuamos al dignísimo ex-capitán general de Canarias, D. Enrique Bargés y Pombo, con sus correspondientes Ayudantes, á la Comisión topográfica que levantó el plano de Tenerife y á don Antonio Domínguez Alfonso por la circunstancia de ser hijo de Arona, ningún Diputado, ni Senador, ni Autoridad civil ni militar, ni persona alguna de influencia, como no sea el Sr. Ingeniero jefe de Montes, han recorrido, que sepamos, en toda su extensión, por lo menos en los últimos cincuenta años, el Sur de Tenerife. El Sr. Santos Ecay visitó á Granadilla, y no recordamos si á Vilaflor, exclusivamente; D. Manuel Luengo desembarcó en este puerto para hacer su ascensión á Chinyero en los días de la erupción volcánica y el Sr. Eulate, hasta la fecha, apenas ha hollado con sus plantas las arenas de la playa de San Juan. Ignoramos, aunque lo ponemos en duda, si el personal de Obras públicas que ha hecho distintos estudios de carreteras en el Sur, lo ha recorrido en toda su extensión.

(continuará)

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